El día 26 de noviembre por la tarde, un despliegue importante de policías secretas detuvo a Tinito la Calma en la plaza de Cabestreros del barrio de Lavapiés de Madrid. No es fácil hacerse una idea del punto de vista de la policía. Desde la perspectiva de los que vivimos en el barrio, Tinito es […]
El día 26 de noviembre por la tarde, un despliegue importante de policías secretas detuvo a Tinito la Calma en la plaza de Cabestreros del barrio de Lavapiés de Madrid. No es fácil hacerse una idea del punto de vista de la policía. Desde la perspectiva de los que vivimos en el barrio, Tinito es un trabajador social infatigable con el que todos estamos en deuda. Cantando, recitando, componiendo poesías o, sencillamente, saludando a la gente, Tinito ha logrado colocarse en el centro mismo de la convivencia de todas las culturas, razas, religiones y costumbres de este barrio único del cosmopolitismo.
No creo que en ningún lugar del mundo (a excepción de la Asamblea General de las Naciones Unidas) se encuentren mezcladas en tan poco espacio tantas patrias, tantas clases sociales, tantos dioses, tantas edades y tantas formas de decir hola o adiós. Marroquíes, chinos, españoles, senegaleses, ecuatorianos, rumanos, bolivianos, pakistaníes, bengalíes, mexicanos, kurdos, palestinos o turcos se reparten una veintena de calles y cuatro o cinco plazas. Una bomba de relojería social, que dirían los sociólogos. O un milagro cultural sin precedentes, quizás. En el epicentro de todo ello está siempre Tinito la Calma. Probablemente, gracias a él se han evitado varias guerras civiles en las calles de Lavapiés. Sin duda que también en gran parte gracias a él los vecinos podemos bajar tranquilos por Mesón de Paredes, una calle que hace no tantos años tenía tan mala fama que algunos taxistas se negaban a entrar. No me cabe duda de que gracias a Tinito muchos jóvenes y adolescentes se han aficionado a la música, la poesía, la fotografía o el teatro. Todo un milagro en un barrio en el que hace años nos acostumbramos a ver a los niños esnifar pegamento desde los doce años. No es fácil explicar cómo logra Tinito todas estas cosas. Ocurre con él, un poco, lo que ocurría con Sócrates. Sócrates no hacía nada de particular, no sabía nada, no enseñaba nada, no predicaba nada, no daba consejos. Simplemente estaba ahí todo el rato, en mitad de la plaza, y hablaba con la gente. Un día lo llevaron a juicio y lo condenaron a muerte. No hay manera de saber qué delito había cometido, ni por qué inquietaba tanto su forma de dialogar. De Tinito no se puede tampoco decir mucho más: está ahí, simplemente, saludando, hablando, cantando, recitando. No se sabe en qué consisten su genio pacificador o sus dotes de trabajador social. Probablemente el secreto de su éxito reside, tan sólo, en que ha conseguido ponernos a todos de buen humor.
Excepto, por lo visto, a la policía.
En el momento de su detención, justo cuando le subían esposado al coche de la policía, no había ninguna cámara que pudiera inmortalizar ese momento, una foto que habría valido más que mil palabras: dos docenas de niños del barrio, algunos muy pequeños, gritaban a coro: ¡Viva Tinito! ¡Viva Tinito!
Si algún día llevan a juicio a Tinito, pedimos al juez que pregunte a esos niños por qué lo hacían. Por qué, para los niños de cinco o seis años de este barrio, no había duda alguna, de quiénes eran los buenos y quiénes los malos el día en que los policías detuvieron a Tinito.
Página de Tinito la Calma: www.myspace.com/tinitolacalma