Si en Tierra sublevada: oro impuro abordaba el tema de la megaminería a cielo abierto, aquí Solanas presenta el problema del petróleo. Para eso recorre el país de sur a norte. Lo que encuentra son perdurables focos de resistencia a la política privatizadora
Ultimo capítulo de la inmensa saga que Pino Solanas inició en 2004 con Memoria del saqueo, Tierra sublevada. Parte 2: oro negro es, a su vez, el complemento de Tierra sublevada: oro impuro (2009). Si en el film anterior, el realizador de La hora de los hornos denunciaba la expoliación de los recursos naturales a la que históricamente ha sido sometido el país, con el acento puesto en la megaminería a cielo abierto, aquí Solanas completa el cuadro refiriéndose al problema, no menos grave, del petróleo. Como siempre en las películas de esta serie, que no esconde un objetivo didáctico, el film rastrea su tema desde sus mismos inicios, para poder dar un panorama lo más amplio posible de la materia a abordar. Es así como Oro negro refiere -en palabras del propio Solanas, desde el off de la banda de sonido- «la historia de los hombres y mujeres que protagonizaron la creación de una de las grandes epopeyas nacionales». Entre ellos, el film señala inmediatamente la figura del militar e ingeniero argentino Enrique Mosconi (1877-1940), «el San Martín del siglo XX», creador de la primera petrolera estatal del mundo, en los años ’20: Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF).
«En los tiempos del Made in England, Mosconi debe inventarlo todo», relata Solanas, mientras da cuenta de la fabulosa riqueza que puso en marcha, a partir de su visión y de su esfuerzo: pozos de extracción, destilerías e infraestructura de transporte y comercio. Contra la enajenación que proponen las compañías británicas o estadounidenses, Mosconi entiende muy tempranamente que los hidrocarburos son recursos estratégicos inalienables, que deben estar al servicio de la Nación y que su explotación debe ser considerada política de Estado.
Oro negro no tarda, sin embargo, en encontrar las primeras defecciones a esa política, inicialmente en el gobierno de Arturo Frondizi, el primero en privatizar algunos yacimientos, y luego durante el golpe militar que derriba al presidente Arturo Illia que, según el film cae, entre otras razones, por negarse a enajenar el patrimonio petrolífero de la Nación. El clímax llegaría en 1992, durante el menemato, cuando el Congreso de la Nación aprueba la privatización de YPF y comete, en palabras del propio Solanas, «una de las mayores estafas de la historia argentina».
Del actual período, Solanas reconoce las medidas progresistas de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández (la renovación de la Corte Suprema, la política de derechos humanos, la Asignación Universal por Hijo, la recuperación de los fondos de pensión y de Aerolíneas Argentinas), pero afirma que son «el contrapeso de la continuidad de la política privatizadora de los recursos minerales y petroleros», mientras denuncia la prórroga de las concesiones por otros treinta años.
Para narrar esta épica de la lucha por el petróleo que propone el film, Solanas recurre, como en otras oportunidades, no sólo al gran plano general (el film se abre con unas imponentes tomas aéreas que permiten ver los pozos y destilerías en el marco de la silueta del país), sino también al relato coral. Tomando como guías o cicerones a miembros muy diversos de la familia «ypefiana» (delegados de base, abogados, ingenieros, militantes o simples desocupados por la destrucción del patrimonio público), Oro negro recorre el país desde el sur profundo hasta las alturas de Tartagal. Lo que encuentra son perdurables focos de resistencia a una política privatizadora, que no ocasiona solamente perjuicios económicos, sino también sociales y ambientales. La deforestación compulsiva de montes enteros -expone el documental- provoca inundaciones y aludes que luego causan la contaminación de las napas de agua, con consecuencias gravísimas para la salud de la población.
Además de esos protagonistas que el film elige como narradores, Oro negro también ostenta coloridos personajes secundarios, como el cacique Paliza, padre de 21 hijos, que en el fondo de su rancho tiene su propio pozo petrolero, del que extrae sin dificultad unas latitas de combustible, para hacer funcionar el calefón familiar. O la aguerrida abogada salteña Mara Puntano, defensora de los trabajadores procesados por reclamar por sus derechos, que enfrenta a cámara, y sin pelos en la lengua, al juez federal que sistemáticamente ha ordenado reprimir la protesta social. Algunos de esos momentos airean un documental quizá demasiado encerrado en su propio discurso, pero siempre valiente y necesario como disparador de un debate que sigue vigente.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-23196-2011-10-14.html