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Editorial de Punto Final

Ocho millones nos contemplan

Fuentes: Punto Final

La sorprendente abstención en las elecciones municipales -el aspecto más relevante de ese 28 de octubre-, tuvo una consecuencia imprevisible. La «clase política», interpelada por el 60% de abstención, renunció a asumir su papel orientador. Como desplumada avestruz hundió la cabeza en la vergüenza de su derrota. Permanece sorda e insensible ante un fenómeno político-social […]

La sorprendente abstención en las elecciones municipales -el aspecto más relevante de ese 28 de octubre-, tuvo una consecuencia imprevisible. La «clase política», interpelada por el 60% de abstención, renunció a asumir su papel orientador. Como desplumada avestruz hundió la cabeza en la vergüenza de su derrota. Permanece sorda e insensible ante un fenómeno político-social que cuestiona los cimientos de la institucionalidad. Finge ignorar el castigo que recibió su desidia de casi un cuarto de siglo. Ni siquiera se ha atrevido a esbozar las urgentes reformas que necesita una institucionalidad heredada de la dictadura y que se asfixia en las estructuras oligárquicas de los partidos.

El atalaya de las clases dominantes, El Mercurio, sin embargo lo percibió con claridad y de inmediato. Al día siguiente calificó la abstención como «un hecho político mayor, que debe alertar no sólo a la ‘clase política’, sino a todos los sectores del país». Ese diagnóstico -que ya habían avanzado el presidente de la República la noche de los escrutinios y la socióloga Marta Lagos en sus vanos intentos por colocar el tema en el Canal 13 de TV -, se deshizo como pompa de jabón. Algunos dirigentes «opositores» ni siquiera lo mencionaron. La abstención se transformó en el convidado de piedra de la política. Todos hacen como que no lo ven. A menos de 48 horas del desastre, las directivas políticas doblaron la página y se volcaron -con un entusiasmo digno de mejor causa- a preparar las elecciones del próximo año. Los candidatos a La Moneda y al Parlamento, los pactos y alianzas, los cupos de diputados y senadores, los programas para seducir al electorado eclipsaron a la monumental abstención, que probablemente es el hecho político más importante de las últimas dos décadas.

La «clase política» se cerró a piedra y lodo para impedir que entrara hasta la sombra de una duda. Dirigentes de derecha, centro y de la sedicente izquierda -convertida en compañera de viaje de la Concertación-, se encerraron en el espacio circular en que cohabitan los actores políticos. Si los partidos han rehuido su deber de analizar el fenómeno de la abstención y sacar conclusiones, sin duda esa tarea la harán las organizaciones y colectivos sociales y -en último término- cada ciudadano.

La abstención hace evidente un rechazo mayoritario a la «clase política» pero también revela la ausencia de una alternativa. Esa constatación lleva a la necesidad de trazar con firmeza y claridad el camino hacia una democracia participativa y con justicia social. A avanzar hacia un sistema de gobierno que convoque a la actividad política y a la consulta permanente a los ciudadanos. La ruta hacia esos objetivos pasa por una Asamblea Constituyente que elabore y proponga al pueblo una Constitución democrática. Pero para llegar a eso, es necesario entretanto avanzar en la formación de una fuerza social y política potente, capaz de reivindicar el rol de la política como un ejercicio diario del pueblo en el perfeccionamiento incesante de la sociedad.

No es apoliticismo lo que reclaman los 8 millones de ciudadanos que no votaron. Al contrario, la abstención indica que Chile necesita más política y más participación popular para sepultar las prácticas politiqueras. La futura conducción de la nación, surgida de una Constitución Política realmente democrática, debe proponerse desafíos de gran aliento. Sólo así se conseguirá cohesionar al pueblo y estructurar mayorías sociales y políticas capaces de derrotar toda conspiración reaccionaria.

Las elecciones municipales, en todo caso, arrojaron luz sobre elementos a considerar en un proyecto alternativo. Sus cifras son inspiradoras. La inscripción automática hizo crecer el padrón electoral en 5 millones 300 mil ciudadanos, en su mayoría jóvenes que rehusaban inscribirse y que ahora se resisten a votar. El padrón alcanza a 13 millones 143 mil 639 ciudadanos pero sólo 5 millones 261 mil 69 -casi la misma cantidad de los nuevos inscritos- eligieron a los alcaldes de las 345 comunas del país. Se produjo una abstención de 60,8%, a lo que hay que agregar 250 mil votos nulos y blancos. Conviene observar que votaron 825.826 ciudadanos menos que en las elecciones municipales del 26 de octubre de 2008, cuando la abstención -con voto obligatorio- ya alcanzaba al 17,4%.

Está claro que la abstención es masiva en los centros urbanos y entre los jóvenes. Sobre todo en comunas de niveles socio-económicos medios y altos. Su tramado político es variopinto: se abstuvieron importantes núcleos conservadores lo mismo que sectores de Izquierda, todo lo cual refleja el agotamiento del sistema. Con los locales electorales semivacíos -y mesas que no recibieron un solo voto durante el día-, la abstención alcanzó en algunas comunas al 78%. Un estrepitoso fracaso de una campaña en la prensa, radio y TV llamando a votar. La mayoría de los alcaldes de comunas urbanas fueron elegidos por una minoría. En Santiago la nueva alcaldesa representa sólo al 15% de los inscritos en la comuna. En otras, es todavía peor. En Arica -afectada por la corrupción municipal- la representatividad no alcanza al 11% y en Recoleta, Puerto Montt o La Reina supera levemente el 13%.

Estas cifras configuran un cuadro funerario para la «clase política». En particular para la Concertación ampliada, que se autoengaña porque esta vez aumentó su cuota de alcaldes y concejales. La Concertación y su acompañante presentó dos listas -el Partido Comunista fue en ambas listas y aportó su tradicional 6%-: consiguieron aventajar a la Coalición por el Cambio e invertir los resultados de 2008. En este panorama rutinario brilló por su ausencia el debate de ideas y la confrontación de proyectos. Destacaron excepciones en las comunas de Providencia, Ñuñoa y Santiago, donde tres mujeres -Josefa Errázuriz, Maya Fernández Allende y Carolina Tohá, respectivamente- desplazaron a alcaldes de extrema derecha. Providencia alcanzó relieve especial porque la candidatura de Errázuriz se gestó en las organizaciones vecinales y derrotó en primarias a los candidatos de la Concertación y de un sector liberal. Al cierre de esta edición aún era incierta la victoria de Maya Fernández, nieta del presidente Salvador Allende, en Ñuñoa.

Los motivos de la abstención son diversos y nadie los conoce a ciencia cierta. Hace falta un estudio muy profundo para sacar conclusiones que tengan validez de prueba. No obstante, al menos se puede afirmar que refleja la desafección del pueblo con el sistema que lo gobierna. Parte importante de la abstención -imposible de cuantificar ahora- corresponde al rechazo consciente al sistema de un sector que busca abrir camino a una alternativa. Proviene sobre todo de jóvenes como los que representa la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), que llamó a no votar. Es el reclamo de un cambio profundo en lo institucional, político y económico-social. Justamente los grandes temas que no se abordaron en la campaña electoral.

El entusiasmo de los jóvenes por participar en elecciones y ayudar a profundizar la democracia y promover la justicia social fue decayendo a medida que la Concertación se hundía en el pantano de sus inconsecuencias. La elección de Ricardo Lagos (1999) inauguró las «dos vueltas» en las elecciones presidenciales. Tanto Lagos como Michelle Bachelet llegaron a La Moneda gracias al 6% del PC. Pero ni siquiera ese salvavidas dio resultados en el segundo intento de Frei Ruiz-Tagle, en 2009. Probablemente tampoco alcanzará para reelegir a Bachelet el 2013. Será necesario mucho más, y a eso se debe el empeño de la Democracia Cristiana y el Partido Socialista por ampliar la Concertación hacia el centro e incorporar al PC y partidos francotiradores como el PRI -que se lo disputa a la otra derecha-, el PRO y el MAS(*).
La táctica que sigue la Concertación conducida por la DC y el PS ya consiguió derrotar a la tendencia «izquierdizante» (PPD y PRSD) y tiene muchas posibilidades de recuperar el gobierno. Su línea centrista salió fortalecida de las municipales. La lista PPD, PRSD y PC sólo obtuvo 13,70%, mientras DC y PS alcanzaron 29,40%. Por otra parte, la derecha económica está dando señales de su intención de trasladar su apuesta (y apoyo financiero) a la Concertación. En su lacrimoso editorial del 29 de octubre,
El Mercurio revela que el empresariado quitó el piso económico a la Coalición derechista. Dice: «Olvidadas por el sector privado las amargas experiencias de los años 70, esa fuente de financiamiento de la política es hoy virtualmente inexistente…».

La derecha política se ha mostrado incapaz de gobernar en los términos que exige el empresariado de este país. Se trata de una clase empresarial que se formó en dictadura, en el molde neoliberal y cuyos intereses -que han alcanzado fabulosas ganancias- fueron priorizados durante los gobiernos de la Concertación. El gobierno de Piñera -por cierto nada diferente a los de la Concertación-, sin embargo ha colocado al país al borde de la ingobernabilidad, haciendo peligrar los intereses de la clase dominante. La protesta social ha alcanzado a ratos grados de peligrosidad para el «orden» que requieren los buenos negocios. Ha quedado demostrado -desde esa perspectiva- que la derecha tradicional lo hace mucho mejor como oposición que en el gobierno. En cambio, una Concertación ampliada hacia el centro y con el PC a bordo, garantizaría la «paz social» que es la demanda básica de los empresarios.

Aunque la abstención fue un duro castigo para la «clase política», ésta todavía goza de buena salud debido a la ausencia de una alternativa que necesariamente debe ser de Izquierda, ya que la centroizquierda concertacionista representa lo mismo que la centroderecha aliancista. Las dos derechas, entonces, seguirán gobernando porque no ha nacido todavía la alternativa popular, democrática y patriótica capaz de alcanzar el poder. Se trata de un difícil proceso que tomará su tiempo. Las fórmulas artificiales para acelerarlo se han demostrado inútiles, cuando no contraproducentes. Sin embargo, se debe poner manos a la obra ahora mismo. Esto significa apoyar la protesta social para organizar, hacer conciencia, resistir y coordinar. Es el camino de construcción de una mayoría anticapitalista independiente. Ocho millones de ciudadanos han dicho que quieren un país distinto. También lo creen muchos que votaron por candidatos que encarnaron una propuesta diferente.

Una mayoría impresionante está por el cambio. En ese terreno hay que plantar la semilla de la alternativa popular.
 


(*) Partido Regionalista de los Independientes (PRI), una escisión de la DC. Alcanzó el 7,64% de los votos en las municipales. Está en conversaciones para un pacto con la Alianza. Partido Progresista (PRO), plataforma electoral de Marco Enríquez-Ominami, obtuvo 4,51%. Movimiento Amplio Social (MAS), plataforma electoral del senador Alejandro Navarro. Obtuvo 1,19%.
 
Editorial de «Punto Final», edición Nº 770, 9 de noviembre, 2012
<http://www.puntofinal.cl>