El autor muestra, con algunos ejemplos tomados de libros de texto, la influencia que los estudiantes pueden recibir más allá de las materias curriculares.
Uno de los fines irrenunciables que debe perseguir la enseñanza es formar mentes críticas, capaces en un futuro de hacer pasar el mundo que nos rodea por el tamiz de la reflexión crítica y analítica. Pero una de las herramientas que utilizan para tales objetivos contiene defectos de fábrica: los libros de texto.
Con estos y la elección de contenidos se puede influenciar de manera notable en tres ámbitos principales: la toma de partido ideológico, el fomento del consumismo y la educación en valores. Para argumentarlo repasamos algunos ejemplos extraídos de libros de texto de inglés de las editoriales Burlington Books, MacMillan, Heinemann, Longman y Oxford, lo cual no quiere dar a entender que otras editoriales queden exentas de las mismas o similares manipulaciones.
Toma de partido ideológico
Si toda toma de postura puede considerarse política, por lo que tiene de orientación directa hacia una determinada ideología, su omisión lo es también en la medida en que contribuye a dejar los problemas existentes incólumes sobre la mesa.
La excusa del aprendizaje del inglés y del estudio de las instituciones británicas es la coartada perfecta para el adoctrinamiento en clave monárquica. Pocas, por no decir que apenas ninguna, son las editoriales que se sustraen a la inclusión de fotografías y textos de la familia real británica. Los bobalicones artículos sobre la casa real británica llegaron al límite de lo tolerable en un libro de hace algunos años, en el que con el fin de ejemplificar en una lectura el uso de la estructura «there is/are» y del presente simple, se cantaban las excelencias del palacio de Buckingham: «600 habitaciones y tres millas de carpeta roja», 300 relojes y un conjunto de 700 personas trabajando en el mismo.
El profesor, entonces, decide realizar un ejercicio: «Vamos a estudiar la forma there is/are. A continuación leed el texto con atención y escribid al cabo un breve párrafo en el que deberéis indicar el número de habitaciones del palacio de Buckingham, y al lado el de vuestra propia vivienda, la cantidad de sirvientes en el uno y en la otra, y así sucesivamente con todos los aspectos que sean comparables a partir del texto». Tras la conclusión del ejercicio propuesto, el profesor pudo comprobar cómo la admiración inicial se trocó en un leve, pero audible, tono de queja ante el reparto injusto de la riqueza.
En otro libro de 4º de la ESO podemos encontrar otro edificante ejemplo en la misma línea ideológica. En esta ocasión se trata de que los alumnos vean el uso del pretérito perfecto en acción, para lo que se les ofrece el ejemplo de una postal de una turista que acaba de visitar el Taj Mahal. Pero en esa postalita inocente no se nos habla de la sangre, sudor y tributos que les costó a muchos miles de personas su construcción, mientras que en cambio sí se resalta que es un símbolo del amor que el emperador Shah Jahan sentía hacia su fallecida esposa.
Educación en valores
Lo dicho anteriormente contribuye de por sí a la educación en valores de una determinada ideología. De poco sirve que se arguya que estos libros también contienen lecciones sobre ecología, los peligros de la anorexia, la adicción al consumo desenfrenado o el respeto a otras culturas. Por otra parte, ¿no es obligación de los libros escolares incidir en las formas de crear una ciudadanía sana y bien informada? Pues la respuesta parece ser que no.
Por doquier nos topamos con personajes sacados del mundo de la moda, el cine o la prensa rosa. Y si no, ¿qué pintan el Príncipe Carlos de Inglaterra, Arnold Schwarzenegger, Brad Pitt o Cameron Díaz a la hora de hablar sobre el medioambiente, o de los automóviles híbridos? ¿No existen otros modelos sociales y culturales para hablar de algo que sí plantea beneficios para todos?
Los derechos humanos nos gustan a todos. Ahora bien, ¿de cuáles hablamos, de los de las democracias populares cubana o nepalesa o de los de la monarquía de Mohammed VI y del poder financiero para poder lucrarse a sus anchas? No se trata de excluir, se trata de integrar visiones del mundo diferentes que contribuyan a mejorar el desarrollo analítico y crítico del estudiante. Demasiado tendencioso es ya el entorno como para contribuir a ello desde los libros de texto.
Fomento del consumismo
La exigencia, a veces poco realista, de mantener motivados a los alumnos durante todas y cada una de las clases que constituyen un largo curso escolar, de buscar nuevas maneras más originales y divertidas de dar las clases, ha llevado a las propias editoriales a una alocada carrera por ver cuál es la que primero es capaz de editar un libro que reúna las virtudes mencionadas. Esto no tiene que ser malo en sí mismo, seguramente es todo lo contrario, de no ser por la forma en que se quiere hacer. En otras palabras, los libros incluyen páginas de indudable acierto, que reúnen tanto la exigencia educativa adecuada, como la búsqueda de actividades más ligeras y atractivas. Pero resulta que no son pocas las veces, sino que por el contrario es una tendencia que va en aumento, en que el modelo de contenidos pensados para «enganchar» al estudiante sigue un patrón consumista y bien poco escrupuloso.
Los artículos de alta tecnología se han ganado por derecho propio un espacio considerable entre las ansias de consumo juvenil: teléfonos móviles, MP3, cámaras digitales, etc. Un problema añadido es el de la publicidad directa de estos aparatos, que pueblan líneas y líneas de lecturas y ejercicios. Como en un libro, de nuevo para la ESO, en que Nokia pide a estudiantes de arte y diseño que diseñen sus móviles de ensueño, o en el que se presenta un lector de libros digitales de Sony.
Lo que entronca directamente con el siguiente problema: la falta de escrúpulos que demuestran muchas editoriales al recurrir, por acción o por omisión de un modelo más ético de selección editorial, a la publicidad directa o indirecta y subliminal, en sus libros.
Otro ejemplo, en un libro de 1º de Bachillerato se quiere familiarizar a los alumnos con la globalización, para ello se muestra una serie de marcas y logotipos pertenecientes a Burger King, Zara, Gap, Dunkin Donuts, Mago o IKEA. Una cosa es tratar de seguir una línea ‘políticamente correcta’ de iniciación a un tema de actualidad y otra bien distinta es promocionar símbolos archipresentes y de todos conocidos. Un símbolo sólo refuerza en el subconsciente la presencia o necesidad de un modelo, idea o forma de vida, pero característicamente nunca o casi nunca podrán hallarse una hoz y un martillo o la bandera rojinegra. Aunque en honor a la verdad hay que decir que las organizaciones ecologistas, o una parte de ellas, sí han hallado cabida.
Ante esta situación, podríamos optar por saltarnos por las buenas las páginas sospechosas de contenidos publicitarios o de marcado cariz ideológico, pero como nuestra función no es la de adoctrinar, sino la de conformar un pensamiento crítico, debemos procurar que nuestros estudiantes cotejen, evalúen y saquen sus propias conclusiones, proporcionándoles información alternativa, o los medios para que se la procuren.
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