Nos habíamos propuesto sacar lecciones del paro nacional agrario que ha protagonizado el campesinado colombiano en éste año 2013. Ya analizamos someramente la actitud oportunista de la «burguesía nacional», representada en el sector agrario por los grandes productores de café, arroz y ganaderos, que apoyan la lucha por subsidios pero no enfrentan la política neoliberal […]
Nos habíamos propuesto sacar lecciones del paro nacional agrario que ha protagonizado el campesinado colombiano en éste año 2013. Ya analizamos someramente la actitud oportunista de la «burguesía nacional», representada en el sector agrario por los grandes productores de café, arroz y ganaderos, que apoyan la lucha por subsidios pero no enfrentan la política neoliberal ni están de acuerdo con la lucha por la renegociación de los Tratados de Libre Comercio TLCs. O mejor, no por ahora, no por vías revolucionarias. [1]
Ahora nos enfocaremos en tratar de entender el por qué de la reacción solidaria de cientos de miles de personas – jóvenes principalmente – de las ciudades. En ese sentido es importante reiterar que el principal logro del Paro ha sido político. Se conquistó la solidaridad y la opinión de amplios sectores de la población colombiana alrededor de la denuncia del impacto que han causado los TLCs en la economía nacional y los desastrosos efectos para la economía campesina. El documental 9.70 sobre la resolución del ICA (semillas certificadas) cumplió un destacado papel en las redes sociales. También se hizo conciencia sobre las consecuencias negativas para el país que ha tenido la política neoliberal en el sector agropecuario aplicada a partir de 1990.
Es evidente que el desarrollo de la lucha rebasó a las fuerzas políticas que están en la dirección de los diversos sectores del movimiento agrario. La fuerza del paro desbordó los cálculos más optimistas. Se rompieron barreras invisibles que se habían incrustado en el alma de los pobladores urbanos que tienen orígenes campesinos (que en la práctica somos todos). Los actos de protesta confrontaron esa actitud inconsciente de «huir de un pasado no feliz», de «buscar en la ciudad lo que en el campo no se puede conseguir», que es un sentimiento y un pensamiento que explica mucho el «arribismo» que predomina en sectores medios de la sociedad, que están aprisionados por la concepción predominante de lo que es el progreso.
La fuerza del movimiento empezó a romper esos diques mentales que las personas crean frente a su pasado. Pero además de ello, es la realidad actual que están viviendo la mayoría de esas clases medias en las ciudades – especialmente los jóvenes – lo que empezó a abrirles los ojos sobre la dura vida campesina y les motivó a solidarizarse ya sea por medio de los «cacerolazos» o a través de las redes sociales. «Hoy por ti, mañana por mí».
Es allí en donde el movimiento popular debe explorar sus amplias posibilidades. Es frente al nuevo proletariado («precariado») que se ha formado en las ciudades, jóvenes estudiados y calificados que – en el mejor de los casos – son contratados por empresas transnacionales o nacionales para «prestar sus servicios» en formas de contratación precarias, a destajo, con contratos temporales y con sueldos miserables, o simplemente tienen que enfrentar el desempleo, convertirse en supuestos «emprendedores», montar pequeños negocios que lindan en el límite de la informalidad para realizar tareas mal pagadas al servicio de esas empresas capitalistas. Y eso, si pueden hacerlo. La mayoría de jóvenes nadan entre el desempleo y la informalidad.
Es por ello que éste sector social fue el que estuvo más pendiente del desarrollo del paro y que se expresó masivamente en algunas ciudades y en las redes sociales. Los moto-taxistas en muchas ciudades, que son miles de jóvenes desempleados provenientes del campo, se expresaron activamente en ciudades como Florencia, Mocoa, Popayán y Pasto. Este es el mismo sector de la sociedad que inició la «primavera árabe», estuvo al frente de los «indignados» en España y múltiples países, se manifestó recientemente en Turquía y Brasil, y es la punta de lanza para las nuevas revoluciones que se están gestando en todo el planeta.
Si el movimiento popular no le presenta iniciativas de lucha a estos sectores de la población, la oligarquía les va a imponer su punto de vista. Ya les están diciendo: «El paro fue más costoso de lo que se ha logrado»; «nada se consigue con la protesta», «el libre comercio es la única opción de progreso», «no le hagan caso a los negativistas», «como vamos, vamos bien».
Si no actuamos ahora frente a los sectores solidarios es posible que perdamos una ocasión muy valiosa. Seguramente ya reventarán protestas en las ciudades, es la dinámica de la vida. Pero la brecha que se ha abierto, la alianza entre sectores del campo y de la ciudad que se ha empezado a formar con ocasión de este paro agrario, debe ser alimentada y potenciada. Hoy tenemos esa oportunidad.
Insistiendo en las nuevas formas de lucha
En ese sentido pareciera no existir la suficiente conciencia sobre el impacto político conseguido y la necesidad de continuar la lucha en nuevos terrenos, que son diferentes a los de la movilización directa, pero que dadas las circunstancias políticas por las que vive el país, son los que están a la mano para derrotar de lleno a la oligarquía y avanzar por el camino de las transformaciones estructurales en nuestro país.
El movimiento agrario, apoyándose en amplios sectores de las ciudades, puede obligar al gobierno y a las clases dominantes que lo sostienen, a realizar una Consulta Ciudadana sobre estos temas que han sido colocados en primer lugar de la opinión pública nacional. Tenemos a la mano esa posibilidad, no debemos dejar enfriar el ambiente.
No importa que se haya decidido no asistir al evento en donde el gobierno pretende lanzar un supuesto «Pacto por el sector agropecuario». Eso no es lo importante. Lo determinante es no perder la iniciativa y para hacerlo hay que buscar – de inmediato – el apoyo político del conjunto de la sociedad colombiana.
El problema no es de forma, es de contenido. No se trataba sólo de asistir a «dañarles la fiesta», eso es simbólico y coyuntural. Lo de fondo es si el movimiento popular ha aprendido de las revoluciones democráticas que se han desarrollado por el camino «civilista» en países vecinos como Venezuela, Ecuador y Bolivia, o si seguimos amarrados a la idea de que la «única forma revolucionaria» es la movilización directa o la lucha armada.
Claro, es entendible una actitud tímida en un movimiento que – así tenga una historia larga de gestación – emerge a la superficie social y política con nuevos protagonistas y dirigentes. Es explicable que se tenga temor de contaminarse y de perderse en las complejas redes del Estado y se opte únicamente por la acción directa, pero también es importante que se contemplen nuevas formas de acción que así tengan el ropaje o perfil «institucional», son herramientas que han sido conquistadas por la democracia participativa.
En ese sentido somos pacientes pero insistentes.
Nota:
[1] Lecciones del paro nacional agrario: Hora de la audacia revolucionaria. http://prensarural.org/spip/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.