Señala Julio Anguita en «A propósito de Cataluña: razonemos (I)» [1] que siente «estupefacción, malestar, cuando no asco, son las impresiones que a muchos ciudadanos nos producen los mensajes de la web, los comentarios de muchos tertulianos y las declaraciones de cargos políticos sobre la convocatoria, políticamente impecable pero legalmente bastante chapucera, del referéndum en […]
Señala Julio Anguita en «A propósito de Cataluña: razonemos (I)» [1] que siente «estupefacción, malestar, cuando no asco, son las impresiones que a muchos ciudadanos nos producen los mensajes de la web, los comentarios de muchos tertulianos y las declaraciones de cargos políticos sobre la convocatoria, políticamente impecable pero legalmente bastante chapucera, del referéndum en Cataluña el próximo día 1 de octubre». Remarco: políticamente impecable pero legalmente bastante chapucera. El, señala, va a obviar, por ahora, «los insultos, las descalificaciones y las zafiedades propias del matonismo y la ignorancia ultras», para centrarse en el desarrollo de una lógica: «la del texto fundamental de nuestro ordenamiento jurídico-político, en atención a aquellas personas que discrepando de esa convocatoria no se dejan llevar por lo peor de sí mismas». Se olvida Anguita de otras zafiedades e ignorancias que no conviene olvidar [2]. Hay muchísimos ejemplos recientes de ellas, violaciones incluidas. Pero no importa. El punto de su nota es este: el desarrollo de una lógica, la del texto fundamental, la «lógica», de la Constitución. La justificación de que la convocatoria del 1-O es «políticamente impecable» (mi opinión es la contraria) lo deja, tal vez, para más adelante. De acuerdo, esperemos.
Su argumentación, el de la lógica constitucional Primer punto: «Se suele argumentar que el texto constitucional de 1978 no puede ser incumplido ni vulnerado por la actuación unilateral del Parlament y del Gobierno de la Generalitat». No dice Anguita que no pero, recuerda, «lo cierto es que, a estas alturas, lo de incumplir la Constitución resulta ya una práctica cotidiana cuando ésta es incumplida y obviada en el momento en que sus contenidos de política social o económica no sólo no se aplican, sino que se gobierna contra ellos, especialmente en lo referente a los Títulos Preliminar y VII». A continuación pone ejemplos por todas conocidos y criticados. No hay discrepancia aquí. Un matiz tal vez: señalar que los incumplimientos pasados no justifican ni pueden justificar nuevos incumplimientos porque, entonces, «todo vale». De hecho, él mismo, cuando fue dirigente de Izquierda Unida (también después en algunos momentos), puso énfasis en el cumplimiento de los nudos socios-económicos de izquierda presentes en la Constitución, complementados con la totalidad de los derechos humanos.
Segundo punto, el que abre con un «Pero vayamos al grano». Vayamos a él. «El artículo 2 de la Constitución dice literalmente: La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible todos los españoles y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre ellas». Luego cita la opinión de casi todos los llamados padres (¿ P adres? Madres más bien, ¿o no?) de la Constitución en torno a los términos nación y nacionalidad. El caso, comenta, «es que esta cuestión produjo debates intensos en el seno de la Comisión redactora, en el mundo político y en el del Derecho». Finalmente se llegó al pacto: ambas palabras (conceptos imprecisos) fueron introducidas en el texto constitucional. Por qué se pregunta. Por lo siguiente en su opinión: «Si alguna definición se podía hacer de la España de entonces era la de una no -dictadura formal. Suárez era un Presidente cuestionado por sus antiguos correligionarios del régimen franquista que seguían controlando muchas instituciones y bastantes resortes del Estado». Cita Anguita la presión de los militares y, sobre todo, «la presión de los poderes fácticos de la economía que necesitaba el pedigrí constitucional para poder acceder al Mercado Común era la definitiva». Todo ello, además, tiene buena memoria, «en el marco de una grave crisis económica, un altísimo índice de paro y graves problemas sociales de toda índole». Por esa razón, concluye, «se impuso que la palabra «nacionalidad» se plasmase en el texto constitucional».
Los hijos del franquismo, sostiene, «en aras de lo que llamaron intereses generales, tuvieron que aceptar un término que, junto el Derecho de Autodeterminación, era una de las señas de identidad de la izquierda combativa y clandestina (especialmente el PCE) y los también perseguidos nacionalistas del PNV, CiU y otros. Ni que decir tiene que todo el mundo era consciente de que hablar de nacionalidades era referirse a Cataluña. País Vasco y Galicia». Se olvida Anguita de otras fuerzas de la izquierda comunista pero es igual, no tiene importancia. No sé tampoco si el término -«nacionalidad»- era una de la señas de identidad del PCE en tiempos de clandestinidad, que diría López Raimundo, pero no cabe ahora discrepar sobre esto. De acuerdo en lo indicado. Señalo, eso sí, que las señas de identidad del PCE -¡y del PSUC!- en aquellas circunstancias -la opresión y represión de una dictadura fascista que nada (o muy poco) tienen que ver con nuestra situación política- eran dos, no una: derecho de autodeterminación de los pueblos oprimidos (no de todos los pueblos) y República Federal. Al mismo tiempo y sin contradicción. El PCE y el PSUC estaban, por supuesto, por la unidad de España en el marco de una República federal. Y no eran cavernícolas ni parte de la caverna españolista por supuesto. Algunos, eso sí, se atreven a hablar de falangismo a quienes defienden la unidad de España, los mismos que jamás llamarían nazis o fascistas a quienes defendieran la unidad de Alemania o Italia.
El tercer punto de la argumentación de Anguita se centra en la sentencia del TC: «Sobre esta cuestión, el TC, tras el recurso de inconstitucionalidad interpuesto por PP [uno de sus grandes disparates políticos, no es ahora Anguita quien habla ahora], declaró inconstitucionales varios artículos del Estatut (que ya había sido aprobado en referéndum por el 73,9% de los votantes, el 48´5% del censo), sentenció el 9 de julio del 2010: 1. La Constitución no conoce otra (nación) que la nación española. 2. Puede hablarse de naciones como una realidad cultural, histórica, lingüística, social y hasta religiosa. 3. La nación que aquí importa es única y exclusivamente la nación en sentido jurídico-constitucional».
Para que no haya lío con los porcentajes, lo que Anguita señala es que, calculando generosamente, el 36% del censo votó a favor de la reforma del Estatut, del nuevo Estatut (para algunos, mi caso por ejemplo, una reforma absolutamente innecesaria y muy mal planteada).
De lo expuesto hasta aquí, no entro en el detalle de la sentencia del TC, Anguita extrae algunas conclusiones:
1. «El debate sobre nación y nacionalidad es bastante serio y no el capricho de algunos exaltados. Los testimonios que anteriormente he expuesto y que son una brevísima muestra de los que existen, así lo confirman». Podemos, debemos aceptarlo: el debate sobre estos términos es, a veces (aunque no siempre), bastante serio. Se hace con rigor, informándose, argumentando y respetando las opiniones contrarias (aunque, me permito insistir, no siempre por supuesto). [3]
2. «Tras las palabras del TC sobre las naciones como realidades culturales, históricas, etc. puede deducirse, haciendo abstracción del hecho religioso, que Cataluña sólo le falta para ser nación acceder a la condición de realidad jurídico-constitucional. Es decir un cambio constitucional». Admito que a una se le escapa la referencia a la abstracción del hecho religioso, pero se me escapa aún más lo que viene a continuación: ¿qué quiere decir Anguita exactamente? ¿Que para que Cataluña (u otras comunidades) sea considerada nación se necesita una reforma constitucional que incluya esa consideración? ¿Que Cataluña debe ser nación en sentido político, en sentido jurídico-constitucional? Es decir, el todo, España, es una nación política, y una parte, Cataluña, es también nación en el mismo sentido que la anterior. Si es eso, desde luego que es necesaria una reforma profunda de Constitución y me da que la realidad política resultante sería más que singular en el mundo. Si no fuera eso y fuera lo primero, nada que objetar (si las finalidades son cooperativas, no medio instrumentales para decir adiós en tres meses).
Lo de «una cuestión puramente política en la que los protagonistas son el Pueblo español, las Cortes Generales, el Pueblo catalán y sus instituciones de Autogobierno», formulación a la que en mi opinión sobran muchas mayúsculas, no parece que sea una cuestión cualquiera (no digo que Anguita diga lo contrario). De hecho los protagonistas no están del todo bien definidos porque el pueblo catalán, por el momento (esperemos que durante siglos), es parte del pueblo español. Por lo demás, las instituciones de autogobierno del «pueblo catalán» están a punto de ser arrojadas a la borda por el gobierno de la Generalitat.
Finalmente, Anguita señala que «los discursos esencialistas y nostálgicos de una Historia idílica que nunca existió, no ayudan a abordar determinadas cuestiones que exigen tacto, paciencia, prudencia, actitud democrática, voluntad de conocer y algún conocimiento de la Historia y las realidades de los pueblos de España». Muy de acuerdo, por supuesto. Tienes toda la razón. Supongo que entre esos discursos esencialistas y nostálgicos (tal vez él piense en otros) incluye la mayoría de los discursos, reflexiones y afirmaciones -así, porque yo lo digo- del mundo secesionista catalán. Los otros nostálgicos, más que minoritarios, son más conocidos y criticados por la izquierda española en un asunto que, sin saber por qué, suele poner un ojo en solo una cara del poliedro. No en todas. ¿Y por qué será?
Continuará nos informa Anguita. También estas observaciones.
Notas.
1) http://www.elviejotopo.com/topoexpress/proposito-cataluna-razonemos-i/
2) Un ejemplo de estas voces a las que me refiero: Jose Mari Esparza Zabalegi, «Catalunya, lentejas y progres españoles». «Sin dudarlo: Catalunya lliure i independent es la esperanza de todo catalán, gallego, vasco o español que anhele una sociedad más justa. Por eso dudo tanto del sentido democrático de quienes se oponen a su derecho a decidir y dudo más de los progres, izquierdistas y rojeras que cuestionan su separación. Sepan que en este tema crucial, su actitud y la de Falange es en el fondo la misma: mejor juntos que separados; España, una, etc.. Las personas pueden divorciarse, los pueblos no» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231179. Porque Don Esparza lo dice. Y punto. Nada que ver con esto, la otra cara de la moneda por su rigor y argumentación: Ramón Campderrich Bravo, «Gabinete de engendros del Dr. Caligari» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231181
3) Un ejemplo de seriedad: Miguel Candel y S. López Arnal, Derechos torcidos, Vilassar de Marx, El Viejo Topo, 2017.
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