Para acertar pronósticos, vaticinar resultados, ganar apuestas (en deportes, en política, en meteorología o incluso en un sorteo), se debe ser una de dos cosas: alguien con la misma suerte que Carlos Fabra el día de Navidad, o un experto en la materia en la que se quiera arriesgar. Parece que el arte de la […]
Para acertar pronósticos, vaticinar resultados, ganar apuestas (en deportes, en política, en meteorología o incluso en un sorteo), se debe ser una de dos cosas: alguien con la misma suerte que Carlos Fabra el día de Navidad, o un experto en la materia en la que se quiera arriesgar. Parece que el arte de la adivinatoria no es algo con que los economistas hayamos sido dotados. Caso tragicómico es el del fenomenal economista Irving Fisher, referencia de la escuela monetarista de Chicago, quien comentaba poco antes del crack de 1929 que «las acciones han alcanzado lo que parece ser un nivel alto permanente». Pocas semanas después Estados Unidos entraba de lleno en la Gran Depresión. Casi un siglo más tarde, en 2006 y 2007, la clase social dominante transmitía a la sociedad sus perspectivas de altas tasas de crecimiento para los siguientes años. Todavía hay alguno queriendo ver brotes verdes en una economía en llamas.
Quizás el haber echado la vista atrás para estudiar episodios pasados habría ayudado para hacer proyecciones más realistas. El entender el presente económico como la consecuencia de una serie de hechos y azares del pasado nos ayuda a comprenderlo mejor y, aventurándonos un poco, a hacer pronósticos de futuro no muy descabellados. Por eso, observando que las recetas económicas de hoy son casi las mismas de ayer, miro el panorama actual y me atrevo a hacer un pronóstico para el de mañana: España estará peor preparada para hacer frente a las próximas crisis que la golpeen.
La historia reciente del capitalismo es una historia de crisis económicas. Algunas más fuertes que otras, sectoriales, regionales, o globales, pero crisis recurrentes al fin y al cabo. A un periodo de aparente aumento de la riqueza, con incremento de los niveles de consumo e inversión, le sigue siempre otro de perspectivas negativas, en el que lo agentes que hayan resistido buscan desendeudarse y tener liquidez frente a lo que pueda pasar. Las comparaciones geográficas y cronológicas nos muestran que, curiosamente, una mayor regulación pública de la economía capitalista en detrimento del libre funcionamiento de los mercados, suaviza los ciclos y permite una acumulación de capital más estable, o sea, una menor virulencia de las crisis.
La crisis actual, ha permitido distinguir en la zona euro, dos modelos de países que han sufrido sus efectos con diferentes intensidades. Por un lado están las economías de Estados fuertes como Alemania o Francia, donde el peso económico del sector público es relevante al mismo tiempo existe un modelo de crecimiento trabajado en la oligarquía política y burguesa, sostenido por un colchón social llamado Estado de Bienestar. A éste primer grupo, la crisis le ha sacudido fuertemente, pero de un lado la estructura productiva sólida, y de otro lado, las prestaciones sociales y el elevado gasto público, han amortiguado la caída y asegurado una normalidad económica relativa. Por otro lado, países como los de la llamada Europa mediterránea (Grecia, Portugal, España y Portugal) han construido, aprovechando la bonanza de los años 90 y comienzos del siglo XXI, una economía basada en sectores productivos débiles arrebatando conquistas sociales históricas para entregárselas al capital (tiempo de trabajo, indemnización por despido, seguridad laboral…). Este tipo de economías, lejos de amortiguar los efectos de la crisis, los han multiplicado.
A partir de ese razonamiento, me temo que existen motivos para temer que el pronóstico realizado anteriormente se confirmará con el tiempo: España será todavía más vulnerable a las crisis futuras. Si hemos visto a dónde nos han llevado las políticas «desregularizadoras» del pasado, lógico es creer que la acentuación de las mismas en la actualidad nos hará todavía más frágiles ante los periódicos procesos de crisis. Encontramos ejemplos de estas políticas de Estado todos los días al ojear el periódico: la reducción del ingreso y gasto público, la privatización de empresas, la supresión de ayudas a la I+D+i y al sistema de universidades públicas en general, la liberalización progresiva del mercado laboral, Eurovegas… Sí, sí, el culebrón Eurovegas es, sin duda una política de Estado que fomenta una España de hambre y pandereta.
Es evidente el daño que provocará este «experimento» de forma directa: ataque al medio ambiente regional (sea en Madrid o en Cataluña), condiciones especiales (especialmente duras, se entiende) para la contratación de trabajadores, desvío de fondos públicos a la dotación de infraestructuras al megacasino, riesgos evidentes de destrucción del tejido social por los peligros de la implantación de la cultura del juego en el vecindario… Parece que esta inversión presentada en forma de chantaje va a gozar de ciertos privilegios fiscales, sociales y medioambientales con respecto a otras actividades productivas en el mismo Estado. Una especie de paraíso para el capitalista.
Sin embargo, existe un riesgo potencial que no reside en esos efectos inmediatos y manifiestos sino en el discurso político-económico que a partir de él se cree para la economía del país. Y es en este riesgo que me baso para formular el pronóstico con el que empezaba mi análisis. Sea donde sea que se construya ese monstruo, habrá una creación inmediata de puestos de trabajo: primero en construcción (ladrillo e infraestructura) y posteriormente en la actividad hostelera y de juego y todo lo que de ella depende. 20.000 según algunas fuentes, 230.000 según la presidenta de la Comunidad de Madrid, son los puestos de trabajo que se pueden crear en un contexto de desempleo histórico en el reino de España. Es como lluvia en el desierto. Rápidamente el paraíso fiscal, social, lúdico y etílico pasará a ser el referente de España en desarrollo y creación de empleo. Volveremos a atraer a europeos ávidos de perder sus ahorros en nuestras tragaperras.
Las conclusiones no se harán esperar. Aquella misma oligarquía que nos trajo a estos lodos apostará por hacer de España un inmenso paraíso del capital, tratando de equiparar las condiciones del resto del territorio a la «excepción» de Eurovegas. Nosotros, necios, ya nos habremos olvidado de la lección de esta crisis y adoptaremos el discurso de nuestra clase política, fijándonos más en los 20.000 puestos creados por un bendito yanquee con pasta, que en los 5 millones de desempleos que ha supuesto un modelo económico podrido por dentro. Y querremos hacer de España una gran «excepción» fiscal, social, ecológica y humana.
Creemos que las políticas que pueden tener éxito para un individuo, para una familia, para una empresa… tienen el mismo resultado si son aplicadas de forma general en la vida económica. Y por eso tanta reducción de salarios, tanta rebaja en las condiciones de despido, tanta represión de los trabajadores que protestan. Conceder más espacios de regulación de la vida económica al mercado en detrimento de las instituciones públicas hace al régimen de acumulación de capital mucho más inestable, exponiéndo por tanto a la población a crisis más severas. Por eso, desafortunadamente, creo que voy a apostar doble por el pronóstico que hacía al comienzo: no hemos aprendido nada y la próxima caída será con más fuerza.
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