En septiembre del año 2012, pasados escasos 3 meses desde que se produjera el traslado de las personas presas en la antigua cárcel de Pamplona a la macro cárcel de la Colina de Santa Lucía, desde Salhaketa observamos con incredulidad y estupor la rapidez con la que se procedió al derribo de la cárcel «vieja». […]
En septiembre del año 2012, pasados escasos 3 meses desde que se produjera el traslado de las personas presas en la antigua cárcel de Pamplona a la macro cárcel de la Colina de Santa Lucía, desde Salhaketa observamos con incredulidad y estupor la rapidez con la que se procedió al derribo de la cárcel «vieja». Ello a pesar de las voces que pedían un debate sobre el futuro uso del inmueble, y mientras que en otras ciudades del Estado los antiguos edificios destinados a cárceles hasta fechas recientes estaban siendo reutilizados y transformados en espacios públicos.
Con este rápido derribo se logró eliminar de la memoria urbana la antigua cárcel de Pamplona que había formado parte de la ciudad durante más de 100 años. Ahora, 6 años después, asistimos igual de rápido a su eliminación de la memoria social.
En la anterior legislatura, con el anterior alcalde de la ciudad, presentamos por registro a él dirigido, una solicitud para la colocación de una placa o una estatua en el solar del barrio de San Juan donde durante más de 100 años estuvo ubicada la cárcel de Pamplona. En aquella petición explicábamos que encontrábamos dos motivos fundamentales para ello.
Por un lado, que aquel había sido un lugar donde para muchas personas se habían producido momentos de angustia y dolor, un lugar donde familiares habían fallecido y donde, tras sus muros, a lo largo de ese Siglo se habían quedado vidas enteras, que merecían por lo menos un recuerdo de su ciudad. Nunca tuvimos mucha esperanza en que este argumento fuese aceptado, pues la empatía hacia personas presas y familiares, no abunda en nuestra sociedad, y menos lo hacía en aquel Ayuntamiento.
Por ello, ofrecíamos una segunda razón, una razón histórica. En aquel lugar se habían producido varios hitos relevantes para Pamplona: las últimas ejecuciones de personas ajusticiadas en nuestra ciudad, la reapertura del módulo de mujeres por acuerdo unánime del Parlamento Foral, una enorme cantidad de proyectos y de profesionales que trabajaron tras sus muros -incluido el primer psiquiatra de la sanidad pública-, la primera sentencia que obligó a una cárcel a tener intercambio de jeringuillas y que forzó a Instituciones Penitenciarias a que dicho programa se implantara en todo el Estado e íntimamente relacionado con esto último, la estancia del colectivo de insumisos que consiguieron acabar con el ejército obligatorio.
No sabemos qué fue de aquella instancia a la que nunca se nos contestó, pero teníamos esperanzas de que el «Ayuntamiento del cambio» acertara a realizar alguna acción que permitiera un recordatorio de manera transversal a todo lo expuesto, que por lo menos no dejara a nadie fuera del recuerdo. Esta semana nos damos cuenta de que no va a ser así.
En el solar en el que se encontraba ubicada la antigua cárcel de Pamplona hasta el año 2012, se va colocar una estatua o placa en recuerdo de aquellos insumisos que cumplieron allí condena y será el futuro parque de la insumisión. Cien años de castigos, van a reducirse tan solo a aquellos antimilitaristas que «pagaron patio» en esa nefasta institución junto con otras personas que, parece, no merecen ser recordadas.
Desde Salhaketa nos resulta muy difícil criticar que se dedique un espacio a la insumisión en nuestra ciudad. Los lazos que nos unen, el respeto mutuo y el cariño que los dos movimientos nos tenemos es imborrable. Muchos de los logros en Salhaketa han sido fruto de aquellos años y gran parte del mérito es también de movimientos como el MOC (Movimiento de Objeción de Conciencia). Creemos que, precisamente la experiencia penitenciaria de los insumisos, hizo nacer en ese movimiento la convicción anti-carcelaria, y el trabajo que Salhaketa compartió con ellos nos hizo anti-militaristas.
Por ello, aunque podemos equivocarnos, creemos que estarán a nuestro lado todos aquellos insumisos y sus familias al señalar que el recuerdo debería englobar a muchas más personas, porque cien años de castigos no tienen un único reflejo, porque el dolor compartido no tiene un solo nombre.
Esperábamos de este Ayuntamiento del cambio que honrase a la insumisión cambiando nombres como el de la Avenida del Ejército o las calles dedicadas a Generales, y que además fuera capaz de no llevar al olvido a quienes no tuvieron voz, pero compartieron el patio y el castigo con ellos.
Manuel Ledesma, Paz Francés, June San Millan, Libertad Francés, Jon Igartua, Zuriñe Redondo, Iranzu Baltasar y Lorena Alemán, miembros de Salhaketa Nafarroa.
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