El desconcierto es la tónica general de la oposición vasca. No es para menos. La izquierda abertzale de Otegi no las tiene todas consigo respecto a una ETA en regresión y reflexión, y aplaza a otoño su reubicación mientras que, afortunadamente, va a tener a quien votar en las europeas. EA y EB atraviesan una […]
El desconcierto es la tónica general de la oposición vasca. No es para menos. La izquierda abertzale de Otegi no las tiene todas consigo respecto a una ETA en regresión y reflexión, y aplaza a otoño su reubicación mientras que, afortunadamente, va a tener a quien votar en las europeas. EA y EB atraviesan una importante crisis, y Aralar busca generar músculo para afrontar su nueva responsabilidad.
Pero donde se ha producido un movimiento telúrico con epicentro profundo y casi en sordina es en el PNV. La dimisión de Ibarretxe se ha vendido con el eufemismo de «el PNV no le retiene». La marcha del artífice del último éxito electoral -líder del nacionalismo de masas de los últimos años, con un proyecto de país, credibilidad y carisma más allá del PNV, y que pugnó frente a la línea Imaz- es la señal inequívoca de un cambio de estrategia. El cambio pendular, clásico en el PNV de tiempo en tiempo, ya se ha producido. Como el choque iba a ser inevitable, Ibarretxe se ha ido, se ha visto obligado moralmente a marcharse, para no enfrentarse a la actual mayoría del EBB. Si no ¿por qué había de irse si podía ser el mejor líder de oposición, y humildad le sobra para estar en otro escalafón?. Si algo ha tenido siempre claro Ibarretxe es que no será él quien divida al partido.
Las circunstancias y las paradojas mandan. Como me decía un amigo filósofo, el éxito de Ibarretxe se convertía en un «morir de éxito» porque hacía imposible un gobierno de coalición: el PSE no quería estar en un gobierno presidido por Ibarretxe; el PNV no podía sustituirle siendo el triunfador. Aunque PNV y PSE querían ir juntos, la cuadratura del círculo ha terminado en un Gobierno en solitario, arriesgado, ambicionado y sin mayoría social.
Más paradojas. En el choque de trenes entre Ibarretxe e Imaz -adalid de la política de la moderación y de la transversalidad- ganó Ibarretxe. Josu Jon -muy popular en España y entre los socialistas- confundió nacionalismo aperturista con estrategia de consensos. El partido respiró por el lehendakari. Maria Antonia Iglesias nos cuenta la incomodidad que vivió después con el lehendakari el nuevo presidente del EBB, Urkullu. Pero la línea mayoritaria no tenía tiempo, ni para una crisis ni para otro candidato, y mi lectura personal es que, nominándole, esperaba un empate o menos en las elecciones, y manos libres para después. No fue así. Ibarretxe tuvo otro éxito.
Otra paradoja. Ahora son los epígonos de Imaz quienes le han puesto entre la espada y la pared a Ibarretxe. El argumento habrá sido que simbolizaba 10 años de intentos soberanistas fallidos y que ahora tocaba giro en el partido tanto por la situación -ser oposición y no gobierno- como por el cambio de perspectiva para ganar en centralidad, para lo que -dado su pedigrí- no sería el más idóneo. Claro que esa línea de fondo no es seguro que tenga mayorías clamorosas en el PNV ni está contrastada en las urnas. Además la reciente historia no le da la razón, porque fue Ibarretxe quien le dio la primogenitura del país en dos momentos de incertidumbres y cambios estratégicos: 2001 y 2009.
El nacionalismo, cualquier nacionalismo, tiene problemas de futuro por su componente más ideológico que de posición social. Los cambios demográficos, el pensamiento juvenil, las transformaciones culturales… conspiran contra él y no debería despilfarrar proyectos de fuerte adhesión ni líderes con carisma. Es un bien muy escaso. Una paradoja más, al hacerlo se autolesiona.
Hay que entender que la legítima queja y el importante ruido del PNV contra el PSE tiene también un punto de escenificación, puesto que el PNV no parece encarar, creo, otra estrategia a futuro que un pacto no ya táctico ni de gobierno (como ahora parecía razonable vistos los resultados) sino estratégico, con el PSE. En el proyecto poco ilusionante que puede llegar a tener el PNV estaría su debilidad, aunque se quedara con la polisémica expresión de «derecho de decisión». Y ambos PNV y PSE lo saben.¿Yendo por ahí no sería el principio del fin del liderazgo nacional del PNV? Última paradoja.
El soberanismo (el derecho a decidir soberanamente y a pactar con el Estado un status relacional en condiciones de igualdad) pasará a otros patrocinadores. Pero es posible que algunos lo conviertan en puro independentismo y… para ese viaje, de siempre, no hacía falta tanta alforja. El soberanismo quería ir mas allá del nicho nacionalista para ganar a los simplemente demócratas que creen en la voluntad de los pueblos.
Pese a lo dicho, la culpa de la situación actual no es fundamentalmente del PNV. Son los que más han arriesgado en estos 10 años. Este es su gran mérito. Las dos almas del PNV -la autonomista o pactista y la soberanista- hicieron un gran esfuerzo en lealtad y en sus deberes mutuos, llevando los conflictos internos por sendas discretas, aunque algunos metieron el suficiente ruido como para minar el liderazgo de Ibarretxe y generar desconfianza fuera.
Ha sido la Hintelijenzia militar de ETA la gran responsable de la ruina de los procesos iniciados en Lizarra. A cada tregua, una espantada. Le han acompañado el hegemonismo y dependencia de Batasuna. A cada iniciativa -Estatuto y Consulta- soltaba cuerda para que el PNV se quedara solo y se ahorcara por falta de apoyos. Tampoco han ayudado la última estrategia suicida de EA, y que contribuyó a estropear las matemáticas, ni las dudas de EB. Elkarbide, Lokarri y Erabaki fuimos incapaces de generar un movimiento social. Hubiera sido muy interesante una mano de ELA y LAB…Entre todos, por inmadurez, arruinamos la ocasión histórica que suponía contar con un lehendakari-líder que abogaba consecuentemente por un proyecto soberanista.
Por de pronto, ya nada va a ser lo que era. El problema hoy no es Madrid sino qué proyecto y con quiénes aquí. Y ahí reina la oscuridad y el recelo. El think gaur del PNV -un buen producto de consultora hecho aprisa- aclara poco al respecto. Por de pronto también la alianza implícita entre un sector de universitarios autodeterministas y lo que simbolizaba Ibarretxe ha dejado de tener sentido. Todos vamos a tener que reinventar la política tras la caida libre de la cordada de Lizarra que ha arrastrado incluso al que llegó a la cumbre.
Para mí, volver a Loiola -si hay renuncia a las armas- es la perspectiva a plazo de las salidas colectivas de la violencia y del cambio de marco político. En el ínterin, que siga la competencia o la confrontación en los temas de gestión de gobierno y de alianzas, y que los que puedan llegar a acuerdos en aquella dirección, bienaventurados sean y se les apoye. Amén.
Ramón Zallo. Catedrático de comunicación de la UPV-EHU