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Presentación del libro "Visiones de la Libertad. La Habana, Washington, Pretoria y la lucha por el sur de África (1976-1991)"

Piero Gleijeses y la verdad liberada

Fuentes: Rebelión

El jueves 25 de junio de 2015 The York Times destaco en su portada un artículo sobre Angola, país que define simplemente como «rico en petróleo y diamantes». El autor parece preocuparse por la situación social y especialmente por la salud de los niños y encuentra en la incapacidad de los gobernantes y la corrupción […]

El jueves 25 de junio de 2015 The York Times destaco en su portada un artículo sobre Angola, país que define simplemente como «rico en petróleo y diamantes». El autor parece preocuparse por la situación social y especialmente por la salud de los niños y encuentra en la incapacidad de los gobernantes y la corrupción las causas de los problemas que afectan a la población de un territorio que, no se cansa de repetir, es, sin embargo, «rico en petróleo y diamantes».

Nada dice el artículo sobre la brutal explotación colonial de casi cinco siglos, ni de la invasión surafricana, con el respaldo de Washington, para tratar de impedir su independencia, no menciona la cruel guerra desatada por los racistas, ni la muerte y la destrucción que provocaron a ese país desde su nacimiento. Tampoco hay una palabra, por supuesto, para los médicos y los trabajadores de la salud cubanos que allá colaboran con los angolanos y los ayudan a superar las heridas de un pasado largo y doloroso.

Para nada de eso hubo espacio en el afamado diario que, sin ruborizarse, se ufana proclamando cada día «all the news that’s fit to print».

No, los problemas de Angola según él los puede y debe resolver el gobierno de Angola, y Estados Unidos y el resto del Occidente «civilizado» deben presionarlo para que lo haga.

Leyendo este texto uno no puede menos que recordar la definición que de la política imperialista diera alguna vez Octavio Paz. Para el Nobel mexicano esa política se explicaba con la terrible conjunción de dos palabras: arrogancia e ignorancia. No creo que de lo último sufra esta publicación pero su arrogancia es tal que desborda cualquier otra cualidad.

Casualmente en la misma edición, en la sección dedicada a las noticias locales, el diario trae una referente a la «escalada» en la «guerra» que las autoridades neoyorquinas libran contra las ratas y da cuenta de los incontables proyectos y su fracaso a través de los tiempos. No me extenderé en esta reveladora descripción de uno de los rostros de la gran ciudad que no aparecen en los folletos para turistas. Sólo quiero mencionar el testimonio de una señora del oeste de Manhattan angustiada porque sus gatos huyen ante la presencia de roedores más crecidos que los felinos.

Hace algunos años los jóvenes cubanos hicieron suya una consigna –«Libertad a la Verdad»– en la campaña para poner fin al injusto encarcelamiento de Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René. Era un reclamo justo y necesario porque el mayor obstáculo que encarábamos era el desconocimiento del caso por la inmensa mayoría del pueblo norteamericano pues fue silenciado casi totalmente por los llamados medios de información. La verdad de los Cinco fue secuestrada. Era indispensable liberarla.

Piero Gleijeses ha sido un infatigable gladiador en defensa de la verdad. Su rigor intelectual y su integridad personal hacen de él un académico raro, completamente diferente a la generalidad de sus colegas. Piero, su vida y su obra, son lo opuesto, la exacta negación de los rasgos que para Octavio Paz caracterizan la actitud imperial.

Piero es un sabio auténtico, y como verdadero sabio es humilde, sencillo, no se cree dueño de ninguna certeza. Es un buscador incansable, va a las fuentes directas, a todas sin excepción, investiga y analiza y trabaja como un héroe, verificando cada dato, corroborando evidencias, contrastando opiniones y juzgando con criterio propio, independiente, cimentado en una cultura tan sólida como amplia y diversa.

Basta para comprobarlo pasar revista a las fuentes bibliográficas, documentales, periodísticas y a las entrevistas con personas vinculadas al tema de Estados Unidos, Cuba, Rusia, Sudáfrica, Angola y de otros países que sustentan su libro. Sirva como ejemplo este detalle: para acceder a la rica documentación sudafricana que utiliza estudió y aprendió la lengua afrikaán, un idioma que sólo pertenece hoy a Piero y a los descendientes de los Boers.

Antes Gleijeses había producido otros textos fundamentales frutos igualmente de su afán investigativo y de su admirable entereza intelectual. Mencionaré sólo sus libros sobre la rebelión dominicana de 1965; sobre la Revolución guatemalteca de 1944-1954; the Cuban drumbeat; y Misiones en conflicto (1959-1976) que se completa ahora con Visiones de Libertad (1976-1991). Los dos últimos, ambos con excelentes prólogos de Jorge Risquet, estudian a fondo las luchas por la independencia de los pueblos del África Austral, las maquinaciones imperialistas y el resultado final, victorioso, de esas luchas.

Gleijeses esclarece la honda vinculación de Cuba con la causa de la emancipación africana cuyo primer episodio lo sitúa en Casablanca en diciembre de 1961 y la llegada del barco cubano Bahía de Nipe con un cargamento de armas para los combatientes del Frente de Liberación Nacional de Argelia que regresó con combatientes heridos y con huérfanos. Se iniciaba así, en sus dos vertientes -de apoyo militar y humanitario- la solidaridad internacionalista que Cuba ha mantenido consistentemente durante más de medio siglo. Desde aquellos años se forjaron los estrechos nexos con otras fuerzas revolucionarias africanas como el MPLA, el PAIGC, el FRELIMO y el ANC.

Era necesario, algo que fluía naturalmente de esos vínculos históricos, que Cuba respondiese favorablemente a la solicitud de ayuda de las autoridades angolanas cuando su país, al momento de la independencia, era atacado por el ejército sudafricano que marchaba arrolladoramente hacia Luanda. La dirección cubana actuó con absoluta independencia. No seguía instrucciones soviéticas, más bien todo lo contrario.

Con las pruebas a la mano el autor señala a este respecto: «La decisión de Fidel desafiaba al secretario general soviético, Leonid Brezhnev, quien se oponía al envío de soldados a Angola, y al mismo tiempo, los cubanos se arriesgaban a un choque frontal con Pretoria que, estimulada por Washington, pudo lanzar una escalada. Los soldados cubanos se hubieran tenido que enfrentar al Ejército sin garantías de una posible ayuda de la URSS. De hecho, los soviéticos se demoraron dos meses para ayudar en el traslado de tropas cubanas por aire a Angola…Que la Habana actuó independientemente y desafío a Moscú a finales de 1975 pone de cabeza la sabiduría convencional respecto a las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética -hasta tal punto es así que aun académicos serios se sienten tentados a ignorar la evidencia detallada en los documentos cubanos y norteamericanos que siguen los hechos con evidente regularidad y precisión».

El propio Kissinguer, en sus Memorias, habría de reconocerlo: «En ese momento nosotros pensamos que él (Castro) operaba como un apoderado soviético. No podíamos imaginar que actuaría tan provocativamente y tan lejos de casa, a menos que hubiera sido presionado por Moscú como recompensa por la ayuda económica y militar prestada a Cuba. Las evidencias disponibles ahora, demuestran que el caso fue todo lo contrario».

La supuesta actuación cubana en nombre de la Unión soviética es tan falsa como la pretendida inocencia de Estados Unidos respecto a la agresión sudafricana. Con relación a esto nadie más autorizado que el Ministro de Defensa del régimen de Pretoria quien, iracundo, se expresó así ante el Parlamento sudafricano: «sé de una sola ocasión, en años recientes, en que hayamos cruzado una frontera y fue en el caso de Angola, cuando actuamos con el conocimiento y la aprobación de los americanos. Pero nos la dejaron en la mano. Tendremos que volver a contar la historia: la historia tiene que ser contada, cómo nosotros, a sabiendas de los Estados Unidos fuimos allá y operamos en Angola. Lo sabían, nos alentaron a actuar y cuando estábamos a punto de alcanzar el éxito, nos la dejaron en la mano, sin miramiento alguno».

Entre paréntesis, no estaban «a punto de alcanzar el éxito», la resistencia angolano-cubana había parado en seco la ofensiva y ésta se desmoronaba al tiempo que crecía el rechazo internacional a los invasores y se revelaban evidencias de la complicidad de Washington que por ello trató de tomar distancia y lavarse las manos.

Semejante hipocresía caracterizó la conducta norteamericana durante el largo proceso de negociaciones, del que inicialmente, se empeñaron en excluir a Cuba, y en el que quisieron asumir el papel de mediadores equidistantes. Después de acordarlo e inicialarlo en Brazaville, tras vencer las últimas maniobras sudafricanas, el Acuerdo sería suscrito finalmente en la Sede de las Naciones Unidas en Manhattan y la propaganda norteamericana, incluyendo la torpe retórica de Reagan, lo presentó como una victoria diplomática suya.

En palabras de Gleijeses: «Esta visión -de que los acuerdos de Nueva York fueron el fruto de la habilidad y la persistencia de los estadounidenses- sigue prevaleciendo hasta hoy. Esta vigorosamente argumentada en el único libro importante sobre la política de Reagan en el sur de África, las memorias de Crocker; este es un libro inteligente y bien escrito pero descansa, desafortunadamente, en el uso selectivo de las evidencias».

Es cierto que el entonces Subsecretario de Estado «era un negociador incansable y hábil» pero no puedo dejar de recordar la siguiente anécdota. Durante un receso en las conversaciones charlamos algún rato en la terraza del hotel MBAMU de Brazaville y Crocker, señalando con un gesto a las personas que nos rodeaban, aludió a la creciente «influencia rusa» en la República del Congo. No sé si logré convencerlo de que aquellas personas, como todas las demás que encontrábamos en el hotel, hablaban francés y eran, ostensiblemente, negociantes o turistas de la antigua metrópolis colonial.

Esa es una cualidad norteamericana con la que se tropieza frecuentemente. Estados Unidos es capaz de producir académicos afamados que sólo conocen su lengua materna, esa que, al decir de Winston Churchil es lo único que los separa de sus ancestros de Inglaterra.

Gleijeses describe lo que sucedió realmente en la mesa de negociación ubicándolo acertadamente en el contexto de la guerra que continuaba en el terreno y tomando en cuenta otros factores que incidían en la conducta de los estados implicados y en las relaciones entre ellos. Sobre este proceso creo indispensable subrayar varias cuestiones.

Ante todo la firmeza y la sabiduría del compañero Fidel Castro verdadero artífice y conductor que manejó cada detalle tanto de los combates militares como de los forcejeos diplomáticos. La hermandad de cubanos y angolanos y la inclaudicable solidaridad de ambos con la SWAPO y el ANC. Aunque interveníamos en las discusiones como actores separados, técnicamente -y también en un sentido más profundo- integrábamos una sola delegación que presidieron los queridos compañeros M Binda, Canciller de la República Popular de Angola y N’Dalu, Jefe del Estado Mayor de las FAPLA.

La proeza cubana, con todos sus riesgos y sacrificios, no debería ser olvidada jamás.

Piero la sintetiza así: «Yo no conozco ningún otro país, en la época moderna, donde el idealismo haya sido un componente tan clave de su política exterior como lo ha sido para la Cuba de Fidel». …»No existe otro ejemplo en la historia moderna en el cual un pequeño país subdesarrollado haya conformado el curso de los acontecimientos en una región distante -humillando a una superpotencia y desafiando a otra repetidamente».

Eso sucedió mientras el llamado «campo socialista» se precipitaba hacia el derrumbe y el imperialismo comenzaba a ser presa de un triunfalismo que llevó a no pocos a imaginar que la historia había terminado. Era exactamente al revés. Cubanos, angolanos, namibios y sudafricanos abríamos una nueva puerta a la emancipación del ser humano cuando otros en todas partes doblaban las banderas de su estéril dogmatismo y se plegaban, jubilosos, a los supuestos vencedores de la guerra fría.

Otra anécdota. Hubo que realizar numerosos viajes a Angola durante las negociaciones. Había que seguir un procedimiento singular, e imborrable en la memoria, cada vez que llegábamos o salíamos de Luanda. El avión debía descender o elevarse, subiendo o bajando, como en un embudo sobre la ciudad y su aeropuerto para evitar ser derribado por el disparo de algún Stinger. Este diabólico artefacto, una suerte de lanzacohetes portátil capaz de destruir en vuelo cualquier avión, de fabricación norteamericana, se los había suministrado el Pentágono a la UNITA, antigua criatura de los colonialistas portugueses y aliada de Pretoria, empeñada en una guerra sangrienta y cruel contra el Gobierno angolano.

Respecto a este grupo, por cierto, el señor Marrack Goulding, quien fue el Embajador británico en Angola desde 1983 hasta 1985, escribió en 2001: «Es importante que se recuerde que (Savimbi, el jefe de UNITA) personifica una lección que los gobiernos poderosos deben aprender: no armar, ni pagar, ni elogiar apoderados locales para que luchen en sus países por tus intereses, porque esas marionetas pueden muy bien convertirse en genios malevolentes que no serás capaz de volver a meter en la botella cuando ya no los necesites».

Estas palabras fueron escritas cuando Estados Unidos se enfrascaba en una delirante guerra por todo el mundo contra grupos terroristas de su propia creación que ahora trata inútilmente de volver a meter en la botella.

Recientemente causó cierto alboroto la decisión de excluir a Cuba de la lista de patrocinadores del terrorismo, un torpe instrumento de Washington para su estrategia de dominación mediante el embuste. Haber colocado a nuestro país en esa lista era una infamia carente de toda justificación. Vale la pena recordar algo que ilustra como pocas cosas el valor de un engendro que sólo se explica por la prepotencia y la ignorancia.

Nelson Mandela fue incluido también en esa lista y en ella permaneció por mucho tiempo, calumniado por igual por administraciones demócratas y republicanas. Lo calificaron como terrorista cuando luchaba contra el régimen racista de Pretoria que impuso el terror contra su pueblo y contra los países vecinos, y dicho sea de paso, nunca fue incluido en la caprichosa relación del Departamento de Estado. Pero así definieron a Mandela mientras soportaba su prolongada prisión y lo siguieron haciendo cuando ya liberado, recibió el Premio Nobel de la Paz, y mientras fue el primer Presidente de una Sudáfrica democrática y después cuando pasó al retiro. No fue hasta julio de 2008 que se dignaron retirar a Mandela de la infame lista. No hay que ser muy suspicaz para sospechar que se «apresuraron» a hacerlo porque ya era inminente la desaparición física del gran luchador.

Derrotado el apartheid la propaganda occidental intenta hacernos olvidar también que si ese oprobioso sistema existió y se sostuvo lo fue por el respaldo que tuvo siempre de quienes se autoproclamaban como el «mundo libre». Una de sus más repetidas mentiras fue el embargo supuestamente aplicado contra aquel país.

Tuve el raro privilegio de visitar varias veces a la Sudáfrica racista donde celebramos varias reuniones como parte del proceso negociador. Como todo cubano sé lo que es un bloqueo económico y puedo apreciar fácilmente sus consecuencias en la vida cotidiana, y debo decir que nada de eso se percibía en las calles o los comercios de Johannesburgo o Ciudad El Cabo o Pretoria. En cuanto al embargo de armas, que el gobierno de Reagan hizo tanto para anular, basta recordar que Sudáfrica llegó a poseer incluso armas atómicas y ya indiqué que los terroristas de UNITA, sus instrumentos en el terreno, disponían de cohetes y otros sofisticados instrumentos de guerra norteamericanos.

Tuve también la suerte de visitar a la Namibia ocupada. Windhoek es una bella ciudad, entonces más bien pequeña, parecida a una postal navideña. Era asimismo el único lugar del planeta donde aun se glorificaba al nazismo. Había plazas y avenidas bautizadas con nombres como Himmler, Goebells y otros personajes del nacional-socialismo. La SWAPO era una organización ilegal, perseguida en el clandestinaje.

Los anfitriones escogieron un paraje distante de la capital, un pequeño motel en Mount Edjo, donde nos reunimos sin contacto alguno con la población.

Concluida la reunión nos trasladaron en un avión militar hasta el aeropuerto de Windhoek. Los militares sudafricanos pensaban repetir la operación de la llegada cuando nos trasladaron desde el aeropuerto hasta Mount Edjo y sólo vimos la capital desde el aire. Esta vez, sin embargo, demoraba el avión que nos trasladaría a Luanda. Los oficiales del ejército de ocupación, en un gesto que les agradeceré siempre, propusieron dar un paseo por la ciudad. Lo hicimos sudafricanos y cubanos, en un pequeño ómnibus turístico desde el cual contemplamos el paisaje.

De pronto hacia el borde de la hermosa villa nos topamos con una pendiente y sobre un largo muro, con pintura que no pudieron borrar, a grande trazos, este insólito texto: «Viva SWAPO, Viva MPLA, Viva Cuba».

Por la acera subía lentamente, apoyándose en su bastón un negro que se detuvo sorprendido por aquellos extranjeros reunidos ante el mural subversivo. Cuando le dijimos que éramos cubanos sonrió: «Cuba, yo tengo un nieto estudiando en la Isla de la Juventud».

Salí de Namibia convencido de que, si se contaban bien los votos, la SWAPO ganaría las elecciones que debían efectuarse como parte del Acuerdo de Paz. Y así fue pese a todas las violaciones y arbitrariedades cometidas por los ocupantes hasta las vísperas del acto electoral. SWAPO, reprimida, prohibida, sin posibilidades de hacer una campaña abierta y libre, ganó con la mayoría absoluta.

Veinte años después regresé a Namibia. Volví a Mount Edjo. Nuevas cabañas se han agregado al motel que ahora muestra, cerca del recibidor, fotos de aquella reunión decisiva. El dueño sigue siendo el mismo alemán que nos recibe con igual cordialidad. Veo muchos más visitantes y no todos son blancos.

Windhoek también ha crecido. Una ruta luminosa la atraviesa, tan larga como la prolongada y abnegada lucha de su pueblo que ahora la recorre feliz, finalmente libre. Ya no rinde tributo a un verdugo nazi. Nunca más. Ahora se llama: Avenida Fidel Castro.

Palabras el 26 de junio de 2015 en la presentación del libro

Visiones de la Libertad. La Habana, Washington, Pretoria y

la lucha por el sur de África (1976-1991)