Existe un descrédito generalizado en la política general, y particularmente en la política madrileña, producto del agotamiento y fracaso del ciclo político que se abrió con el 15M. Desde esta perspectiva, 15M, las mareas, Podemos y municipalismo parecen haber tocado techo y suelo en una carrera compulsiva que los ha llevado de un extremo a […]
Existe un descrédito generalizado en la política general, y particularmente en la política madrileña, producto del agotamiento y fracaso del ciclo político que se abrió con el 15M. Desde esta perspectiva, 15M, las mareas, Podemos y municipalismo parecen haber tocado techo y suelo en una carrera compulsiva que los ha llevado de un extremo a otro. Como resultado, sectores amplios de la izquierda social han perdido entusiasmo, lo que tiene su reflejo en el voto -piensen en Andalucía- pero también, y casi más evidente, en la política popular: la que se vive en los colectivos de base, en la asociaciones y también en los bares de barrio. Hace ya tiempo que una compañera lo expresaba claramente en una conversación: «yo no puedo decir en mi asociación que soy de Podemos porque me piden que me marche».
Y sin embargo, esta desánimo merece un poco de análisis, porque en el periodo reciente los procesos han sido muy rápidos y en ciertos momentos han estado dominados por agentes de calado estatal, pero esto no debe ocultar que ha habido diversas propuestas políticas y sociales en el periodo y no todas han optado por los mismos caminos. Hubo una izquierda que pretendió asumir el papel dominante, que quería asaltar el mando con fórmulas de laboratorio y que acabó teniendo demasiado miedo a ser demasiado radical, a parecerse a lo que sus adversarios decían de ella o a salirse de los moldes del pragmatismo.
Pero hay también otros movimientos que optaron por vías diferentes, ampliando el campo para salir de la competición electoralista y enlazar la apuesta institucional con la política de base y los movimientos sociales. Diferenciar entre estos y aquellos es una de las claves del momento, porque mientras unos se hunden otros están en condiciones de levantar el vuelo retomando los principios fundacionales de lo que fue el periodo abierto por el 15M. Es evidente que, a estas alturas, no tendría sentido tratar de volver a instalarse en la estela del 15M: cada generación política debe entender sus tiempos y tener la creatividad necesaria para renovar el marco político y adaptar la estrategia sin perder el rumbo. Pero hay elementos del 15M que siguen vivos: el potencial impugnador, particularmente, y también la capacidad para articular las demandas populares de sentido común. Ahí hay espacio para un municipalismo viejo y nuevo. Viejo porque viene de un largo aprendizaje que le ha permitido ganar cohesión y experiencia, y nuevo porque sabe leer los cambios en las coyunturas manteniendo un horizonte de democracia radical y bienes comunes.
En un contexto en el que las viejas oligarquías han recuperado impulso y fuerzan un repliegue reaccionario en todo el estado, la composición de los municipalismos vuelve a ser la primera línea de la reivindicación, por su capacidad para dar forma democrática a las necesidades de la mayoría. Lo que en un ámbito estatal puede ser puro discurso, en el municipio adquiere su cara más inmediata y hace posible la ruptura con las estructuras políticas de subordinación de las clases populares. Así, los intereses de todas, agrupado bajo una nueva forma de organización municipal y colectiva, abren el horizonte de un nuevo escenario de la transformación política de la ciudad. Vivienda, ecología, modelo de ciudad o principios económicos vuelven a la luz guiados por lo que para las mayorías sociales es de sentido común: que las decisiones sean verdaderamente colectivas y que la riqueza sea para todas.
En ese sentido, la propuesta lanzada por Anticapitalistas, Izquierda Unida y La Bancada para el Ayuntamiento de Madrid puede ser un ejemplo que mantenga una posición política fundamental para recomponer un espacio transformador para el ciclo que viene. Podrá serlo si aprende también de fracasos anteriores: si las partes son capaces de cooperar y no caer en el fraccionalismo de capilla, si el programa no se percibe como una carta de sugerencias, si no como una serie de objetivos de lucha, si entiende que es una pieza más en una lucha durísima contra las élites económicas que siguen gobernando la ciudad.
Paca Blanco, militante de Anticapitalistas y activista antinuclear y de vivienda. Juanjo Álvarez, militante de Anticapitalistas y activista ecosocialista.