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Nuevos tiempos

Fuentes: La Jornada

Entre mediados de la década de los noventa y la actual se ha producido en América Latina un cambio apreciable en la relación de fuerzas a favor de la soberanía nacional. Hasta hace cinco años era impensable un MERCOSUR en proceso de fortalecimiento, el surgimiento de una Comunidad Suramericana de Naciones y el lanzamiento de […]

Entre mediados de la década de los noventa y la actual se ha producido en América Latina un cambio apreciable en la relación de fuerzas a favor de la soberanía nacional. Hasta hace cinco años era impensable un MERCOSUR en proceso de fortalecimiento, el surgimiento de una Comunidad Suramericana de Naciones y el lanzamiento de un proyecto contrapuesto al ALCA como es la Alternativa Bolivariana de las Américas(ALBA), que patrocina el presidente venezolano Hugo Chávez. Esta mutación no habría sido posible sin el accionar de los novedosos, disímiles y vigorosos movimientos sociales latinoamericanos. Con mayor fuerza y persistencia en unos países que en otros, no hay una sola nación en América Latina donde estos movimientos no presenten batalla al neoliberalismo. Su lucha es profundamente antiimperialista en la medida que las políticas neoliberales representan la total absorción económica, política y cultural de nuestra América por el imperialismo de Estados Unidos. Los movimientos sociales han logrado frenar en muchos casos la privatización de empresas públicas, derrocar gobiernos neoliberales sin disparar un tiro como en Argentina, Bolivia y Ecuador y, sobre todo, romper con la modorra, el conformismo y el pesimismo de que fue víctima gran parte de la izquierda después del desplome soviético. Los movimientos han desbordado la agenda de la izquierda tradicional al incluir como puntos fundamentales los derechos de los pueblos indios y de los afrodescendientes, la ecología y la diversidad sexual. El rechazo a las vanguardias por autoproclamación los ha liberado de un lastre del pasado y proporcionado una saludable autonomía.

Un resultado de su lucha a escala de la región ha sido impedir la entrada en vigor del ALCA en enero del 2005, como era el plan de Washington. Se trata de una victoria parcial pero muy importante en la que también ha influido la resistencia de gobiernos como los de Brasil y Argentina, pero muy especialmente el de Venezuela. De Caracas emana una radical posición antineoliberal y antiimperialista inspirada y apoyada en un gran movimiento popular de alcance nacional conducido firme y audazmente por Hugo Chávez. Ello ha insuflado impulso y estímulo moral a los demás movimientos sociales del continente y con el proyecto del ALBA dotado de una auténtica alternativa de integración autónoma y no subordinada a los pueblos latinoamericanos. El ALBA se basa en la solidaridad y la cooperación. No desecha la ganancia de las empresas pero la subordina al beneficio mutuo.

Estados Unidos, al ver que su plan de tener funcionando el ALCA en enero de este año estaba condenado al fracaso, optó por la modalidad divisionista de los tratados de libre comercio bilaterales(TLCB). Es significativo que estos se hayan firmado o estén en proceso de negociación por los gobiernos más dóciles a Washington; ergo Chile; Perú, Ecuador, Colombia y los centroamericanos. Los TLCB son aún más peligrosos que el ALCA para los Estados latinoamericanos porque los privan de las relativas ventajas que pudieran lograr en una negociación colectiva de este ominoso instrumento recolonizador. Es decir, la posibilidad de condicionar la conclusión del tratado a la aceptación por Estados Unidos de una serie de puntos en los que eventualmente convengan los latinoamericanos. La victoria lograda contra el ALCA es por eso parcial y además porque Washington ha mostrado la intención de reanudar las negociaciones colectivas durante el segundo mandato de Bush.

De allí que sea una cuestión de supervivencia incrementar por igual la lucha continental contra el ALCA, los TLCB y el amenazante Plan Colombia. Será una brega larga en la que es indispensable la vigilancia de los gobiernos entreguistas o vacilantes por los movimientos populares para impedir su quiebra ante Washington. La victoria no concluye hasta conseguir la integración económica y política de América Latina y el Caribe. Y es que la concreción en los hechos del ideal bolivariano -como lo vienen haciendo Venezuela y Cuba en sus relaciones- es lo único que puede evitar la anexión de nuestra región por Estados Unidos y propiciar que se desenvuelva con independencia y dignidad plena en el ámbito internacional. Lograrlo exige la definición de un programa mínimo que agrupe en cada país a las diferentes luchas sociales en un gran movimiento nacional capaz de impulsar transformaciones antiimperialistas y socialistas.

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