Cuando Pablo Neruda regresó a Chile en 1952, ya nunca volvería a ser diputado ni senador por el Partido Comunista. No quiso que se le volviera a designar candidato. Pero Neruda mantuvo su compromiso con el Partido, al que ofreció su apoyo como personalidad pública reconocida en todo el mundo, por su obra y también […]
Cuando Pablo Neruda regresó a Chile en 1952, ya nunca volvería a ser diputado ni senador por el Partido Comunista. No quiso que se le volviera a designar candidato. Pero Neruda mantuvo su compromiso con el Partido, al que ofreció su apoyo como personalidad pública reconocida en todo el mundo, por su obra y también por sus viajes (en algunos casos de diez meses). En ningún caso Neruda se desvinculó de la política: apoyó a Salvador Allende en cuatro campañas presidenciales. Además de mancharse en el barro de la política chilena, destacaba su visión antiimperialista, de hecho, «Canto General» es realmente una gran oda a América. «Todas las riquezas naturales de América Latina, el petróleo, el cobre el hierro… no pertenecen a los pueblos, sino a los imperialistas de Estados Unidos», denunciaba. Muy pronto Pablo Neruda viajó a Cuba, a cuya revolución dedicó «Canción de gesta», aunque inicialmente pensara para escribir esta obra en Puerto Rico. Ésta es una mínima porción del Neruda político, al que se agrega el poeta, el amante, el ser humano…
El historiador y periodista Mario Amorós (Alicante, 1973) recompone todas las piezas de la biografía del escritor chileno en un libro de 600 páginas «Neruda. El príncipe poeta», publicado en 2015 por Ediciones B. «Dicho con toda la modestia -afirma el autor- se trata de una biografía amable de leer; hay muchos trabajos sobre Neruda, pero en este caso es una visión global que recoge lo que han dicho textos muy diversos». También considera el autor de «Sombras sobre Isla Negra. La misteriosa muerte de Pablo Neruda» que reunir y contar, de manera agradable para el lector, buena parte de la información disponible es «un pequeño logro». El libro presentado en la Universitat de València es fruto de cuatro años de investigación en archivos de Chile, España, Rusia y Suecia, además del rastreo en publicaciones periódicas de diferentes países y la bibliografía completa de Neruda. Una de las principales aportaciones es la documentación del Archivo de Historia Política y Social (RGASPI) de Rusia o la documentación que arroja luz sobre su muerte.
El texto aborda de manera integral la figura de Pablo Neruda, un enfoque necesario ya que en Chile todavía se evoca a Neruda preferentemente como escritor, mientras que su compromiso político se margina, en ocasiones, de manera interesada. Sin embargo, sostiene Mario Amorós, «el peso del compromiso político del poeta es determinante desde 1936». El libro incluye un buen número de artículos de Neruda en la prensa soviética que así lo acreditan, además de contenidos de un periódico del Partido Comunista de Chile, «El Siglo», que resulta una fuente capital para trazar el recorrido biográfico de Neruda o de Allende. Pero las máculas vertidas sobre intelectuales con un compromiso político de izquierdas no son privativas de Pablo Neruda. «Ocurre igualmente en España con García Lorca o Miguel Hernández, de quien muchos quieren desconocer su vinculación con la República; en el caso de Miguel Hernández se ha discutido mucho si fue o no militante del PCE, y efectivamente lo fue», aclara Amorós.
Neruda entendía la poesía como «papel y tinta», lejos de la aureola mítica que rodea al «poeta maldito» y oscurece las estrofas. En marzo de 1972 el escritor chileno le cuenta a Antonio Colinas en Milán: «El oficio de escritor, el de poeta, ha sido falsificado a través de las épocas. Ha sido deificado y apostrofado, y hay que despojarlo de esta atmósfera y llegar totalmente a comprender que se trata de una disciplina y de un trabajo». En 1968, tal como recoge el autor de «Neruda. El príncipe de los poetas», el escritor chileno le explica a la periodista María Esther Gilio que son necesarios una mesa, un papel y un lápiz, pero sobre todo «el poeta tiene que estar enamorado». Hasta el último minuto de su vida. A pesar de que a su padre le molestaba verle escribiendo -Neruda tenía entonces 13 años- pues pensaba que esta actividad le llevaría a la autodestrucción.
El retrato que esboza del genial poeta su amigo, el abogado comunista Sergio Insunza, destripa muchos de sus rasgos más humanos. Neruda le enseñó a valorar las cosas aparentemente banales, como los árboles del parque, las piedras del mar, los libros viejos, las texturas, los olores y los sabores. Todas las cosas terrenales tenían un sentido y merecía la pena observarlas, aunque uno permaneciera encerrado en una habitación. «Era un hombre de una llaneza absoluta. Le aburría toda forma de pedantería; era inútil ventilar con él cualquier teoría en términos académicos», explica Sergio Insunza. Antes que la jerigonza academicista, Pablo Neruda prefería las recetas de cocina o los filmes viejos. Tampoco entendía las tesis doctorales que los estudiantes escribían sobre su poesía, ni el lenguaje de los sociólogos ni de los políticos vulgares. El escritor revela otro ángulo de su personalidad en una entrevista publicada por «El Siglo» en 1966, recogida por Mario Amorós. Se refiere a su obra burlesca «Estravagario», editada en 1958: «Con la edad he venido adquiriendo ese sentido del humor que agrega vida a la vida; no sé si ese humor corresponde por entero a mi carácter, al menos al que yo creo que es el mío».
La bibliografía sobre Neruda y el número de tesis e investigaciones publicadas resulta inabarcable. ¿Puede mesurarse la calidad de un autor tan sometido a estudio y evaluación? El catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Alicante, José Carlos Rovira, cita en la Universitat de València las palabras del famoso crítico Harold Bloom, ideológicamente muy lejano a Neruda: «Ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él». Aunque en el juicio de Bloom tal vez influyera de algún modo que el poeta chileno fuera devoto de Withman, explica el docente, quien es autor de «Album Neruda» (obra que incluye 420 fotografías relacionadas con el escritor) y «Para leer a Pablo Neruda». Al Premio Nobel Neruda (1971), otro galardonado con el mismo premio, García Márquez, le calificó como «el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas».
La dictadura militar de Pinochet tiznó de «marxista» o «extremista» a cualquier persona que hubiera apoyado a la Unidad Popular. «Entre ellas, y de manera muy notoria, estaba Pablo Neruda», recuerda Mario Amorós. El compromiso político de Neruda nace de la causa antifascista española en 1936, y se prolonga durante la segunda guerra mundial. El autor de «Neruda. El príncipe de los poetas» señala la importancia del discurso «Miro a las puertas de Leningrado como miré a las puertas de Madrid». El poeta fue siempre leal a la línea diseñada por el Partido Comunista de Chile, es más, se enorgullecía de su militancia en esta organización de masas. «Neruda tuvo una visión utópica de la realidad de la Unión Soviética», apunta Mario Amorós. Consideraba, como todos los comunistas del mundo, que la victoria de la URSS sobre el nazismo fue un hecho capital. Pero en el caso del escritor chileno más aún, por haber vivido en carne propia la derrota republicana en la guerra civil española.
La biografía se adentra en la infancia de Neruda en Teumuco, en el lluvioso corazón de la Araucanía, su trabajo de cónsul en ciudades asiáticas y en Buenos Aires, como se forjan las obras cumbres de su poética («Residencia en la tierra», «Canto general» o «Veinte poemas de amor y una canción desesperada»), la estrecha relación con García Lorca, Miguel Hernández o Rafael Alberti, la militancia comunista, la odisea del Winnipeg, la obtención del Premio Nobel de Literatura… Se entretejen las experiencias vitales con la génesis de los poemarios, el contexto sociopolítico y las oportunas citas. El golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile causó un enorme impacto en la salud de Neruda. Aceptó la invitación del presidente Echeverría para viajar a México. El escritor falleció el día 23 de septiembre, a las diez y media de la noche. «Dos días después, su funeral, vigilado por tropas militares fuertemente pertrechadas, se convirtió en la primera manifestación contra la dictadura». El libro se cierra con un epílogo que aporta información sobre un «último enigma»: ¿Fue asesinado Pablo Neruda?
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