Homenajeando a los hermanos Marx y al escritor Ovidi Montllor, la noche del 24, el jueves pasado, un grupo bastante numeroso de personas ocupó el Liceo de Barcelona, símbolo de los amos, los banqueros, los propietarios, los poderosos y sus respectivas esposas, o sea, de las «mejores familias» de la ciudad. Era noche de estreno. […]
Homenajeando a los hermanos Marx y al escritor Ovidi Montllor, la noche del 24, el jueves pasado, un grupo bastante numeroso de personas ocupó el Liceo de Barcelona, símbolo de los amos, los banqueros, los propietarios, los poderosos y sus respectivas esposas, o sea, de las «mejores familias» de la ciudad. Era noche de estreno. Gente bien vestida, cámaras de TV atentas al acontecimiento y a los personajes famosos; copetín y ambiente de gala. Mientras esto ocurre en el interior del teatro, un grupo numeroso de ciudadanos -sin protagonismos pero en absoluto anónimos- se agrupan en las cercanías y caminan decididos hacia el templo. Van a pasar una noche en la Ópera. Al llegar a la fachada principal del Liceo iluminado y flanqueado por sus porteros, entran como un torrente y, sin forzar apenas las barreras de seguridad -pero imparables-, atraviesan el hall de entrada y lanzan octavillas y despliegan una pancarta «Contra al especulación urbanística» – «El Liceo, zona verde», al tiempo que arrojan gallinas tailandesas compradas en las Ramblas que al caer se enganchan de los abrigos de pieles de alguna señora.
Gritos, bocinazos, silbidos, desconcierto en el hall, responsables con walki-talki en mano sin saber qué hacer -«por favor, márchense…ustedes no pueden estar aquí…»- Pero los okupantes, pacíficos y ruidosos, siguen su camino hacia el interior del teatro, suben decididamente las escaleras y ya en la primera planta abren una a una las puertas de los palcos -santuarios de la cultura privada y privativa de unos pocos- y los hacen suyos entremezclándose con el público perplejo, a la vez que lanzan sus consignas, silban, hacen sonar bocinas y vuelven a desplegar la pancarta reivindicativa en el escenario. El público, atónito y expectante parece preguntarse: ¿Oh Dios, han vuelto los anarquistas? Y es que el subconsciente histórico de esta ciudad asocia fácilmente el Liceo de Barcelona con notorias acciones anarquistas…
«Pero qué queréis? …A mí también me gustan las zonas verdes…». Ingenuidad, idiotez, o ceguera del que no quiere ver, y menos, pensar… El cámara de TV1 no sabe dónde poner el foco, debía pensar que era la noche de su vida, la que le sacaría del tedio de los retratos de los políticos catalanes dándose la mano con el presidente de Repsol y le haría vivir un acontecimiento único y excitante… Pero en el Liceo no se tiraron bombas -como otras veces había ocurrido a lo largo de la historia- ni se robaron lámparas ni candelabros, ni se pisotearon las butacas, ni se expropió ningún abrigo de pieles, ni se agredió a nadie… Los okupantes, en absoluto desarrapados de la tierra aunque sí comprometidos con la lucha por un mundo más justo, no descargaron su ira contra el edificio ni sus muebles, puesto que «la aversión por el edificio no es por los espectáculos artísticos que en él se desarrollan, sino por la gente que acude»…
En una acción que no duraría más de 15 minutos, la gente de la calle se habían hecho dueña de la situación… Sí, «nosotros, aquellos a quienes llaman los otros, gritamos contra los bancos, las finanzas, el oro, los negocios, las Bolsas y los millones», gritamos contra «esos Palacios nauseabundos para las antiguas y nuevas élites -rango, fortuna, clase, seny– mientras los miserabilizados de antes y de ahora son arrinconados en el Raval, en Barcelona y en todo el mundo». «Estamos aquí para deciros que exigimos la transmutación del Liceo en un símbolo distinto; para convertirlo en, por ejemplo, un Ateneo popular -donde se podrían continuar desarrollando las mismas actividades que hasta ahora sólo que con un público más digno y sensible (como los obreros que en 1936 lucían sus mejores trajes para ir a los conciertos gratuitos de música clásica en el Palau Nacional de Montjuïc)- o, si esta opción no fuera viable, tirar el edificio y aprovechar el solar para hacer una zona verde». Para la gente. Porque estamos donde estábamos en el siglo XIX y también en julio del 36; porque estamos donde estábamos bajo el fascismo, y también desde fines de los 70. Y porque ellos son los mismos de siempre… y nosotros también: Somos los mismos de siempre, hartos de «pasar por un solo camino habiendo tantos otros»…
Y así, tras un acto corto, limpio, potente e intenso, la gente se fue marchando, abandonando el lugar sin prisas y dejando tras de sí un Gran Teatro del Liceo en noche de estreno impregnado de dignidad y sobre todo, del alegre y enérgico reclamo de una auténtica justicia social para todos.