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Para ser democratacristiano o socialista

Fuentes: El Mostrador

Para seguir siendo realmente demócrata-cristiano o socialista en Chile es cada vez más difícil -si no imposible- hacerlo al interior de dichos partidos, ya que éstos están completamente hegemonizados por liderazgos que hace mucho tiempo renunciaron a los ideales que los constituyeron. En efecto, de acuerdo al propio Edgardo Boeninger («Democracia en Chile. Lecciones para […]


Para seguir siendo realmente demócrata-cristiano o socialista en Chile es cada vez más difícil -si no imposible- hacerlo al interior de dichos partidos, ya que éstos están completamente hegemonizados por liderazgos que hace mucho tiempo renunciaron a los ideales que los constituyeron.

En efecto, de acuerdo al propio Edgardo Boeninger («Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad», 1997), el núcleo del liderazgo concertacionista experimentó, a fines de la década del 80, una «convergencia» con la derecha en su pensamiento económico liberal; convergencia que «políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones políticas de reconocer» y que pudo imponer a sus bases «por la naturaleza del proceso político en dicho período, de carácter notoriamente cupular, limitado a núcleos pequeños de dirigentes que actuaban con considerable libertad en un entorno de fuerte respaldo de adherentes y simpatizantes».

Derivado de lo anterior, dicho liderazgo procedió en forma inédita a regalarle a la derecha la segura mayoría parlamentaria simple que le aguardaba al inminente presidente Aylwin, de haberse mantenido intocados los artículos 65 y 68 de la Constitución del 80. Estos, pensando naturalmente en el triunfo de Pinochet en el plebiscito -y en el carácter históricamente minoritario de la derecha chilena- le conferían a aquel dicha mayoría, teniendo la mitad más uno del Senado (con el recurso del sistema electoral binominal y los senadores designados) y solo un tercio de la Cámara de Diputados. Como Pinochet perdió el plebiscito, dicho prospecto le aguardaba irremisiblemente al futuro presidente concertacionista, que tendría con seguridad mayoría en la Cámara y alcanzaría a obtener un tercio del Senado. Sin embargo, el liderazgo de la Concertación aceptó silenciosamente, dentro del paquete de 54 reformas concordadas para el plebiscito de1989,

elevar los quorums a mayoría absoluta en ambas cámaras, sin eliminar el sistema binominal y los senadores designados.

Dicho regalo cumplió la función política de poder atribuirle, plausiblemente, al hecho de no tener mayoría parlamentaria simple, el no efectuar ninguna de las profundas reformas prometidas en el Programa de la Concertación de 1989; y en las cuales aquel liderazgo -como lo reconoce Boeninger- inconfesablemente ya no creía.

Lo anterior permite comprender también porqué dicho liderazgo no quiso efectuar pactos electorales con la izquierda extraparlamentaria, en circunstancias que de haberlos hecho – proyectando los resultados de 1993 y 1997- la Concertación habría adquirido, por sí misma, mayoría en las dos cámaras en 1998. Y más todavía, porqué luego de obtener fortuitamente esa mayoría entre Agosto de 2000 y Marzo de 2002 (por los desafueros de Pinochet y Errázuriz) no cumplió ninguno de los compromisos adoptados en 1989 en los planos judiciales, económicos, laborales, sindicales, previsionales y de salud. Ni porqué no los ha cumplido ahora, desde que en Marzo de 2005 adquirió establemente aquella mayoría simple.

Aquella convergencia en el plano económico se ha complementado en el ámbito político, desde que en Agosto de1991 la Concertación señaló que se había llegado a un régimen incuestionablemente democrático (solo que «imperfecto»), pese a que continuaban vigente todos los «enclaves autoritarios», cuya eliminación la Alianza Democrática había señalado, en Julio de 1984, como requisitos ineludibles para acceder a un sistema democrático (Ver Patricio Aylwin.- «El reencuentro de los demócratas. Del golpe al triunfo del NO»,1998). Convergencia que culminó con la refrendación de Ricardo Lagos de la Constitución del 80, pese a que todavía conserva rasgos profundamente autoritarios y neoliberales.

A su vez, ambas convergencias explican las aparentemente absurdas políticas desarrolladas por los gobiernos de la Concertación destinadas a ¡destruir los medios de comunicación afines!. Políticas de bloqueo efectivo -bajo Aylwin- de millonarias ayudas holandesas que pretendieron solventar a las revistas «Hoy», «Análisis» y «Apsi», como lo ha denunciado el Premio Nacional de Periodismo, Juan Pablo Cárdenas («El Mercurio»; 11-9-2005). Políticas de discriminación del avisaje

estatal contra dichos medios y contra otros medios progresistas independientes, como lo ha denunciado el mismo Cárdenas (op. cit.); la Premio Nacional de Periodismo, Faride Zerán; y todo el Comité editorial de la Revista Rocinante («Rocinante»; N° 84 y final de Octubre de 2005). Y una política sistemática destinada a impedir la restitución de los bienes del diario de centro-izquierda «Clarín» a su legítimo propietario , Víctor Pey; incluyendo en ella métodos altamente inmorales, como fue denunciado por la Premio Nacional de Periodismo, Patricia Verdugo («Rocinante»; N° 47; Septiembre, 2002) y recientemente por «El Ciudadano» (Agosto, 2007). Todos estos medios pasaron a ser objetivamente molestos para la cúpula concertacionista, en la medida que su giro copernicano no era compartido por los periodistas que fueron una de las puntas de lanza en la lucha contra la dictadura y su modelo neoliberal.

La convergencia con la derecha ha sido ya desde hace tiempo desenfadadamente asumida por el liderazgo PDC-PPD-PS. Expresiones ilustrativas de ello son -entre muchas otras- las palabras de Alejandro Foxley y Eugenio Tironi. Así, el primero ha señalado que «Pinochet realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después… Hay que reconocer su capacidad visionaria y la del equipo de economistas que entró en ese gobierno el año 73, con Sergio de Castro a la cabeza (para) abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile y que, quienes fuimos críticos de algunos aspectos de ese proceso en su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile…

Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar.» («Cosas»; 5-5-2000). A su vez, Tironi ha escrito que «la sociedad de individuos, donde las personas entienden que el interés colectivo no es más que la resultante de la maximización de los intereses individuales, ya ha tomado cuerpo en las conductas cotidianas de los chilenos de todas las clases sociales y de todas las ideologías. Nada de esto lo va a revertir en el corto plazo ningún gobierno, líder o partido…Las transformaciones que han tenido lugar en la sociedad chilena de los 90 no podrían explicarse sin las reformas de corte liberalizador de los años 70 y 80…Chile aprendió hace pocas décadas que no podía seguir intentando remedar un modelo económico que lo dejaba al margen de las tendencias mundiales. El cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes lo diseñaron y emprendieron mostraron visión y liderazgo» («La irrupción de las masas y el malestar de las élites. Chile en el cambio de siglo»; 1999).

A su vez, esta transformación ha sido altamente elogiada por numerosos empresarios, economistas e intelectuales de derecha, nacionales y extranjeros. Así, tenemos las «declaraciones de amor» efectuadas por Hernán Somerville a Ricardo Lagos, con ocasión de la reunión de la APEC en 2005 («La Segunda»; 14-10-2005). Las expresiones de César Barros de que Lagos convenció a los empresarios chilenos «de que estaba siendo el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos», y su analogía de Lagos con el hijo pródigo de la parábola evangélica («La Tercera»; 11-3-2006). Las afirmaciones de Oscar Godoy de que la «apropiación» de la Concertación del modelo económico de la derecha «debería ser un motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente cuando consigue la conversión del otro.

Por eso tengo tantos amigos en la Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me satisface mucho» («La Nación»; 14-6-2006). Y los dichos de Arnold Harberger -uno de los principales artífices de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago- quien refiriéndose a una intervención de Lagos de este año en Colombia, señaló que «su discurso podría haber sido presentado por un profesor de economía del gran período de la Universidad de Chicago. El es economista y explicó las cosas con nuestras mismas palabras. El hecho de que partidos políticos de izquierda finalmente hayan abrazado las lecciones de la buena ciencia económica es una bendición para el mundo» («El País», España; 14-3-2007).

¿Tiene sentido, para quienes adhieren doctrinariamente a la democracia cristiana o al socialismo, continuar perteneciendo a partidos que han llegado a este grado de abandono de sus ideales?