Llevo unos meses enganchado a la literatura de Henning Mankell. Ya han caído varios tomos de su saga sobre Kurt Wallander, un policía de Ystad, municipio al sur del país. Este personaje es una excusa para ir introduciendo tomo a tomo una serie de conflictos sociales y políticos internacionales ante los cuales la mayoría cierra […]
Llevo unos meses enganchado a la literatura de Henning Mankell. Ya han caído varios tomos de su saga sobre Kurt Wallander, un policía de Ystad, municipio al sur del país. Este personaje es una excusa para ir introduciendo tomo a tomo una serie de conflictos sociales y políticos internacionales ante los cuales la mayoría cierra los ojos para no ver, o para no tener que opinar.
Este escritor, comprometido no sólo en su literatura sino en su vida personal, contra los excesos de la discriminación y el racismo en el mundo, pero también contra los sistemas totalitarios y sus abusos, le han llevado hace unos días a embarcarse en la flotilla que apoyaba la ayuda humanitaria para los palestinos de la maltratada Gaza, que Israel tiene bloqueados hasta que mueran todos (hablamos de más de un millón de niños, mujeres, hombres, de su ganado, de sus tierras, de lo poco que queda en esa zona devastada por el Estado hebreo).
Pues bien, es bueno saber que, cuando se dice que aquellas personas voluntarias que han decidido ponerse como escudos para hacer llegar lo básico a ese pequeño trozo de Palestina, son tildados de terroristas por los perros de Sión, uno se encuentra posicionado una vez más en el lugar correcto, a saber: el que no condena a las personas por ser pacíficas, ni a los pueblos por sus gobiernos, sino a los políticos de los Estados, por criminales. A riesgo de ser pesado, voy a insistir: los únicos terroristas ocupan el poder en Israel, pero también sus embajadas por el mundo, como se ha demostrado en España. Si hacemos caso al miserable portavoz que ocupa la sede de Madrid, resulta que tanto un escritor que ha luchado contra el concepto del apartheid en Sudáfrica, contra las ideas mal entendidas de lo que debe ser el comunismo en los países bálticos, o contra la cotidiana discriminación racial en nuestros miserables países con muros exteriores, ese escritor, o una Nóbel de la paz, o centenares de ciudadanos del mundo, que viajaban en esos barcos para llevar la paz a costa de sus vidas, son terroristas, viajan armados y tienen contactos (todos ellos) con Al Qaeda. O bien ha mentido y difamado esta basura extremista que pretende «ejercer la diplomacia» en nuestro país.
Pues resulta que, de momento, estos supuestos terroristas han conseguido que se abra el paso de Rafah, en la frontera de Egipto, para que pase ayuda básica y salgan los heridos palestinos más graves, ya que allí no hay medios para atenderles (gracias al gobierno israelí). Así que, lo mismo resulta que en vez de ser terroristas, voluntarios y voluntarias de esta flotilla debiera recibir el Nóbel de la Paz, que tan a la ligera le fue entregado a Simon Peres en su momento.
Pues, como decía, a riesgo de ser pesado, la responsabilidad del Estado español el para con sus conciudadanos y para con la justicia universal (pese al cambio en las leyes, precisamente para no juzgar a un grupo de criminales israelíes en su momento), porque si no, no viviríamos en un Estado de Derecho, porque si no aquí no hay ninguna democracia, porque si no, este Estado español es cómplice de los genocidas y así deberá constar. Que echen a la legación israelí que difama a los pacifistas y promueve el asesinato masivo de pacifistas en el mundo: son nazis.
(Entre tanto, exijamos una investigación real de los crímenes que han cometido contra la flotilla que llevaba la ayuda humanitaria. Puede firmarse en: http://www.avaaz.org/es/gaza_flotil… )