Los aplausos de Pablo Iglesias -mientras los representantes de Izquierda Plural abandonaban el hemiciclo- al discurso del Papa Francisco en el Parlamento Europeo el pasado 25 de noviembre han provocado algunas críticas dentro de la izquierda en general y entre algunos de los inscritos y simpatizantes de Podemos. No hay nada descabellado en ello, pero […]
Los aplausos de Pablo Iglesias -mientras los representantes de Izquierda Plural abandonaban el hemiciclo- al discurso del Papa Francisco en el Parlamento Europeo el pasado 25 de noviembre han provocado algunas críticas dentro de la izquierda en general y entre algunos de los inscritos y simpatizantes de Podemos. No hay nada descabellado en ello, pero quizás conviene decir algunas palabras al respecto. De entrada, creo que todos estaremos de acuerdo al menos en dos cuestiones. La primera es que las declaraciones de Bergoglio sobre el aborto y las abortistas son no sólo rechazables sino inadmisibles. La segunda es que a Pablo Iglesias también se lo parecen. Ni Pablo Iglesias comparte esa declaración ni esa declaración compromete en absoluto la nítida posición de Podemos sobre el aborto y el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo.
La reflexión -ahora bien- debe ir mucho más lejos. En plena crisis de la Iglesia, que perdía fieles frente al islam, el evangelismo y la izquierda latinoamericana, en medio de los escándalos de corrupción económica y sexual que asolaban el Vaticano, el Papa Francisco -buen lector de Gramsci, el cual era, a su vez, un sutil y casi envidioso «vaticanista»- ha emprendido una radical reforma de la Iglesia desde dentro, tan radical y tan incuestionable que ha activado numerosas y ásperas resistencias internas. En esto se parece a Podemos: en parte por pragmatismo, en parte por sensibilidad, en parte por presión de la gente, el Papa Bergoglio está ajustando su discurso y sus medidas a un sentido común que está muy a la izquierda de la doctrina y las prácticas, reaccionarias y elitistas, de sus dos predecesores -y de las inercias históricas del Vaticano. Hasta el punto de que casi la única continuidad que lo vincula aún al pasado (¡que no es poco!) tiene que ver precisamente con el aborto, una cuestión que a la mayor parte de los católicos europeos preocupa mucho menos que a los latinoamericanos. Rafael Correa, presidente de Ecuador y muy afín en cuestiones políticas y económicas a Podemos, es tan fanáticamente antiabortista, por ejemplo, como el Papa -y Evo Morales mucho más homofóbico.
En definitiva, nadie puede negar que el Papa Francisco ha dado un «escandaloso» hachazo al legado más reaccionario de la Iglesia. En términos sociales es innegable. Nadie con sensibilidad de izquierdas puede dejar de estremecerse ante el discurso contundente, desafiante y poéticamente subversivo con el que abrió en Roma, el pasado mes de octubre, el Encuentro Mundial de Organizaciones Populares. Ojalá tantos que se dicen socialistas se expresaran de ese modo («en general detrás de todo eufemismo hay un crimen»). Pero no es sólo la cuestión de la pobreza, la desigualdad, la vivienda o el paro -y el capitalismo que los genera. También se ha atrevido a detener e invertir la retrógrada corriente milenaria en cuestiones más ideológicas y culturales y, por eso mismo, mucho más sensibles: la homosexualidad, por ejemplo, y la igualdad de género. Todos estos atrevidísimos pasos, ¿merecen nuestro apoyo o deben ser olvidados y descalificados por sus intolerables posiciones sobre el aborto?
Cabe responder que un ateo de izquierdas no tiene por qué ocuparse de las palabras del Papa, pero un ateo de izquierdas empeñado en transformar su país desde la justicia social y la democracia, con la gente y desde la gente, no puede ignorar a los millones de católicos que han vivido con angustia la contradicción entre su obediencia al Vaticano y sus convicciones políticas personales; esos millones de católicos que ahora se sienten muy aliviados con este viraje histórico de Bergoglio. Los cristianos que quieren cambiar España y cambiar la Iglesia saben que les queda un largo camino, pero quieren creer que puede ser el mismo camino. No se trata de que Podemos apoye al Papa. Se trata de que Podemos apoye a todos los hombres y mujeres que están convencidos de que otro mundo y otro dios son posibles y que consideran que Podemos es un lugar idóneo para conjugar esta doble tarea. Cuando dos cuerpos se tocan los dos sienten la sacudida. En mi opinión el aplauso de Pablo Iglesias fue sincero y al mismo tiempo muy inteligente. No fue una concesión sino una intromisión y hasta una reclamación. Pablo Iglesias, con ese aplauso, se convertía así en el portavoz del ala cristiana de Podemos, de los cristianos de izquierdas que votan o van a votar a Podemos. El Papa se lo mereció a ratos ese aplauso. Pero los que lo merecen siempre son todos aquellos que se sienten y actúan como cristianos y critican a la Iglesia desde dentro mientras, como ciudadanos responsables, quieren cambiar el régimen del 78 desde fuera.
Con el papa Francisco los cristianos sensatos han dado grandes pasos. Si la Iglesia sigue siendo una matriz privilegiada de hegemonía cultural e ideológica, desde Podemos debemos ayudarles en esa dirección. En la central cuestión del aborto contamos con la ventaja en España de un consenso amplio y transversal, como lo demuestra el fracaso y la dimisión del radical Ruiz Gallardón. Aplaudir al Papa es engranar con un sentido común que, desde esa matriz de hegemonía, quiere cambiar también España. ¿No sería bonito echar a la derecha de la Moncloa y de la Iglesia al mismo tiempo? Podemos, en todo caso, no puede ni penalizar a los creyentes ni desdeñar ninguna posibilidad -ninguna- de engranar con el sentido común -como engrana una rueda en el eje- para desplazarlo hacia la izquierda. No se trata de que Podemos apoye al Papa sino, al contrario, de que el Papa apoye a Podemos. ¿El abrazo del oso? Es que Podemos debe aspirar a ser el oso.
Personalmente, la verdad, criticaría a Podemos por otros motivos. Desde el principio su estrategia declarada -inútil sin un mínimo de sinceridad- ha sido la de ajustar sus intervenciones a la fórmula recogida en el arranque de este cuento que ahora me invento: «había una vez un oso de izquierdas que volvía de izquierdas a todos los que abrazaba». Si el oso se vuelve de derechas no será, desde luego, por haber abrazado al Papa.
Fuente: http://blogs.publico.es/dominiopublico/11842/pablo-iglesias-y-el-papa/