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Erotismo y literatura

Olfatear la mugre ajena

Fuentes: Rebelión

Una lacra del mundo contemporáneo es la prensa del corazón, los tabloides escandalosos, las revistas de intimidades. Mucha inmundicia se esconde tras este husmear en la vida privada ajena. Ciertas audiencias contemporáneas no desean turbarse con ideas penetrantes, con nuevos aportes al paladeo estético, no desean inquietarse reflexionando, quieren que las arrullen con disipaciones, que […]

Una lacra del mundo contemporáneo es la prensa del corazón, los tabloides escandalosos, las revistas de intimidades. Mucha inmundicia se esconde tras este husmear en la vida privada ajena. Ciertas audiencias contemporáneas no desean turbarse con ideas penetrantes, con nuevos aportes al paladeo estético, no desean inquietarse reflexionando, quieren que las arrullen con disipaciones, que las aparten de su monótona rutina.

Hoy cierto público abre los periódicos, ve televisión y va al cine no para satisfacer un deseo de profundización del pensamiento, no para ilustrarse o abrir ventanas a la cultura sino para satisfacer un morboso apetito de frivolidades, de groseras intromisiones, de estúpidas superficialidades, de degradante violencia. Esa curiosidad insana mantiene floreciente una industria de la deshonra. Es cierto, como ha sido dicho, que olfatear la mugre ajena hace más llevadera la jornada del puntual empleado, del aburrido profesional y la cansada ama de casa.

Maurice Girodias, fundador de Olympia Press, fue durante tres decenios un refugio para todas las audacias del erotismo literario. Girodias fue el editor de Henry Miller, quien junto a James Joyce y D.H Lawrence estuvieron sometidos a limitaciones de circulación por decisión de tribunales estadounidenses.

Cuando Silvia Beach, patrocinadora de la librería Shakespeare & Co., decidió publicar «Ulises» no supuso que su acción engendraría una larga batalla legal contra una decisión de los tribunales para impedir que la obra fuese distribuida en Estados Unidos. Procesos judiciales y prohibiciones impidieron que esas obras fuesen conocidas en su tiempo en América y circularon en Europa casi clandestinamente. Los vetos y censuras finalmente se desecharon, decenios después y «Trópico de Cáncer», «El amante de Lady Chatterley» y «Ulises», asumieron a su debido tiempo la condición de clásicos literarios de nuestra era. Si la represión a los amantes de la Erótica fuese puesta en práctica de manera generalizada pudieran ser proscritas las obras de Catulo, Safo y Ovidio, y las de Chaucer, Rabelais y Bocaccio.

El «Gamiani» de Alfredo de Musset es una de las novelas de más arraigada voluptuosidad que hayan sido escritas. En su tiempo tuvo más de cuarenta ediciones. No fue ajena al éxito de De Musset el asesoramiento y colaboración de su amada George Sand de quien tomó los rasgos de su personaje literario. En el pasado siglo XX figuras de la talla de Barbusse, Celine, Jarry, Drieu la Rochelle y Edmond de Goncourt han sido autores de obras eróticas. Una de las figuras cumbre del género ha sido Pierre Louÿs. Un marxista como Luis Aragón escribió «El sexo de Irene», Georges Bataille compuso «Historia del Ojo» y Pauline Reage (quienquiera que se encubra con ese seudónimo) imaginó la celebrada «Historia de O», de la cual se realizó hace más de un decenio un exitoso filme. En la literatura francesa del diecinueve abunda la Erótica con un amplio registro que va desde los «Cuentos droláticos» de Honorato de Balzac y «La pequeña Roque» de Guy de Maupassant, (que escribió abundante pornografía con el seudónimo de Guy de Valmont), hasta los poemas de «Femmes» de Paul Verlaine, impresos clandestinamente en París en 1890; desde Stendhal y sus Escritos eróticos hasta Teophile Gautier y su «Mademoiselle de Maupin».

Los grandes clásicos siguen siendo, desde luego, el marqués de Sade con su novedosa introducción literaria del castigo como estimulante de la sensualidad, y Restif de la Bretonne con su inusual podofilia, (no confundir con pedofilia, a la que tampoco fue ajeno). Con el obsesivo puritanismo de los dictadores Napoleón ordenó destruir todos los ejemplares de la «Justina», del insólito marqués, tan pronto llegó a ser Primer Cónsul.

Hay que distinguir entre la Erótica, que es un género literario y el erotismo, que es el amor sensual o el carácter de aquello que excita el apetito sexual. La buena literatura erótica requiere talento y evita la chabacanería y los lugares comunes; nunca corrompe y escandaliza sólo a los melindrosos. A pesar de hostigamientos, censores y hogueras, de tribunales y escarmientos, el hombre no dejará nunca de explorar todas las posibilidades de la inteligencia, incluido el imaginativo regocijo del disfrute sensual usando los primores del lenguaje.

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