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Sobre las hermanas Ana y Loyola de Palacio

Odio en la sangre

Fuentes: Rebelión

A pesar de creer estar curada de espantos, una se sigue quedando perpleja ante determinados acontecimientos. El tropezón de Fidel Castro es un hecho trivial para el futuro del planeta. Por ello, resulta curioso que el accidente de un personaje de la política internacional se convierta en una noticia relevante, pero sabemos cómo funciona esta […]

A pesar de creer estar curada de espantos, una se sigue quedando perpleja ante determinados acontecimientos. El tropezón de Fidel Castro es un hecho trivial para el futuro del planeta. Por ello, resulta curioso que el accidente de un personaje de la política internacional se convierta en una noticia relevante, pero sabemos cómo funciona esta sociedad-espectáculo que, en tiempos pretéritos, ya transformó en primeras planas las diversas caídas de Nancy Reagan en las escalerillas de los aviones, e incluso diseña programas de televisión que ofrecen los trompazos de los bebés japoneses filmados por sus propios padres.

Claramente, en el caso del tropezón de Fidel prima el gran interés de convertir su caída en una metáfora de la derrota de la resistencia cubana al sistema neoliberal, que se quiere imponer como el único posible. Es evidente que la continuidad de la alternativa cubana dependerá, no de que esté o no Fidel Castro, sino de la soberanía y voluntad de la sociedad cubana, de lo que ella quiera, del proceso de cambio que se haya operado en las personas y en las colectividades durante todos estos años de socialismo.

Puede resultarnos ridículo el afán de divulgar cada catarro, gastroenteritis o accidentes de los líderes que se oponen al neoliberalismo, pero desde luego no es nada nuevo ni, por supuesto, inocente.

Para mí, sin embargo, lo novedoso y delirante esta vez, no es que la rodilla del dirigente cubano ocupe los titulares de los periódicos. Eso era previsible, tanto, que el mismo Castro predijo su inevitable protagonismo en todos los rotativos según le ayudaban a levantarse. Me llama más la atención que una ex ministra española y vicepresidenta de la Comisión Europea, declare públicamente su deseo de que el accidente le hubiese provocado la muerte. Por una parte resulta hilarante el hecho de que alguien, que notoriamente carece de capacidad de hacer una crítica política basada en argumentos e ideas serias, reaccione como los gitanos que son parodiados con tan mal gusto por algunos humoristas (´ja te mueeeeeras’). No le vamos a pedir a estas alturas a la ex ministra poesía en sus palabras, pero hubiese quedado mejor algo parecido a lo de «ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve.» y no esas declaraciones cutres y rastrerillas.

Si unimos a estas penosas declaraciones las que otra ex ministra, miembro del mismo partido político y hermana de ex ministra a la que nos referíamos en las líneas anteriores, realizó ante los primeros bombardeos en Iraq, nos encontramos de bruces con uno de los más radicales fundamentalismos, ése en el que neoliberalismo y catolicismo se amalgaman en una doctrina escalofriante. La hermana de la que ahora lamenta que Castro no se encuentre de cuerpo presente, en lugar de con la rodilla escayolada, en aquel momento manifestaba su convencimiento de que las masacres en los mercados y espacios públicos en Iraq, eran un acierto, tal y como demostraba el hecho de que a partir de estos ataques, españoles y españolas, por muy en contra que estuviésemos, podíamos observar cómo subía la bolsa.

Las personas que, como las hermanas ex ministras, son capaces de verbalizar sentimientos rechazados por la moral de cualquier cultura, dan miedo. Ellas, sólamente son las que «meten la pata», la puntita del iceberg del neoliberalismo feroz que se erige como adalid de la democracia. Son demócratas que desean la muerte de quien ni piensa, ni actúa como ellas, son demócratas que se atreven a decir que la mejora de los indicadores de la especulación bursátil disuelve las responsabilidades en las masacres de civiles en Iraq.

Me pregunto de qué papilla se habrán alimentado ambas hermanas, a qué habrán jugado de pequeñitas, qué pesadillas habrán tenido, qué besos no les habrán dado, quién les habrá robado el mes de abril, para ser tan malas, como las malas de las telenovelas.

Me pregunto si sus confesores creerán en su sincero arrepentimiento, cuando impongan la penitencia que limpie tanta atrocidad, tanto pecado. Me pregunto si por el contrario, habrán pactado con el diablo, y como Dorian Gray, guardan celosamente en sus casas algún retrato que refleje, con toda su crudeza, la fealdad y la miseria de sus acciones.

Quizás actúan así, sin disimulo ninguno, porque su confesor les ha dicho que ya no hay remedio, que la cuota de maldad está superada con creces y que hagan lo que hagan van a ser expulsadas del paraíso y arrojadas al más tenebroso de los infiernos. Quizás, desde la más absoluta de las desesperanzas, y después de haber vendido su alma al mercado, practican como filosofía política el «de perdidos al río» y vomitan, sin control ninguno, sin careta puesta, el odio que los mercaderes de la vida, los neoliberalistas, sienten por la Humanidad.