El sector mayoritario fue el servicio doméstico, ocupado en un 80% por españolas.La emigración irregular se generalizó. Los españoles viajaban a ese país como turistas. Bélgica necesitaba mineros con urgencia. Ése fue el objetivo del acuerdo que firmó con España.
Aquel primer acuerdo trataba de permitir que las empresas belgas pudieran difundir ofertas de empleo en España, así como asegurar el reclutamiento de trabajadores y su traslado en unas condiciones aceptables. Un libro titulado Mineros, sirvientas y militantes, editado por la Fundación Primero de Mayo y escrito por la historiadora Ana Fernández Asperilla, ha investigado las consecuencias de aquella primera oleada de emigrantes españoles a Bélgica. Este país necesitaba mineros para sus explotaciones de carbón, y ése fue el objetivo fundamental del acuerdo con España. Sin embargo, el objetivo no se cumplió en su totalidad.
Bélgica precisaba mineros con cierta urgencia y, además, mano de obra que aceptara unas condiciones de trabajo especialmente duras. Había firmado un acuerdo con Italia en los años 1947 y 1951 para importar trabajadores a sus minas de carbón. Sin embargo, las condiciones de trabajo y la alta siniestralidad (llegaron a perecer 800 italianos en el fondo de las minas en apenas 10 años) provocaron que Italia suspendiera el convenio. «Lo que no quiso el Gobierno de Italia para sus trabajadores, lo aceptó el Gobierno de Franco para los españoles», sostiene Ana Fernández.
Aquel acuerdo fue generando otras prácticas que dieron curso a la emigración que llegó tiempo después. El Gobierno español no estaba demasiado interesado en exportar mineros, y mucho menos que la vía belga fuera una válvula de escape para los trabajadores más reivindicativos de las minas asturianas. Tampoco deseaba exportar especialistas en la construcción y sí mano de obra poco cualificada. De tal manera que se impuso otra realidad. Según relata Ana Fernández, el agregado laboral de España en Bruselas señalaba en un informe de 1 de enero de 1964: «La emigración clandestina española en Bélgica sigue aumentando de un modo alarmante, ya que un 60% al menos de nuestros compatriotas que llegan a este país viene al margen del Convenio».
La emigración irregular de españoles se generalizó. Los trabajadores viajaban a Bélgica como turistas, momento a partir del cual buscaban empleo, expuestos en muchos casos a gente sin escrúpulos. Ana Fernández explica cómo «el Instituto Español de Emigración, a través de su revista Carta de España, avisaba en 1966 a los que viajaban con pasaporte de turista del peligro de caer en Bélgica en las garras de los traficantes de seres humanos».
La colonia española en Bélgica llegó a sumar casi 70.000 españoles (cifra que actualmente se acerca a los 50.000). Ya en 1964 se repartía primordialmente en sectores como servicio doméstico, industria metalúrgica, minería y construcción.
El sector mayoritario fue el servicio doméstico, ocupado en casi un 80% por mujeres. La mayoría carecía de cualificación, apenas había finalizado la enseñanza primaria, y tampoco las instituciones españolas en el extranjero se preocuparon mucho por mejorar su formación. Además, las españolas estaban prácticamente condenadas a desarrollar su labor en la economía sumergida. «El empleo sumergido significaba el ahorro de algunas cotizaciones e impuestos», apunta Ana Fernández. «Sin embargo, esa estrategia ha resultado nefasta para las propias mujeres». Ello se tradujo en una merma importante de sus pensiones y en una vulnerabilidad social mayor, especialmente cuando enviudaron.
Todos estos avatares los vivimos ahora en piel ajena. Han pasado 50 años, sí. Pero una parte de nuestros padres también fueron emigrantes irregulares.