Alrededor de un millón de mujeres rusas combatieron contra el ejército de Hitler y muchas dejaron la vida en esa lucha. Algunas fueron «especialistas»: pilotos y francotiradoras. Lyuba Vinogradova narra en dos libros sus vivencias.
Luego de la publicación de Las brujas de la noche (2016), sobre las aviadoras soviéticas en la segunda Guerra Mundial, la periodista rusa Lyuba Vinogradova (Moscú, 1973) acaba de ver publicada en español su segunda obra, otra documentada investigación sobre lo que en su país se conoce como Gran Guerra Patria. Ángeles vengadores (2017) versa sobre las mujeres francotiradoras de la Unión Soviética que combatieron contra los nazis en ese mismo conflicto. El primer título -que no es el original ni en ruso ni en inglés- lo propusieron los editores en castellano, haciendo referencia a la calificación que los militares alemanes daban a las bombarderas nocturnas. El segundo se lo debe la autora a su traductor en inglés y le satisface más que el primero porque viene a ser una interpretación adecuada de lo que podrían sentir aquellas jovencísimas francotiradoras soviéticas, muchas de ellas con la memoria herida por haber perdido algún familiar próximo durante la arrolladora y cruelísima incursión de los ejércitos nazis en su país. Puede acercarse a un millón el número de mujeres del Ejército Rojo que combatieron al imperio hitleriano, si contamos las partisanas y voluntarias de las milicias civiles. Con Lyuba solo hablamos en esta ocasión de las aviadoras y las francotiradoras soviéticas.
Nina Lobkóvskia al frente de su sección. Sirvió en el frente de Kalinin en 1943, y en los siguientes obtuvo el ascenso a oficial y el mando de una sección de francotiradoras.
-¿Cuántos regimientos y qué número de aviadoras participaron en el conflicto, cuál era su procedencia y grado de concienciación política, y qué número de bajas mortales se registró al término de la guerra?
–Había tres regimientos exclusivamente femeninos. Uno de ellos, las bombarderas nocturnas, que volaron en pequeños biplanos Po-2, fue exclusivamente de mujeres. Los otros dos regimientos de mujeres, el regimiento de combate y el regimiento de bombarderos en picada, tuvieron que servirse de pilotos varones para compensar las pérdidas, y así, a partir de 1943 en adelante, dejaron de ser exclusivamente femeninos. Un centenar de mujeres pilotos y navegantes sirvieron con ellos. Las pilotos provenían de todo tipo de orígenes: trabajadores de fábricas, maestros, campesinas, estudiantes, su adoctrinamiento político también variaba mucho. Había entre ellas comunistas convencidas que incluso habían exigido ser enviadas a luchar en la Guerra Civil española, mientras que otras solo estaban interesadas en volar y no en la política. En el frente, cada regimiento tenía una comisaria, también mujer. Una buena comisaria no solo se preocupaba por el adoctrinamiento político y el comportamiento adecuado de sus subordinadas, también podía consolar a las jóvenes en un momento difícil, enseñarlas disciplina, o incluso simplemente enseñarlas a envolver adecuadamente sus pies para que las botas grandes se les adaptaran mejor. Es difícil hablar de estadísticas de pérdidas, ya que nuevas pilotos, navegantes y mecánicos seguían llegando a los regimientos. Sin embargo, varias docenas murieron. En el grupo de Lilya Litvyak, que fue la única que fue transferida a un regimiento de combate de primera línea, cinco fueron asesinadas de un total de ocho y una fue capturada por los nazis.
–He creído entender que las aviadoras no sufrieron tanto el machismo que se daba en otros cuerpos del ejército soviético en general. ¿Me puede explicar esa diferencia de trato?
-Esto fue cierto para todas las mujeres del ejército, incluidas las pilotos. Sin embargo, las pilotos se vieron menos afectadas. Para ser piloto necesitabas ser una oficial, y como oficial estabas expuesta a mucha menos humillación por parte de los hombres, y menos acoso. Su situación era incomparablemente mejor que la de, por ejemplo, las francotiradoras. También debemos recordar que en ese momento los pilotos eran la verdadera élite del ejército. En cuanto a las relaciones de las mujeres pilotos con otros pilotos masculinos (especialmente en el caso de los pilotos de combate), tuvieron que demostrar sus habilidades de vuelo y habilidades de combate para ganarse su respeto.
–Era mucho el rigor con el que los nazis trataban a las aviadoras soviéticas que caían prisioneras, hasta el punto de que alguna hubo que prefirió suicidarse antes. ¿Por qué ese rigor, que no se daba con los soldados varones capturados?
–No tengo ninguna fuente que lo confirme. Las prisioneras de guerra no fueron tratadas peor que los hombres. En todo caso, los aviadores normalmente recibían un trato mejor porque los alemanes estaban ansiosos por obtener información de ellos. Sin embargo, las muchachas pilotos estaban aterrorizadas ante la idea ser capturadas, debido a la propaganda soviética que seguía anunciando que solo los traidores a su patria podían permitir que los alemanes las capturaran, y debido a su convicción de que los alemanes las violarían y torturarían, lo que algunas veces, aunque no siempre, era cierto.
-¿Se sienten satisfechas esas mujeres ancianas del reconocimiento que han tenido social e institucionalmente después de su servicio al país? ¿Cómo valoraron en su día la caída del viejo régimen por el que pusieron en riesgo sus vidas?
-La sociedad las respetaba, no bajo Stalin o Jruschov, pero sí desde los tiempos de Brezhnev en adelante. Fueron invitadas a hablar en público, se organizaron eventos, se les pagaron pensiones más altas y tenían ciertos privilegios. Bajo Yeltsin y hasta hoy se les pagan buenas pensiones y esto es algo que me hace sentir agradecimiento por nuestro Estado. Con respecto al régimen comunista, algunas de ellas, tal vez cerca de la mitad, permanecieron fieles y sintieron nostalgia de ese régimen; entre ellas incluso hubo algunas estalinistas.
-¿A qué obedeció la decisión de formar a mujeres francotiradoras, que creo dieron sus primeros pasos en el frente de Leningrado de 1941? ¿De qué formación cultural o militar partían, cuántas fueron las mujeres que lucharon así y cuántas las que perdieron la vida y fueron apresadas por el enemigo?
-El entrenamiento a gran escala de miles de mujeres francotiradoras comenzó en la segunda mitad de 1942 y el único motivo de esta decisión fue el hecho de que los recursos humanos del país se habían agotado enormemente, debido sobre todo a las grandes pérdidas durante los primeros y catastróficos meses de la guerra. A partir de la segunda mitad de 1942, el ejército utilizó mujeres en todos los roles que encajaban, y el de francotiradoras fue uno de ellos. El aumento del movimiento de francotiradores en el frente de Leningrado durante los desastrosos primeros meses de la guerra influyó de modo determinante en la decisión de entrenar a más francotiradores. En cuanto al historial que aportaban las mujeres, variaba enormemente. Había algunas que pertenecían a las Juventudes Comunistas y que se habían ofrecido como voluntarias para el ejército (en su mayoría mujeres educadas en la ciudad), había muchachas de las fábricas, había campesinas que nunca antes habían escuchado la palabra «francotirador». Miles fueron entrenadas en la Escuela Central de Treino de Francotiradores en Podolsk, en varios cursos de francotiradores del frente, y en las escuelas de francotiradores más pequeñas. Muchas perdieron la vida. Aunque no hay estadísticas separadas para las mujeres, puedo hacer las mías: por ejemplo, en el pelotón de Kalya Petrova, al menos diez de un total de veinticuatro murieron tiroteadas, y dos fueron capturadas.
-Aunque la propaganda soviética de Iliá Eherenbrug fuera tan precisa como contundente (¡Matad al alemán!), resultó traumático para algunas francotiradoras empezar a hacerlo, sobre todo cuando las distancias eran más cortas y permitían ver el rostro de la víctima. ¿Me podría contar casos concretos y si advirtió una especial emoción en sus entrevistadas al recordarlo?
–Para la mayoría de mis entrevistadas, el primer alemán muerto resultó ser una gran sorpresa, especialmente, como dice usted, cuando la distancia era estrecha y permitía ver claramente la cara de la víctima a través de la óptica. La repentina comprensión de que ya no estaban en la escuela disparando contra objetivos inanimados fue traumática en muchos casos. Klava era casi una adolescente y la impresión que le causó su primera víctima no la pudo olvidar nunca. Mi entrevistada Lidiya Larionova se sintió muy aliviada cuando el frente comenzó a avanzar y tuvo que volver a ser enfermera. Aunque todos la felicitaron cuando mató a su primer (y último) alemán, estaba devastada y nunca podría olvidar esto. El encuentro de mi entrevistada Anna Mulatova con un francotirador alemán al que hubo de matar a bocajarro, salpicada toda con su sangre, la atormentó hasta el final de sus días.
–En una biografía sobre Roza Shánina, que contó su experiencia militar en un diario personal y mereció rendidos elogios del mencionado Ehrenburg, se cita a Liuba Tanailova. Dice usted que estuvo tras la guerra en un campo de prisioneros soviético, hasta que regresó a su hogar en Cheliábinks. ¿Nada se sabe de por qué estuvo internada?
–En mi libro cuento la historia de cómo Anya Nesterova y Lyuba Tanailova fueron capturadas, basada en el diario de Roza Shanina, y las entrevistas con las francotiradoras que sobrevivieron a los campos de prisioneros. La información sobre la estancia de las dos en el campo y sobre las cosas que le sucedieron a Lyuba Danailova después de la guerra la recibí de Kalya Petrova, que se reunió con Lyuba (Anya Nesterova murió en el campo). No tengo ningún documento relativo a la prisión de Lyuba en el Gulag. Si existen, solo la familia cercana puede tener acceso a ellos. Sin embargo, sabemos que el caso de ella no era individual, cientos de miles de soldados soviéticos fueron directamente de los campos de prisioneros alemanes al Gulag.
–Me gustaría que destacara algunas características de las francotiradoras soviéticas que le hayan parecido más interesantes o significativas del diario de Raza Shánina, de la que se llega a decir que era adicta a la adrenalina y que solo se sentía viva de verdad en los momentos de gran peligro.
-Estaba fascinada por Roza y fui muy afortunada por haber encontrado tanto su diario completo como a su amiga cercana Kalya Petrova, que vivía en Moscú y a la que me encontré varias veces. Puede ver así fotos de Kalya con Roza, Sasha, Lida, Dusya. En el camino de la vida, Kalya se convirtió en una científica, lo cual se ajustaba muy bien a su personalidad, ya que era una persona muy honesta y exacta. Ella no dijo mucho, pero yo estaba segura al ciento por ciento de que lo que dijo era verdad. Gracias a ella obtuve una idea de la personalidad extremadamente compleja de Roza. La psicóloga Vasilisa Rusakova analizó el diario de Roza para mí, por lo cual estoy muy agradecida. Aunque estamos hablando de una persona muy joven (Raza murió cuando aún tenía poco más de veinte años), está claro para mí que tenía un trastorno de la personalidad.
-Sería interesante, desde un punto de vista personal en este caso, que después de estos dos libros de investigación periodística sobre un tema en somos ignorantes hasta extremos asombrosos, como es el de las mujeres en los campos de batalla, me hiciera una valoración humana de algunas de las protagonistas entrevistadas.
-Trabajar en mi primer libro, Defending the Motherland (publicado en español bajo el título de Las brujas de la noche) me abrió un nuevo mundo, un mundo en este caso de mujeres que eran profesionales en volar, algo que yo consideraba una profesión masculina. Estas mujeres parecen muy diferentes de las mujeres normales. Llegué a conocerlas mucho mejor y a admirarlas. No puedo decir qué heroína era mi favorita, eran todas. Pero como necesito limitarme, hablaré de dos. La primera, por supuesto, es Lilya Litvyak, la más femenina de todas, pero también una mujer temeraria de fuerte personalidad. Le encantaba bailar, se tiñó el pelo de rubio e hizo bufandas de seda de paracaídas. Conoció a su gran amor en el frente, un piloto tan valiente como ella misma, y lo sobrevivió, pero solo dos meses y medio. Tenía 21 años cuando murió, y aun así, con alrededor de 12 derribos, sigue siendo la piloto de combate más exitosa de la historia. Lilya desapareció y su nombre fue empañado después de su muerte, por lo que sus camaradas de armas (los pocos que sobrevivieron) ni siquiera pudieron honrar su memoria adecuadamente.
Alguien tan valiente y fuerte como Lilya, y que sobrevivió a la guerra gracias a un milagro, fue Elena Malyutina, que tenía 92 años cuando la conocí. Se convirtió en mi amiga y en mi guía, y estaba en una forma excelente, a pesar de una herida muy grave que recibió en una misión durante la ofensiva en Bielorrusia en el verano de 1944. Su avión fue alcanzado y ella resultó herida en el estómago. Elena logró dar la vuelta y regresar. El navegante le daba a oler sales para que no se desmayara. En un avión dañado y perdiendo sangre constantemente logró volar a través de la línea del frente y aterrizar en un campo de aviación de una unidad de combate. Cuando comenzó a acercarse a tierra vio que un avión de combate despegaba. Ella logró subir nuevamente y hacer otro círculo antes de aterrizar, una tarea que no muchos hombres sanos podrían haber hecho. Aterrizó más o menos bien, apagó los motores y perdió el conocimiento. El hospital de campaña era solo una choza de campesinos donde un cirujano estaba operando sobre la mesa. La anestesia consistía en un litro de alcohol vertido en su estómago. Malyutina tuvo múltiples operaciones después de eso en varios hospitales, y sin embargo escapó de nuevo al frente unos meses después y voló hasta el final de la guerra.
Entre las francotiradoras que tuve la suerte de conocer, Lidiya Bakieva fue la me impresionó más. Era una gran francotiradora y podía vencer a muchos hombres en esa profesión. Fue una de las pocas mujeres que hicieron más de lo que los comandantes les pidieron. Se trataba de una persona muy temeraria y fue de las pocas que se rebelaron contra los comandantes cuando se les ordenó realizar tareas «femeninas», como limpiar locales o cuidar a soldados heridos. La conocí en Almaty en 2010 cuando tenía casi 90 años. Me preparó un delicioso almuerzo y después me llevó a recorrer la ciudad a pie. Ataviada con un vestido de seda beige, sandalias doradas y un sombrero, caminando incansablemente, se sentía una mujer de no más de 75 años. Durante la entrevista me habló mucho sobre balística y francotiradores, e incluso ¡se tumbó en la alfombra para mostrar la posición! La parte más memorable de la entrevista fue para mí la historia de su único amor que desapareció al principio de la guerra, y de Lida buscándolo en un campo cubierto de cadáveres congelados.
Un ejemplo muy diferente es el de Anna Mulatova. Vivía al lado de mi casa en Moscú y yo a menudo iba a verla. A cualquier hora del día que fueras, ella siempre insistía en alimentarte y hacer todo tipo de preguntas sobre ti. Era infinitamente cariñosa. Había sido una buena soldado y una buena francotiradora, pero tan pronto como terminó la guerra se convirtió en esposa, madre, miembro indispensable del personal de la escuela donde trabajaba.
–En el epílogo de «Ángeles vengadores» se refiere al caso de Lida Lariónova, que estuvo mucho tiempo sin recibir pensión alguna, y de hecho -escribe- no tardó en darse cuenta de que siendo mujer era mejor no mencionar que había servido en el frente de batalla, algo que no les ocurría a los varones. ¿Me podría explicar por qué ocurría eso?
-Leí por primera vez sobre esto, con horror, en un libro de Svetlana Alexievich: las mujeres volvieron después de derramar su sangre en la guerra y sufrir grandes traumas psicológicos, para después sentirse insultadas en sus pueblos de origen: «¿Qué estaban haciendo allí en el frente? ¿Dormir con todos los hombres?» Mis entrevistas confirmaron esta realidad extremadamente triste: para la sociedad patriarcal era mucho más importante que las mujeres jóvenes pasaran mucho tiempo rodeadas de hombres que el hecho de que estas mujeres habían defendido a todas y a su país poniendo en riesgo sus vidas. Lida, que regresó a su pequeño pueblo, no fue la excepción. Pronto aprendió a no hablar nunca sobre sus experiencias en el frente. Como le dije anteriormente, solo a finales de la década de 1960, bajo Brezhnev, las autoridades y la sociedad comenzaron a honrar a las soldados, y eran todavía muchas mujeres las que seguían estando traumatizadas y preferían no hablar sobre su tiempo en el ejército.
-¿Se acaba con este segundo libro su objetivo de investigar en el papel de la mujer en el ejército soviético o tiene en previsión algún estudio más sobre el asunto?
–Me gustaría continuar escribiendo sobre la guerra y sobre las mujeres en ella. Esta vez, sin embargo, tendré que usar documentos en lugar de entrevistas, ya que la mayoría de los participantes están muertos. También me gustaría saber más sobre los civiles en la guerra y sobre el Holocausto. Aunque mi propia familia es en parte judía, sé muy pocode él. Mis abuelos y mi madre no querían hablar de eso. Ahora que tengo hijos, quiero volver a esa historia.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/articulo/de-angeles-y-brujas/