La dignidad de nuestro pueblo requiere rechazar toda expectativa de proceso al estilo o modelo de Loiola. Esa expectativa, si es que alguna vez existió, hay que darla por agotada, obsoleta e inconveniente
Euskal Herria, los vascos y vascas, necesitamos una decisión histórica y un gesto emblemático de ser los protagonistas de la paz. La organización ETA le debe la paz a Euskal Herria, al pueblo vasco y no al Estado español ni a ningún otro estado o institución. Es a Euskal Herria, es al pueblo vasco a quien ETA debe tributar exclusiva y unilateralmente el pago de la paz.
Son los gestos emblemáticos y las decisiones dignas, los que crean la legitimidad social. Es necesaria la paz vasca en primer lugar por justicia, pero también para la virtualidad política de las reivindicaciones del pueblo europeo de los vascones; de Euskal Herria.
La paz no nos será regalada a los vascos y vascas. La paz hay que ganarla, igual que enseña la historia que la libertad y la justicia también hay que ganarlas. Tal como expresó acertadamente Julen Madariaga, ETA fue fundada por exclusivas razones políticas y debe terminar su acción por exclusivas y solas razones políticas.
Paz vasca significa una iniciativa, un impulso, un envido. Paz vasca significa el cese unilateral, completo, definitivo y comprobable de la lucha armada por parte de ETA, sin ningún tipo de contraprestación, ni condicionamiento político.
La dignidad de nuestro pueblo requiere rechazar toda expectativa de proceso al estilo o modelo de Loiola. Esa expectativa, si es que alguna vez existió, hay que darla por agotada, obsoleta e inconveniente. No sólo por su completa falta de virtualidad democrática, sino sobre todo por la absoluta falta de recíproco respeto y lealtad recíproca entre los intervinientes.
Ningún logro o avance político obtenido en un hipotético proceso sería democráticamente aceptable, ni socialmente gobernable. Pero además, dicho hipotético logro político tampoco sería útil ni beneficioso, sino que se convertiría necesariamente en un límite de las reivindicaciones de nuestro pueblo. ¿Cómo justificar una reivindicación más avanzada que aquella en virtud de la cual se han dejado las armas? La historia y la política enseñan, con ejemplos en nuestra propia historia, que el empecinamiento en una reclamación marginal o de procedimiento obstaculiza la visión de conjunto. Es por eso que sostenemos que no a ningún hipotético proceso y sí a un cese completo unilateral, que es la paz vasca.
Estamos convencidos de que es imposible la erradicación de un movimiento como ETA por medios policiales. Tanto el origen, como la motivación personal de los activistas de ETA tienen naturaleza y componente político.
Pero también tenemos que saber que el tiempo social se acaba. La paz vasca tiene plazo y término. El cambio copernicano está en superar el desafío de asumir la mentalidad civil. No caer en la trampa de demostrar ninguna capacidad militar, ni de respuesta o de reorganización. Esa es precisamente la trampa de todos los rubalcabas. El Estado tiene ya amortizada la lucha armada de ETA, de modo que cada acción armada se torna inevitablemente en una ventaja para el propio Estado.
Es la paz vasca la que pondrá en manos de la sociedad de Euskal Herria la legitimidad completa para la más profunda de las satisfacciones de los que han sufrido, la única satisfacción verdaderamente humana de las víctimas y el derecho a reclamar una normalización y una amnistía en los mismos términos y parámetros en que se han llevado a cabo en otras tierra y en otros pueblos.
La paz servirá para que se nos abran y podamos abrir muchas puertas, tanto en Euskal Herria como fuera de ella. Que no sirva a ningún estado la falta de paz como excusa para negar los deseos y anhelos que como pueblo tenemos. La lucha armada no puede ensuciar la defensa de los motivos democráticos. Y los requerimientos que tenemos como país, el derecho a poder decidir libremente nuestro futuro, recibirán una mayor legitimación y reconocimiento en ausencia de violencia. Nos ayudará a concitar aún mayorías más amplias. La violencia es inaceptable desde la perspectiva de los derechos humanos, y supone un obstáculo en el desarrollo de nuestra lucha nacional.
Hay que separar pacificación y acuerdo político. Esa es la principal lección que debemos aprender de experiencias anteriores. Si queremos que el acuerdo sea durable y estable en el tiempo, el debate político tiene que ser liderado por los representantes políticos, pues son estos los responsables de alcanzar un nuevo acuerdo para la convivencia. Sin excluir a nadie. Lo único que ETA tiene que negociar con el Estado es la reparación de los presos y las víctimas y el desarme. Nada más.
Para todo ello se hace necesario continuar destacando el valor del diálogo. Es el diálogo la única herramienta para la resolución de cualquier conflicto en el mundo. La herramienta más efectiva para construir nuevos puntos de encuentro en nuestra sociedad y garantizar una paz permanente. La paz es palabra de vascos y vascas.
Es la paz vasca la que proponemos como debate del Aberri Eguna del 2011. Lo importante es el mensaje. Y dentro del mensaje lo importante es el contenido, por encima de las fotos, de los eslóganes y de las apariencias. El verdadero debate es que si queremos una paz sin condiciones, no le podemos poner condiciones a la paz.
La paz vasca es la valentía de ponerse en pie, pero no para estarse quietos, sino para acabar el camino emprendido en Alsasua. En la Mesa de Alsasua en 1977.
Patxi Zabaleta, Jon Abril y Rebeka Ubera son representantes de Aralar.
Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20100325/190186/es/Paz-vasca