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Plebiscito de diciembre: ¿para frito o caldillo?

Fuentes: Rebelión

El pueblo real, la gente llana y explotada, mentida y abusada, está invitada a una pelea que no le corresponde: elegir entre ser comida frita o hecha caldillo, pero no queda otra que ponerse del lado de rechazar ese engendro a la espera que la pela sea la correcta y se entienda que la Constitución es el último de los problemas.

El desconcierto que supone ser invitado a un torneo en el que no tenemos nada que ver, si se mira desde el punto de vista del pueblo, ese despreciado, podría traer consecuencias trágicas: que se imponga una constitución medieval, o que siga la que instauró Pinochet y que fue prontamente apañada por la Concertación y todo lo que vino.

Palos porque bogas, palos porque no bogas. O pierdes o pierdes.

Suponga que la opción A favor gana el próximo plebiscito y se instala una Constitución medieval, ahora con innegable traza legítima. ¿Qué hará el gobierno, la izquierda, el mundo social, la intelectualidad progresista y la gente silvestre víctima del orden?

Entonces póngale usted que el ganador es la opción En contra. Quedará legitimada a la Constitución de Pinochet/Lagos. ¿Qué hará el gobierno, la izquierda, el mundo social, la intelectualidad progresista y la gente silvestre que ha sido notificada que no va más?

Si antes fue el optimismo irresponsable ¿ahora será el pesimismo el que no contiene semejante escenario?

Si para esta pasada no hubo un plan ni una estrategia ni dirigentes ni organizaciones ni partidos que orientaran a la gallá, no se puede esperar mucho.

¿Hay alguien que tenga una propuesta para el día 18 de diciembre en cualquiera de sus versiones? Partidos políticos, personalidades de la cultura, intelectuales, dirigentes y organizaciones sociales ¿tienen alguna idea de lo que va a pasar al otro día?

¿El mundo seguirá andando?

A juzgar por lo que se escucha en la calle, ¿por qué la gente común infectada por la desinformación y la mentira, por la ausencia de medios de comunicación democráticos, abandonada por los partidos de la izquierda, y afectados por la indiferencia de los gobiernos que se han autodenominados como progresistas, deberían votar En Contra?

¿De dónde la gente silvestre saca una idea, una sola que no sea la consigna rasca, ramplona, que intenta emular lo que hace la ultraderecha, que le permita saber que debe cruzarse al envión facho?

El 4 de septiembre de 2022 se terminó de comprobar que lo que se bautizó como el Estallido de Octubre, no pasó de ser eso: un estallido, un increíble momento cuyo resplandor más bien encegueció y desorientó. Y que plasmó en blanco y negro la ausencia de la izquierda.

La derecha ha colonizado el sentido común de la gente silvestre sin ninguna oposición efectiva, con la complicidad activa de más de treinta años de una izquierda traidora que tempranamente se entregó en cuerpo y alma al neoliberalismo.

Pero que han buscado con ofertas puntualmente falsas que la gente les vote afincados en su eterna esperanza.

El discurso blandengue que hace como se cruza al envión ultraderechista es de quienes no pueden sintetizar en una consigna eso que pulsa en la gente común y castigada. Esos que viven en el otro Chile: el de los ganadores.
Esos que se van a empeñar en extraditar a Galvarino Apablaza desde Argentina.

La rendición incondicional de este gobierno al miedo que le causó la ultraderecha, visto desde la arista gubernamental del poder, define un discurso que deja al desnudo la incomprensión de este momento histórico: ninguna.

Para qué decir del futuro. De pasado mañana.

Mientras tanto, por ahí cerca, la ultraderecha no hace sino lo de siempre: mentir y meter miedo sin contrapeso alguno. Y de paso, esforzarse por vincular al gobierno con la eventual derrota de la opción en contra.

No se sabe de alguna propuesta que muestre algún camino por cagón que sea. Vaya a la feria y vea quienes andan vendiendo mentiras. Y vea quienes no están ni por asomo.

Los habrá cansado la persecución histórica. O el buen sueldo de funcionarios públicos.

Sin ideas, sin gente, sin dirigentes ni, peor aún, dirigidos, lo que falsa o equivocadamente se ha venido llamando movimiento social, ha optado por el camino corto: la inacción. De los pañuelitos y batucadas ni la sombra.

El dieciocho de diciembre quedará meridianamente clara la ausencia de una izquierda que, con pie en los principios y su honesta, heroica y trágica historia, debió entregar una palabra, una esperanza, un horizonte, pero que se ha quedado dormida en la nostalgia estéril y en la memoria inútil.

Solo un milagro nos podría salvar de la Edad Media en pleno siglo XXI. Y, como nunca se sabe, vaya eligiendo el santo al que le va a adjudicar el prodigio.

El caso es que el coto ha quedado disponible para los depredadores de la ultraderecha y para una izquierda neoliberal que soba donde no duele y que ya se parece a quienes dijo diferenciarse.

El pueblo real, la gente llana y explotada, mentida y abusada, está invitada a una pelea que no le corresponde: elegir entre ser comida frita o hecha caldillo, pero no queda otra que ponerse del lado de rechazar ese engendro a la espera que la pela sea la correcta y se entienda que la Constitución es el último de los problemas.