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Parémonos un poquito

Fuentes: Rebelión

Debería existir un partido político, una asociación, una organización filantrópica -lo de no lucrativa lo dejamos en el cajón de los propósitos reconvertidos en carcajadas- o lo que fuera, que llevara por nombre y por filosofía «Parémonos a pensar un poquito». Ojo que lo de «poquito» no es sólo un adjetivo para enternecer, lo que […]

Debería existir un partido político, una asociación, una organización filantrópica -lo de no lucrativa lo dejamos en el cajón de los propósitos reconvertidos en carcajadas- o lo que fuera, que llevara por nombre y por filosofía «Parémonos a pensar un poquito». Ojo que lo de «poquito» no es sólo un adjetivo para enternecer, lo que me parecería estupendo por sí mismo; sino porque expresamente basta con que nos paremos a pensar un poco -muy poco, poquito-, para entender las cosas como son, y no como las pintan los 101 lobbys nacidos de un par de perros peseteros con una vocación de bien común igual a la de un chicle usado.

No es que pensemos del todo por mal camino. De hecho, un Gobierno decide mentir sobre casi 200 cadáveres y la sonrisa cínica y asesina -de la conciencia lo es; de la sociedad lo es-, se le congela cuando comienza el recuento electoral tres días después del baño de sangre. Otra cosa es que los rajoycebesgairiños de turno se laman las heridas como mejor sepan confundiendo a algunos y encabronando a más -y que lloren durante 40 años la caída de su caudillito con complejo de «mira la tele en Valladolid, mamá, que salgo con Bush», así aprenderán a valorar la democracia-.

Como decía, no es que pensemos mal. Pero en ciertas cosas no sé yo a cuenta de qué andamos con tanto miramiento. Por ejemplo, la vivienda. Un 18 por ciento de subida en el último año, después de un 114 acumulado en los últimos siete. Un 18 que, punto arriba punto abajo, se repite cada año y al que cada cual busca su explicación: exceso de demanda -justificación del «centro reformista»-; expoliación a manos de especuladores desalmados -a más de uno que lo grita quisiera verle yo si le ofrecieran la décima parte de una comisión de un complejo urbanístico-; encarecimiento de los materiales de construcción… Y todo esto no es más que un magnífico cachondeo.

Si existiera, «Parémonos a pensar un poquito» tendría en este caso el cometido de sensibilizar a la población para formular un «váyanse ustedes al garete» unísono y clamoroso: «Que no son las razones, damas y caballeros, es simplemente que así no hay manera de comprar, no es lógico. ¿Les han subido a ustedes el salario un 18% en el último año? ¿Un 114 en los últimos siete? Pues eso». Habría bastado con que todos, constructores, bancos, especuladores y compradores, se «pararan a pensar un poquito» para que no se hubiera llegado a esta situación descontrolada.

Es de cajón que con una escalada de este tipo, bien se resiente el consumo de vivienda, bien se resiente otro tipo de consumo privado. Como también lo es que el propio sistema ha demostrado hasta la saciedad su capacidad para evitar, adaptarse y engullir todo intento de desestabilización. Entonces lo que no se entiende es que en lugar de buscar explicaciones, no se haya producido un consenso urgente para frenar la pérdida de poder adquisitivo y evitar el colapso a medio plazo del consumo privado.

Visto lo visto, nos queda el consuelo tópico de «cuanto peor, mejor». Consuelo torpe en cuanto que no conduce a revolución alguna sino al pillaje de los desesperados, que también genera un sistema de «ley del más fuerte»; sólo que sin garantías formales de tipo alguno. Es decir: mafias, corrupción, privatización. Como lo de ahora pero a gran escala, menuda una solución.

Y consuelo torpe también en la medida en que mientras tanto alimentaremos esta sociedad enferma en la que corremos para que no se nos escape un tren, un metro, o un autobús, cuando unos minutos más tarde va a pasar otro en la misma dirección. Claro que la culpa no es de quienes corremos, sino de quienes nos obligan a correr porque han conseguido robarnos hasta los minutos. Para malpagar una vivienda. Qué ironías.

Así que parémonos a pensar, aunque sea «un poquito». Si es posible, dejemos escapar el tren, que alguien tiene que empezar a parar: para pensar un poco, muy poco, un poquito nada más.