Las cumbres, o reuniones en la cúpula de los máximos gobernantes de ciertas regiones, han sido usualmente una acumulación de tratados, convenios, acuerdos, resoluciones que se quedan en letra muerta y nadie se ocupa de impulsar, que expresan buenas intenciones y se ven obstruidas en su implementación por la dura realidad adversa. Existe una vieja […]
Las cumbres, o reuniones en la cúpula de los máximos gobernantes de ciertas regiones, han sido usualmente una acumulación de tratados, convenios, acuerdos, resoluciones que se quedan en letra muerta y nadie se ocupa de impulsar, que expresan buenas intenciones y se ven obstruidas en su implementación por la dura realidad adversa.
Existe una vieja tradición de estos concilios de dirigentes. Tras las guerras napoleónicas el Congreso de Viena intentó frenar los alcances de la Revolución Francesa y devolver Europa al orden absolutista. La entrevista de Guayaquil entre Bolívar y San Martín determinó la estrategia para la liberación de Perú. La cumbre de Versalles decidió la reunificación de los principados alemanes en una sola gran nación bajo Bismarck. La Liga de las Naciones, tras la Primera Guerra Mundial, fue un intento de evitar una nueva conflagración mundial. El Pacto de Munich entre Chamberlain y Hitler pretendió inútilmente frenar la ambición territorial del nazi. En las cumbres de Casablanca y Teherán se decidió la estrategia para la etapa final de la Segunda Guerra Mundial. En la cumbre de Yalta se decidió el reparto de las zonas de influencia al iniciarse la Guerra Fría.
Pero hay muchas mega reuniones de jefes de estado que solamente sirven para el turismo presidencial y las excursiones de compras de las primeras damas. Especialmente las hispanoamericanas de las que vamos por la número quince sin resultados apreciables: la miseria, la desnutrición, la insalubridad y el analfabetismo siguen tan campantes. Esas reuniones son de color de rosa con un elaborado protocolo, banquetes, fotografías, diálogos amistosos y pomposos discursos vacíos de contenido.
Sin embargo, en esta ocasión hemos tenido una grata variante. La resolución condenando el bloqueo a Cuba de Estados Unidos fue aprobada por unanimidad. De igual manera fue sancionada la recomendación de extraditar terroristas, como es el caso del siniestro Posada Carriles, amparado por el gobierno de Bush. El gobierno en Washington protestó, como era de esperar, a través de su embajador en España.
Lo que mas les molesta es el uso de la palabra bloqueo en la declaración final. Ellos prefieren embargo. Según el diccionario de la Real Academia Española, embargo es la «prohibición del comercio y transporte de armas u otros efectos útiles para la guerra decretada por un gobierno» y también «retención, traba o secuestro de bienes por mandamiento de juez o autoridad competente»; bloqueo es «interceptar, obstruir, cerrar el paso. Impedir el funcionamiento normal de algo. Inmovilizar una cantidad o un crédito, privando a su dueño de disponer de ellos total o parcialmente». Puesto que Cuba no trafica en equipos de guerra y si se ha visto agredida por una guerra brutal es obvio que ha sufrido un bloqueo, no un embargo.
Estados Unidos ha organizado planes de asesinato de los dirigentes cubanos, terrorismo, sabotaje, bloqueo económico, aislamiento diplomático, incomunicación política e intentos de separación de la comunidad internacional. Ha organizado expediciones militares, bombardeos, atentados, sabotajes de la economía, guerra biológica, plagas agrícolas y enfermedades; han formado una quinta columna interna, han sobornado generosamente a numerosos comentaristas, periódicos, estaciones de radio y televisión para que ataquen a la revolución cubana, ha establecido un aparato de calumnias y distorsiones, esparcido rumores y alentado la guerra psicológica. Aún más, ha promovido el aislamiento comercial de Cuba malogrando acuerdos económicos y excluyéndola de foros internacionales, buscando su incomunicación diplomática y tratando de cercarla para que rinda su soberanía. Nada de ello ha dado resultados.
Pero las Cumbres siguen reuniéndose mientras la brecha entre ricos y pobres continúa ensanchándose y el ALCA es un intento anexionista de imposible establecimiento. Durante la década del setenta una pesadilla dictatorial devoró la América Latina. Desaparecidos, torturados, prisioneros políticos, escuadrones de la muerte, corrupción administrativa constituyeron un cáncer corrosivo. En los ochenta se intentó un desarrollismo que no dio resultado. Es la llamada «década pérdida». La crisis del capitalismo latinoamericano fue evidente: descenso de los niveles de vida, estancamiento económico, tasas astronómicas de inflación, fuga de capitales, crecimiento infinito de la deuda externa, migraciones masivas.
La política recomendada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial obligó a reducir el gasto social. Un serio desequilibrio estructural dejó a cien millones de latinoamericanos en la miseria total y a otros ochenta millones en el umbral de la pobreza, según las cifras de la Organización Mundial de la Salud. La deuda externa sigue creciendo alarmantemente en todos los países.
El modelo neoliberal, al que muchos han acudido ante la orfandad de opciones, está propiciando una explosiva situación revolucionaria mundial. Pero las cumbres hispanoamericanas siguen acumulando papeles y palabras sin que ninguno de los verdaderos problemas sea enfrentado. Al menos, en esta ocasión, la Cumbre ha servido para algo.