La Fundación dice que los Premios son objetivos primordiales para consolidar los vínculos existentes entre el Principado y el Príncipe de Asturias y contribuir a la exaltación y promoción de cuantos valores científicos, culturales y humanísticos que son patrimonio universal y que S.A.R. el Príncipe de Asturias, D. Felipe de Borbón, entregará cada otoño en […]
La Fundación dice que los Premios son objetivos primordiales para consolidar los vínculos existentes entre el Principado y el Príncipe de Asturias y contribuir a la exaltación y promoción de cuantos valores científicos, culturales y humanísticos que son patrimonio universal y que S.A.R. el Príncipe de Asturias, D. Felipe de Borbón, entregará cada otoño en las ocho categorías en las que se conceden: Artes, Ciencias Sociales, Comunicación y Humanidades, Cooperación Internacional, Investigación Científica y Técnica, Letras, Deportes y Concordia.
Pero esto es sólo el envoltorio de un contenido y de unos fines que poco o nada tiene que ver con los premios. En la transición, y también ahora, se necesitaba «consolidar» unas estructuras artificiales creadas, empezando por la monarquía entonces recién resucitada, a la que era prioritario darle el contenido y el prestigio que no podía tener. Un niño de trece años, heredero al trono, es una buena figura para el marketing y, junto con la parafernalia de los medios «rosa», pensaron que sería fácil fuera aceptado.
Dos centenares de «insignes personalidades», todas ellas nombradas porque sí, entre los que se encuentran principalmente políticos, empresarios, banqueros, oligarcas, nobles y fascistas como Fraga Iribarne que preside le premio de las Ciencias Sociales, constituyen el grueso de la Fundación. La lista de personas significadas con la oligarquía del régimen franquista o sus herederos y con la de ahora es abultada y los que no, de alguna manera, comparten mesa y mantel.
Políticos de derecha y de los que se siguen llamando de izquierda, IU incluida, forman parte de los distintos jurados que eligen a las personalidades que consideran más convenientes para el interés del Premio, no tanto y no sólo por los merecimientos del elegido. Eligen para cimentar a la monarquía y sobre todo a lo que ésta representa de continuidad del modelo económico y social.
Otro efecto, en nada secundario, es que de entrada el premiado comienza por reconocer explícita o tácitamente a la institución principesca y a todo el tinglado montado a su alrededor. Un festín de galas y de etiquetas sólo aptas para la gente bien, ajenos todos ellos a la realidad de la crisis social que los rodea, pero de la que ellos son responsables directos y también, como no, beneficiarios.
Muchos de los premiados que de buena fe, sin duda, aceptan el premio seguramente mucho más por lo que supone de reconocimiento al trabajo al que tanto esfuerzo y vida han dedicado, más que por lo que pueda tener de homenaje a sí mismos. Sin olvidar que un rechazo supondría en muchos casos, de un modo o de otro, la condena al ostracismo de la obra y de autor.
Sin embargo, también hay otros efectos menos confesables. Premiados que se distinguen más por su oportunismo y su falta de conciencia social, porque no puede ser de otro modo cuando todo ello se enmarca en una «democracia monárquica» que ha de adornarse con unos principios que nada tienen de sociales ni tampoco con los valores científicos, culturales y humanísticos a los que dicen adherirse y premiar.
Es el caso de los que tanto en su vida como en su obra dejan bastante que desear y, de ser modelo de algo, lo serían de la insolidaridad y de falta de conciencia social. Así es que a éstos sí conviene galardonarlos para dar valor precisamente al modelo social que han impuesto, y pretenden mantener, sin importar las consecuencias, como lo son una creciente segregación social estratificada en clases sociales al servicio de éste poder económico que además marca, con estos Premios, una ética que es de lo que se trata.
Y un tercer grupo de premiados lo son porque el sistema que apoya y ampara los Premios, comparte la práctica de evadir su fortuna en paraísos fiscales para que siga prevaleciendo que pague más quien menos tiene, como así ocurre con alguno de los premiados y que, ahora, para más inri, forma parte del jurado, o como sucede con algunos otros que también forman parte del mismo.
El hecho de que los galardonados sean o no merecedores del premio no es lo importante y además sería una discusión complicada porque hay cientos, miles, de personas merecedoras de cualquier galardón. La cuestión es por qué un personaje, príncipe de nacimiento, que siendo todavía un adolescente que en aquellos tiempos andaba en edad escolar (en la privada, por supuesto) ya se permitía el lujo de bendecir con su nombre a los personajes más insignes de las ciencias y de las letras poniéndolos a sus pies.
Resulta que en el día de los Premios Príncipe de Asturias en el que participan toda clase de autoridades, además de nobles y de cortesanos como si fuera un territorio de la época medieval, abunda y agobia más el despliegue de la Policía Antidisturbios, diría que ofensivo, que tiene sitiada con decenas de controles a la ciudad de Oviedo, sede de los Premios.
Algunos, todos los implicados en la fiesta como es lógico, la apoyan incondicionalmente y otros también porque se identifican, sueñan, y esperan llegar a formar parte del festejo algún día. Y lo grave es que los premios «venden», venden la imagen de lo que precisamente no son.
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