El nombre de Pascual Serrano es familiar en Cuba. Artículos y libros suyos son frecuentemente publicados por editoriales, diarios y revistas del país. La experiencia acumulada en sus viajes por naciones latinoamericanas y del Oriente Medio, su vocación de espectador crítico de medios y el desempeño como periodista en el diario español ABC, en la revista Voces y en la fundación y edición del periódico digital alternativo Rebelión, es constatable siempre en su prosa ágil, en la rigurosa selección de los datos que ofrece y la agudeza de sus reflexiones.
Entre sus libros publicados se encuentran Periodismo y crimen, Washington contra el mundo, Perlas. Patrañas, disparates y trapacerías en los medios de comunicación, Juego sucio. Una mirada a la prensa española y Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo. Todas estas obras, sea en los propios libros o en artículos separados, se conocen en Cuba.
Constancia de esa cercanía es la Distinción Félix Elmuza que le confirió la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) el pasado 17 de febrero. «No hacemos periodismo para defender a Cuba, porque Cuba se defiende sola», dijo Serrano al recibir el más importante reconocimiento que otorga la UPEC a periodistas cubanos y, por excepción, a profesionales extranjeros.
Esta distinción y la publicación en Cuba de una de sus últimas obras, constituyen el motivo de su estancia en Cuba: Medios violentos. Palabras e imágenes para el odio y la guerra, ha sido editado y presentado en esta Feria por la Editorial José Martí. Aunque preceden a la edición cubana la publicación del libro por la casa española El Viejo Topo y el lanzamiento en Venezuela por el Ministerio de Comunicación e Información, la historia de Medios violentos nos pertenece. Así lo certifica Pascual en un alto con esta reportera, en medio de la vorágine de una redacción que se privilegia, hace ya varios años, de su compañía y buen humor en los intensos días de Feria:
«Todo empezó a partir de una ponencia mía en un encuentro de filosofía sobre Violencia y Comunicación. Luego se amplía y se convierte en un trabajo para el Premio Pensar a Contracorriente en Cuba, donde resulta finalmente premiado en 2007. A partir de ahí se sigue ampliando y termina siendo este libro: Medios violentos. Palabras e imágenes para el odio y la guerra. En él defiendo la tesis de que el mensaje generalizado que se nos vende acerca de que los medios están en contra de la violencia y a favor de la tolerancia, propugnando la paz y la concordia, no siempre es cierto. En numerosas ocasiones, los medios de comunicación han sido los principales generadores de odio étnico y cultural, han fomentado invasiones, guerras, xenofobias, han estigmatizado líderes políticos y han ayudado incluso a crear condiciones para una invasión armada».
¿Por cuánto tiempo has estado estudiando los medios, recortando los periódicos y guardando lo que de ellos te resulta significativo?
Durante toda la vida. Uno se dedica siempre a vigilar a los medios y de esa actividad ha resultado esta tesis.
Esa función de vigilancia correspondió durante mucho tiempo a los propios medios de comunicación. ¿A quién correspondería hoy entonces servirles de contrapoder?
Durante mucho tiempo, a los medios se les llamó «cuarto poder» precisamente porque se suponía que vigilaba los otros tres poderes: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Hoy, podría decirse que en nuestro modelo social todo poder tiene su contrapoder: frente a un gobierno hay una oposición, frente a un empresario hay un sindicato… pero si nos ponemos a pensar, no existe ningún contrapoder frente de los medios de comunicación. Posiblemente sea el poder menos controlado, menos vigilado. Y paradójicamente es el menos participativo, el menos democrático. Mal que bien, los demás están sometidos a un determinado control ciudadano, mientras que a los medios solo los maneja el mercado.
Ignacio Ramonet defiende la necesidad de un «quinto poder», que serían los Observatorios de medios. ¿Por qué crees que no han podido consolidarse?
Los Observatorios de medios no se han consolidado, evidentemente. Entre otras razones, principalmente porque nunca han tenido un apoyo serio por parte del estado. Si una sociedad organizada no tiene apoyo técnico y financiero, si no tiene un apoyo por parte del estado, no puede tener ningún tipo de control frente a esos monstruos que están detrás de los medios de comunicación. Hace falta crear el contrapoder ciudadano que los vigile.
Si los medios no son «de comunicación», sino de «desinformación», ¿de qué manera podría generarse una audiencia crítica? ¿A quién corresponde educar la recepción?
Sin duda, a la sociedad organizada. El planteamiento del Observatorio de medios contemplaba tres partes: profesionales del periodismo, académicos de la universidad y ciudadanía organizada. Es decir, esos tres colectivos eran los que de alguna manera fungirían como vigilantes de los medios de comunicación. Pero ocurre que esos colectivos, como en tantos otros frentes sociales, no pueden funcionar sin el apoyo del estado. Tú puedes tener, por ejemplo, médicos muy conscientes de la necesidad de atención pública; pero si no hay un estado que ponga un hospital, no servirá de mucho. Hace falta uno que entienda que por encima de las empresas periodísticas existe una ciudadanía con el derecho a disfrutar de medios participativos, rigurosos y decentes. Mientras los estados no hagan esa apuesta, iniciativas como la del Observatorio nunca llegarán a hacerse real.
¿Medios violentos es una denuncia o es una voluntad de contribuir a esa educación de las audiencias?
El libro pretende romper un tópico. Pretende acabar con un patrón mental que han fomentado los medios de comunicación: la imagen de que están a favor de la paz y la tolerancia, mientras son capaces de generar guerras y genocidios. Esto que parece tan alarmante, no lo digo yo: un ejemplo muy elocuente es la sentencia del tribunal internacional creado para el conflicto de los Grandes Lagos en África, que condenó por crímenes contra la humanidad a los directivos de varios medios de comunicación en la República Democrática del Congo. Es decir, hay una condena que dice que los medios de comunicación fueron criminales y genocidas. De modo que lo que yo estoy manejando no es una tesis académica, sino una realidad constatable incluso en una sentencia judicial.
Hay otros muchos ejemplos, como puede ser el de Venezuela, donde los medios fueron planificadores y ejecutores de un golpe de Estado. Junto con él otros muchos: se segrega a musulmanes y emigrantes, se satanizan líderes políticos progresistas en América Latina. Los ejemplos de mentira, de desinformación y de manipulación de los medios son cotidianos, insultantes. El libro intenta ser irreverente, contracorriente.
¿Resulta fácil «pensar a contracorriente» en el mundo contemporáneo?
Es complicado decirte. Por un lado, uno puede lograr una capacidad o una determinada autonomía mental y no dejarse llevar por un pensamiento dominante; pero si no apostamos por un ciudadano formado en esos principios, sino alienado por un modelo ideológico creado por la publicidad y el consumo, la verdad es que lo que veríamos de modo elocuente luego no lo es para la gran ciudadanía. Eso puede ser un gran reto para el pensamiento crítico e incluso puede desalentar a muchos. Decía el Che que «desgraciados los tiempos en los que hay que demostrar lo obvio». Tengo la sensación de que estamos en uno de esos tiempos.
¿Crees que está la producción intelectual en correspondencia con las necesidades de estos tiempos?
Desgraciadamente, también ahí los medios han jugado un papel de silenciamiento de la intelectualidad progresista, alternativa y contracorriente. El papel de los medios ha sido tan terrible que se han encargado de que si encima ya el pensamiento alternativo, díscolo, libre y autónomo era minoritario por la capacidad del mercado de crear mentes sumisas, los medios además se encargan de hacer como las dictaduras en las décadas pasadas: silenciar al crítico y al rebelde. Además de minoritario, el pensamiento alternativo también es proscrito.
Pero creo que también de eso los intelectuales se han dado cuenta. Cito aquí a Rebelión y al apoyo mayoritario que ha tenido por parte de la intelectualidad de izquierda, que ha evidenciado el potencial que existía de intelectuales ignorados o laminados por el modelo dominante. En Rebelión y luego en otros medios alternativos, han encontrado un mecanismo de salir a la luz.
El libro se ha publicado en España, Venezuela, Ecuador y ahora en Cuba. ¿Cómo reciben estos temas públicos tan distintos como los de América Latina y Europa?
En América Latina hay una efervescencia de sensibilidad en relación con el debate de los medios de comunicación. Creo que los procesos progresistas y de izquierda que en estos momentos se desarrollan en la región, han provocado un efecto de combate político reaccionario por parte de las empresas de los medios de comunicación. Por eso, en muchos de estos países se ha llevado a la primera línea de la agenda informativa el debate sobre los propios medios.
Cuando gobernaba la derecha, los medios no se caracterizaban por una labor de combatividad en la política, entre otras cosas porque no había nada que combatir a no ser ellos mismos. Pero con los gobiernos progresistas llama la atención cómo los medios se han convertido en agentes de participación y de combate político. También influye que los gobiernos progresistas poco a poco han ido percatándose de la necesidad de incorporar rigor y pluralidad en los medios privados y de la importancia de recuperar el papel del estado como árbitro que garantice esos elementos. Creo que en este momento América Latina está a la vanguardia del debate sobre los modelos de comunicación, de modo que publicaciones que se encargan de promover estos debates tienen una gran recepción entre los ciudadanos, conscientes de que en este momento el gran poder menos democrático y menos controlable está en el campo de los medios.
¿Qué pasa con Europa?
Europa se muere de aburrimiento. El nivel de adormecimiento mental, de sumisión ideológica y de apatía ciudadana es inquietante. El caso italiano con Berlusconi es paradigmático del nivel de degradación social que puede producirse en un país. La frivolización o trivialización de los contenidos informativos televisivos en Europa es un ejemplo de decadencia al más puro estilo del imperio romano. Europa está en un momento de decadencia intelectual y moral sin precedentes.
Decías hace un rato que este panorama resulta alarmante. ¿Deberían los lectores de La Jiribilla apalear sus televisores o dejar de leer periódicos?
[Ríe]
Todo depende en qué modelo se desenvuelvan. Si sus periódicos y televisiones son las que están operando bajo los imperativos del mercado ―rentabilidad, competencia y publicidad―, pues sinceramente creo que deben dejar de leer los periódicos y caerles a palo a sus televisores.
Mencionabas a Rebelión como un modelo de prensa que ha permitido situar en la red las voces de muchos intelectuales de izquierda. ¿Cómo describirías un modelo de comunicación alternativo? ¿Qué posibilidades reales de transformación del panorama mediático tienen hoy las experiencias de ese tipo?
Por comunicación alternativa yo entendería un modelo informativo que no estuviese condicionado por el modelo dominante de mercado. Es decir, no debería ser necesariamente rentable, desde el punto de vista empresarial, no debería moverse por criterios competitivos con respecto a otros medios y no debería ser propiedad de grandes grupos económicos. Tampoco debería estar condicionado por elementos como la publicidad que perviertan el resultado informativo.
No obstante, creo que los medios de comunicación alternativos deben aprender los mecanismos del enemigo, de sus técnicas. Un gran error de la comunicación alternativa es que ha adoptado un perfil e idiosincrasia combativa, militante e incluso panfletera. Las técnicas vanguardistas del mercado han entendido que deben promover ideología, pero bajo una apariencia de neutralidad y de información. Los proyectos alternativos debemos aprender algo parecido: no debemos extendernos en calificativos o en valoraciones panfletarias, no. El ciudadano ya no quiere que lo ideologicen, no quiere que intenten manipular su opinión. El ciudadano quiere datos, argumentos, análisis. La combatividad militante también genera rechazo.
La objetividad no existe, es un mito, pero los mecanismos de intencionalidad hay que aplicarlos desde criterios serios, periodísticos. Eso se nota en el lenguaje. Hay que trabajar, hay que profundizar, hay que hacer periodismo. Es una asignatura pendiente en los medios alternativos e incluso en el modelo de prensa de muchos países progresistas.
El reto es lograr salir de la «alternatividad» para pasar a ser dominantes y que los marginados sean ellos. Aún hay que desplazar ese modelo, eso es una deficiencia que las experiencias de comunicación alternativa no han podido superar. Pero como nunca antes se ha logrado sembrar la duda en la credibilidad de los grandes medios de comunicación. La gente sabe que son manipuladores y que están al servicio de intereses externos. Por ahí vienen las primeras luces.
http://www.lajiribilla.cu/2010/n458_02/458_98.html
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