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Un cuento de Navidad

Papá Noel y los enanos rebeldes

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández

¡Jo, jo, jo!, rió Papá Noel al ver a los diez «enanos» que entraban en el taller cantando la canción que les había enseñado.

        Ji Jo Ji Jo
        Vamos a trabajar
        Trabajamos todo el día
        No cobramos nada
        Ji Jo Ji Jo

Papá Noel sonrió encantado al ver que los «enanos» se dirigían a sus puestos de trabajo y comenzaban a producir los juguetes para la entrega de Navidad.

«Tendremos que hacer muñecas con caras y manos de colores diferentes,» dijo Noel a los enanos, «porque las Navidades se van a celebrar en nuevos países, como Iraq, Afganistán y Haití, mientras las Campanas de la Libertad repican por Cristo, el Salvador.»

La enana María frunció el ceño, «Multicultural, multidinero;
                    Más trabajo sí, pero ¿quién se queda con el dinero?»

Papá Noel echó una ojeada a las ocupadas manos que cosían muñecas y soldaban cables para los teclados electrónicos. Satisfecho, soltó de nuevo una risotada «¡Jo, jo, jo!, ahogó un bostezo y salió caminando como un pato hacia su casa para disfrutar de su almuerzo junto a la enorme chimenea.

Justo cuando acaba de servirse por tercera vez salchichas y se preparaba para el sueñecito de media mañana, llamaron a la puerta repentinamente. Papá Noel llamó a su criada-enana para que abriera. «¿Quién está ahí?» preguntó Papá Noel con voz malhumorada.

«Soy yo, Papá Noel, Peter, el enano trabajador.»

«Jo, Jo, Jo. Peter, estamos todos trabajando… ah, los trabajadores siempre con sus cosas. ¿Qué es lo que te lleva a abandonar tu trabajo justo una semana antes de Navidad?».

«Joseph se ha quemado la mano soldando el juego de vídeo Bozo, el Exterminador.»

«Con que digas Bozo es suficiente – ahorras tiempo. ¿Sólo se ha quemado una mano? Bien, entonces todavía tiene otra mano y dile a la enfermera que no ‘exagere’ con el vendaje, tenemos que mantener bajos costos para ser competitivos con los chinos.»

A Peter le sorprendió la falta de interés de Papá Noel por Joseph. Esa cruel despreocupación por el Hermano Joseph contrastaba con su risa jovial y sus ojos alegres. Pero se apresuró a regresar al banco de trabajo.

María, sin dejar de dar puntadas, susurró, «¿Qué dijo Papá?»

«Seguid cantando y seguid trabajando. Joseph tiene otra mano».

María empezó a cantar:

        Ji Jo Ji Jo
        Trabajamos todo el día
        Y sin decir ni ‘mu’
        Ji Jo Ji Jo Ji Jo

De forma automática, se le unieron los otros enanos.

Justo antes de irse a comer y tras despertar de su sueño, Papá Noel fue a saludar a sus enanos. «¡Jo Jo Jo! ¡Esta va a ser una Navidad muy feliz para todos los niños del mundo!», bramó y empezó a cantar la canción del trabajo para acelerar la producción. Entonces, Papá Noel se fue para comenzar su almuerzo de dos horas con seis platos, a base de sopa, langosta y filete, queso, fresas con crema, todo ello regado por un buen vino tinto.

Los enanos engulleron sus bocadillos de queso y jamón antes de que la campana de Navidad repicara recordándoles que su almuerzo de veinte minutos había terminado.

María contempló el pálido y dolorido rostro de Joseph cuando se dirigía caminando lentamente a su banco. «Peter, esta noche tenemos que hablar,» dijo.

Cuando se hizo de noche y la jornada de doce horas llegó a su fin, Papá Noel dirigió el coro con voz robusta:

        Ji Jo Ji Jo
        Vamos a la cama
        Trabajamos todo el día
        No cobramos nada
        Ji Jo Ji Jo Ji Jo

Los enanos estaban muy cansados pero pusieron todo lo que pudieron de su parte para cantar de forma tan vigorosa como Papá Noel…, a excepción de María, que estaba silenciosa y meditabunda.

Después de una cena de sopa aguada con una sola patata y bizcocho rancio de postre, los cansados enanos se dirigieron a sus camastros, deteniéndose antes para hablar con el herido Joseph. María fue la primera en hablar, pero no a Joseph – sino sobre Joseph… y Papá Noel.

«¡Hermanos y hermanas, trabajadores todos. No envidiamos a Papá Noel por sus grandes comilonas y frecuentes siestas, su chimenea crepitante y su gran anillo en el dedo índice, pero no podemos aceptar su falta de interés por Joseph!,» y al llegar ahí María se detuvo.

Al principio, los enanos estaban sorprendidos. Nunca habían escuchado una sola palabra en contra del alegre Papá Noel. Estaban bien enseñados y siempre comentaban lo amable, considerado y alegre que era. Hubo un silencio de al menos cinco minutos.

Peter tosió y tartamudeó. «¿Qué podemos hacer? ¿Podemos decirle a Papá Noel lo que está bien y lo que está mal? ¡El es el Papá Noel de la gente!.»

«¿Es justo que ignore la herida de Joseph de hoy, tu posible herida de mañana, nuestros dolores de cabeza de siempre?», se indignó María.

«¡Nooo!», respondieron a la vez todos los enanos.

«¡Mañana diremos al buen Papá Noel que queremos mejor trato con los enanos heridos y más respeto para los trabajadores!», gritó María.

Al día siguiente, antes del amanecer, los enanos se levantaron de sus camastros, recogieron sus paquetitos de comida para el almuerzo y se dirigieron a trabajar cantando su canción de trabajo habitual. Cuando entraron en el taller, Papá Noel se estaba asomando a la puerta de su Gran Casa, y sonreía jovialmente bajo sus ojos hinchados e inyectados en sangre (consecuencia de unas cuantas botellas vacías de vino) y se unió a la canción, esperando que acabaran de cantar para volverse a la cama. Pero he ahí lo que pasó: los enanos se pusieron en fila enfrente de su casa en vez de ir hacia sus máquinas de trabajo.

Asombrado, Papá Noel vociferó: «¿Qué pasa? ¡Faltan seis días para Navidad… los niños se disgustarán!.»

Hubo un profundo silencio. Algunos enanos se volvieron para ir a sus puestos mientras otros miraban al suelo avergonzados. Todos parecían nerviosos y agitados – excepto María, que se mantenía erguida y digna.

«Papá Noel, nos ha disgustado mucho la respuesta que diste cuando Joseph se hirió ayer. Queremos más interés y atención cuando un enano trabajador se hiere en el trabajo.»

La cólera, la rabia y el escándalo hicieron que Papá Noel pasara sucesivamente del color rojo al blanco y al verde. Se encaminó hacia María, que no se acobardó ni retrocedió…

«¡Quiero que te enteres de que yo solo tengo que preocuparme por todos los niños del mundo, y tu te preocupas por una arañazo en la pequeña mano de un simple enano!» Papá Noel lanzó su desprecio sobre María y todos los enanos que estaban a su lado.

Los enanos estaban avergonzados. Pero María se expresó con serenidad.

«Pero si nosotros, enanos, con nuestras pequeñas manos, no fabricáramos los juguetes y trabajáramos todo el día y parte de la noche, los niños nunca recibirían juguetes, y tu, Papá Noel, tu no serías nadie.»

Papá Noel estaba furioso. ¡Estoy a punto de enviaros a todos vosotros, enanos, a vuestros cuartos y encerraros allí a pan seco y agua!,» bramó.

María estaba ya encolerizada ante esas amenazas. «¡No somos ‘enanos’ – somos enanos trabajadores. Y sabes muy bien que no habrá juguetes para entregar si nosotros no los fabricamos!»

El bolsillo de Papá Noel habló antes que su boca: y le dijo que en vísperas de Navidad, y sin juguetes, la coyuntura podía devenir muy crítica.

«¡María, te lo mando, vuelve a tu habitación. El resto, a trabajar!.

Como los enanos volvieron al trabajo, María se volvió sola al helado dormitorio. Y mientras los enanos trabajaban todo el día sin salario, María pensaba profundamente.

«Me escuchó cuando nos mantuvimos unidos. Solo a mí me envió fuera», razonaba. Y proseguía, «¿Por qué trabajamos todo el día sin que nos pague y él no trabaja y se queda con nuestro dinero? ¿Por qué trabajamos todo el día? ¿Por qué no medio día y con un salario? ¿Porqué no trabaja Papá Noel mientras cantamos?».

Al caer la noche, María había elaborado un plan. Y tras la cena de sopa aguada, pan seco y una galleta infecta, María se puso de pie y habló. Y todos la escucharon, porque se sentían culpables por haber permitido que María cargara con toda la culpa.

«Cuando nos mantuvimos unidos ante Papá Noel acerca de la herida de Joseph, él tuvo que escucharnos. Sólo me alejó a mí. Debemos mantenernos solidariamente unidos para obligarle a que nos escuche.»

Todos los enanos trabajadores movieron las cabezas asintiendo.

«Trabajamos como esclavos todo el día a cambio de nada; incluso cantamos celebrándolo. Pero Papá Noel consigue dinero por los viajes que hace el Día de Navidad. Deberíamos compartir esos pagos porque somos nosotros los que trabajamos. Cambiemos nuestra canción de la siguiente forma»:

        Ji Jo Ji Jo
        Vamos a trabajar
        Queremos nuestro salario
        O no iremos
        Ji Jo Ji Jo

«¿Dónde iremos?», preguntó Matilda, la enana más pequeña.

«Quedémonos en casa, haremos muñecos de nieve, patinaremos y nos tiraremos por el tobogán… pero no nos explotará más», contestó María.

«¡Pero Papá Noel se enfadará, no estará contento!, gritó Robin, el enano de mejillas rojas.

«¡No importa. Queremos igualdad y libertad1, gritó María, a la que se habían unido todos los enanos. «Mañana marcharemos hasta la puerta de Papá Noel cantando nuestra nueva canción y le diremos, antes de empezar a trabajar,  lo que nosotros queremos!.

A la mañana siguiente, los trabajadores-enanos (ahora la mayoría se llamaban a sí mismos de esa forma y unos cuantos de los más valientes tan sólo «trabajadores») estaban muy excitados y nerviosos porque nunca habían marchado juntos para decirle algo a Papá Noel.

María dirigió el canto pero todos cantaban más alto que nunca.

        Ji Jo Ji Jo
        Vamos a ver a Noel
        Queremos nuestro salario
        Queremos decirte nuestras peticiones
        Ji Jo Ji Jo

Cuando llegaron ante la Casa Grande y llamaron a la puerta, Papá Noel todavía estaba en pijama rojo, que apenas podía cubrir su gran barriga.

«¡Jo Jo! ¿Qué es esto? ¡Es demasiado pronto para traer vuestros regalos a Papá Noel! ¡Jo Jo Jo!»

«¡No es un regalo lo que te traemos; es una petición, una petición colectiva. Y esto es lo que queremos!»

Mientras María leía las demandas, a Papá Noel le entraron ganas de agarrarla y golpearla, pero lo pensó mejor ya que no estaba seguro de que cómo actuarían los otros nueve enanos. Escuchó y fingió una mirada gozosa.

«… Y si no recibimos nuestro salario, no trabajaremos ni un solo día antes de la víspera de Navidad», terminó María ante los gritos de entusiasmo de sus compañeros enanos trabajadores.

«Bien, ya veo», dijo Papá Noel, «entonces se os pagará a todos a su debido tiempo.»

«No», dijo María, presintiendo un engaño o una mentira, «queremos nuestro salario hoy».

«De acuerdo», dijo Papá Noel, «después del trabajo os pagaré a todos a partes iguales.», dijo con ojos risueños.

Todos los enanos regresaron a sus trabajos, silbando su nueva canción, y los juguetes salieron terminados de sus manos hacia las bolsas de envío.

Sin saberlo los enanos, Papá Noel se puso a llamar por teléfono para averiguar si podría producir más baratos los juguetes en Africa, Asia o América Latina, donde los trabajadores no reclamarían salarios y no habría ninguna María para enseñarles la canción de los trabajadores.

Pero en todos los lugares adonde llamó, le dijeron que ya era demasiado tarde, que faltaban sólo unos cuantos días para la Navidad.

Al finalizar el día, Papá Noel contó las bolsas de juguetes y se quedó encantado. Pero dijo a los enanos trabajadores que no podía pagarles porque el dinero estaba aún en camino.

Esa noche, los enanos se reunieron y en esta ocasión estaban muy enfadados porque habían aprendido que el jovial Papá Noel mentía.

Matilda habló alto y claro. «Nosotros hacemos los juguetes. ¿Por qué tenemos que esperar a que nos pague nuestro salario?»

Robin prosiguió, «¡Siempre habla de «nosotros» pero nunca levanta ni un solo dedo para hacer un juguete!».

Al final de muchas intervenciones de ese tipo, demasiadas para recordarlas, María dijo, «Mañana le diremos a Papa Noel que no trabajaremos más para él, y que deberá unirse a nosotros en la fila o no le pagaremos.»

Todos lanzaron expresiones de júbilo. Y la pequeña Matilda añadió, «¡Y compartiremos nuestras comidas y también el tiempo de descanso!»

A la mañana siguiente, los enanos trabajadores aparecieron ante la puerta y dijeron a Papá Noel que ya no era el dueño, que ya no era «Papá Noel», sino «Trabajador Noel» y que ellos producirían y distribuirían los juguetes y si quería compartir esta situación, tendría su puesto en la mesa de trabajo.

«¡¿Por qué hacéis una revolución impía que va contra la Creación de Dios?!, gritó y casi se desmayó ante el pensamiento de un día entero pintando (juguetes).

«¡Quien no trabaja, no come», dijo María cuando los enanos se fueron a trabajar.

Por la tarde, los enanos entraron en la Casa Grande y compartieron una comida suntuosa a base de verduras y frutas y pescado y queso, mientras que el Trabajador Noel refunfuñaba malhumorado en voz baja. A media tarde, los trabajadores pararon e hicieron un descanso para que la asamblea decidiera qué tiempos eran los más adecuados para trabajar y para jugar.

Pronto llegó la Víspera de Navidad y los enanos trabajadores decidieron en asamblea elegir a cuatro Papás y Mamás Noel para que llevaran los juguetes y compartieran los pagos. Y el viejo Papá Noel…¿Qué fue de él?. Pronto comprendió que si no se unía a la asamblea y al taller pronto estaría solo y hambriento y fuera del mundo. Por eso, fue a trabajar y cantó de esta forma:

        Ji Jo Ji Jo
        Vamos a trabajar
        Tenemos nuestra opinión
        Conseguimos nuestro salario
        Ji Jo Ji Jo Ji Jo

Los enanos trabajadores produjeron más juguetes que nunca para más niños. Pero la entrega estuvo llena de dificultades. Las Mamás y los Papás Noeles tenían que esquivar los helicópteros y las bombas de los Invasores en Iraq y las balas de los Ocupantes en Palestina.

¡¡¡Malditos sean los Invasores y los Ocupantes que niegan a los niños sus juguetes y su felicidad!!!», gritaron los enanos. «Impediremos que ellos y sus familias tengan días de celebración y les quitaremos de nuestras listas de visitas gozosas.»

Diciembre de 2004