«¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema?» Esta pregunta la hizo en un evento público la viceconsejera de asistencia sanitaria de Madrid hace meses. Su frase expresa certeramente la sociofobia imperante en el conservadurismo liberal, cifrada en el desprecio y el odio a nuestros cuerpos. La pregunta inicial tiene más importancia de […]
«¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema?» Esta pregunta la hizo en un evento público la viceconsejera de asistencia sanitaria de Madrid hace meses. Su frase expresa certeramente la sociofobia imperante en el conservadurismo liberal, cifrada en el desprecio y el odio a nuestros cuerpos.
La pregunta inicial tiene más importancia de lo que parece, porque la democracia no se mide solo por los votos. La democracia alcanza una variedad de actos corporales: la libertad de manifestación, de reunión, de expresión o de sufragio. En cualquier constitución se recogen este tipo de actividades, así como el derecho a la protección de la salud, al trabajo y a la vivienda, fundamentales para el sostenimiento de nuestros cuerpos. Una democracia es una forma de vida y el voto solo es un acto mental en nuestras vidas, que pasa por la mano hasta depositar una papeleta en una urna, pero, mientras tanto, hay una multitud de actos comunes que hacemos con la cabeza, con las manos, con los pies.
Tras varias décadas de idealismo liberal, hemos olvidado que el materialismo democrático presupone el cuidado de los cuerpos: la educación es el cuerpo de la infancia y la juventud, la sanidad es el cuerpo de la enfermedad, el empleo es el cuerpo de la fuerza de trabajo, las pensiones son el cuerpo de la vejez, la dependencia es el cuerpo de la fragilidad extrema, la inmigración es el cuerpo venido de otras latitudes. Asimismo, el cuerpo de la mujer activa la democracia, desde el aborto hasta las relaciones laborales y afectivas. Por otro lado, el cuerpo de los muertos ignorados delimita la memoria de la historia de una comunidad.
Las pretendidas reformas estructurales son cortes y recortes de nuestras capacidades, amputaciones y laceraciones en el cuerpo, heridas y mutilaciones en nuestras vidas. Por eso, con el avance de la crisis los cuerpos se han ido visibilizando cada vez más: las filas de personas a las puertas de las oficinas de empleo y las familias desahuciadas. Simultáneamente, los cuerpos han buscado conectarse y recomponer su dignidad. Primero fue en las plazas del 15M, después en manifestaciones y mareas. Los escraches también constituyeron la exposición de los cuerpos afectados ante los cuerpos de los políticos, que a su vez respondieron con la interposición de los cuerpos policiales.
El liberalismo vende libertad, pero oculta los cuerpos. Aún y todo, al agotarse las fuerzas, el deterioro corporal puede manifestar verdades insospechadas. Cuando el rey Juan Carlos realizó una visita a Adolfo Suárez, enfermo crónico de alzhéimer desde hace varios años, lo primero que le dijo el ex presidente fue: «¿Tú también vienes a pedir dinero?». El monarca borbón le respondió con una gracieta fallida: «Vengo a donde sé que hay dinero». La verdad como degradación, los cuerpos sin memoria en una transición hacia la nada.
Fuente: http://www.noticiasdenavarra.com/2013/12/01/sociedad/odian-nuestros-cuerpos