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La razón populista en el estado español

Podemos ante los próximos retos discursivos

Fuentes: Rebelión

Si se entiende grosso modo el populismo como una lógica política determinada que surge a partir de una práctica discursiva concreta, a través de la cual se establece un modo específico de cimentar nuevos vínculos socio-políticos, resulta obvio afirmar que es uno de los elementos distintivos de la práctica política que Podemos ha llevado a […]

Si se entiende grosso modo el populismo como una lógica política determinada que surge a partir de una práctica discursiva concreta, a través de la cual se establece un modo específico de cimentar nuevos vínculos socio-políticos, resulta obvio afirmar que es uno de los elementos distintivos de la práctica política que Podemos ha llevado a cabo desde su nacimiento. Partiendo de esta base, quizá una de las tareas más útiles en estos momentos sea tratar de aclarar los principales logros conseguidos al respecto, así como barruntar algunas de las más importantes tareas futuras a las que se harán frente en pos de una consecución exitosa.

¿Por qué se puede afirmar con rotundidad que el populismo es la piedra angular de la producción discursiva podemista? ¿Se está dando la razón acaso a sus más ignorantes detractores? La tesis al respecto es que, sin tener la más mínima sospecha, éstos aciertan al acuñar el calificativo. El esperado aspecto a reseñar es que, naturalmente, desconocen las razones de tal acierto. Sabiendo que la obra de Ernesto Laclau es fundamental, tanto para mostrar la pobreza teórica de quien pretende reducir el populismo a una práctica demagógica que otorga poderes mágicos a eso que llaman el «pueblo», como para ver de qué forma este fenómeno en sus variopintas variantes ha tenido un estudio sistemático de su especificidad, se parte de la concepción de que se pretenden cumplir tres requisitos:

«1) la formación de una frontera interna antagónica separando el «pueblo» del poder; 2) una articulación equivalencial de demandas que hace posible el surgimiento del pueblo. Existe una tercera precondición que no surge realmente hasta que la movilización política ha alcanzado un nivel más alto: la unificación de estas diversas demandas -cuya equivalencia, hasta ese punto, no había ido más allá de un sentimiento vago de solidaridad- en un sistema estable de significación.» (Laclau, 2006, p.99)

Delimitando en qué fase se encuentra la producción del discurso, en este caso se han cumplido los dos primeros puntos, quedando pendiente el tercero. La culminación de éste último constituirá, como se ha afirmado anteriormente, el reto próximo. En la sección siguiente se resumirá muy sumariamente de qué manera se han logrado quemar estas dos primeras etapas, y que constituyen el trampolín fundamental para afrontar con garantías la tercera y definitiva.

El surgimiento discursivo de la casta

Desde la perspectiva del marco general de análisis populista, los sucesos políticos y los movimientos sociales del último lustro acontecidos y creados en el Estado español pueden contemplarse en clave de demandas. La enumeración exhaustiva de todos ellos resultaría imposible al menos bajo el formato de este texto, por lo que se tomarán en cuenta algunos de los más visibles para la explicación: las distintas mareas y la PAH en lo que respecta a movimientos sociales, y sucesos como la práctica de escraches a dirigentes políticos destacados, las protestas por las estafas de las preferentes de Bankia o el conflicto de Gamonal (que vuelve a saltar a la palestra estos días), como algunos ejemplos de sucesos o episodios de lucha.

Si, usando el vocabulario laclauniano, estas demandas al menos en un primer momento aparecían como peticiones, lo cierto es que desde el 15-M y el progresivo deterioro de la situación económica han ido adquiriendo el carácter de reclamos. Esta distinción analítica resulta crucial para entender posteriormente el éxito del nuevo discurso contrahegemónico, en tanto que el reclamo constituye una demanda reiteradamente insatisfecha. Viendo a través del tiempo que todos estos reclamos desde luego no se articulaban políticamente por sí mismos, es cuando aquél se pone en acción.

Sin entrar en la cuestión de si estas demandas son de carácter popular o democrático según la distinción Laclauniana, ¿de qué forma han podido cancelarse los momentos diferenciales de cada una de las posiciones de sujeto que representan todos estos movimientos, aun siendo cada uno susceptible de transversalidad?. Desde luego, descartando en primer lugar un sustrato común. Y esto es así por el hecho de que estas demandas no están abocadas por necesidad a ser satisfechas por un actor político determinado. Descartada por tanto la vía esencialista, el camino emprendido es el de establecer un fundamento negativo a todos estos movimientos y acontecimientos o lo que es lo mismo, un exterior constitutivo: estamos ante el surgimiento discursivo de la «castai«.

Teniendo en cuenta que la unificación de demandas y su diferenciación respecto a un enemigo actúan al unísono, el concepto «casta» tiene principalmente una triple utilidad discursiva: 1) Por un lado, permite una cómoda sobredeterminación de luchas parciales, haciendo que sean percibidas como actos de oposición al sistema. De ahí la alusión a un suceso en apariencia tan nimio como el de Gamonal. 2) Como resultado de esto, queda reforzado el cultivo del antagonismo a través de una simplificación eficiente del espacio político. 3) Debido a su carácter vírico, permite en grandísima medida trazar el camino hacia una eventual victoria cultural, cuyas primeras señales parecen reflejarse en el hecho de que todo adversario político ha sido abocado a usarlo, la mayor de las veces a la defensiva. Es esto lo que constituye la condición sine qua non para apuntar a la solución de los problemas y a un nuevo horizonte político.

Desde que el portavoz número uno de Podemos ha podido tener acceso a los focos más importantes de visibilización mediática, los esfuerzos invertidos hasta ahora han ido encaminados a llevar a cabo esta labor. La «aventura de las equivalencias», acompañada por la diferenciación dicotómica, parece haberse culminado con éxito.

Los dos significantes vacíos y la futura construcción del «pueblo»

Todo este modo de operar del discurso de Podemos es posible gracias a los llamados «significantes vacíos». Son precisamente éstos los que al mismo tiempo constituyen los conceptos principales en los que se basa la práctica discusiva. En un acto de apropiación terminológica de Lacan por parte de Laclau y Mouffe, son los denominados «puntos nodales». Se dice que son los conceptos principales por el hecho de que permiten dotar al discurso de un sentido unitario, proporcionándole la cohesión necesaria para su articulación efectiva.

Dadas las circunstancias y el tiempo de vida del discurso, resulta aún difícil indicar con seguridad cuáles son esos puntos nodales. No obstante, cabe destacar entre otros de forma provisional y quizá aún en exceso aventurada dos: democracia y patria. Desde el marco teórico laclauniano, el paso definitivo para el éxito de una configuración populista es el establecimiento de una «identidad popular», y ésta depende en gran medida de la hegemonización en este caso de estos dos conceptos. De lo que se tratará ahora es de explicar -admitiendo su carácter conjetural- la utilidad principal de su empleo, dentro del cual la ambigüedad, la imprecisión y la fluctuación, lejos de ser componentes peyorativos del discurso, responden a la necesidad, como afirma Laclau, de «operar performativamente dentro de una realidad social que es en gran medida heterogénea y fluctuante».

A. Democracia. Como cabría esperar, supone un elemento obligado de inclusión en el discurso. Por el momento, fuera de cierto énfasis puesto en ocasiones- aunque no de forma explícita e inequívoca- en ir más allá del principio jerárquico de la igualdad de oportunidades como solución al problema social, o la reivindicación del elemento del accountability o rendición de cuentas como componente efectivo de la representación política, el contenido del que se dote a este significante sólo se podrá desmenuzar con precisión nuevamente a través del paso del tiempo. Sin embargo, aquí la fluctuación y la imprecisión ya están actuando. Lemas como «recuperar la democraciaii que nos han robado» o «hay que democratizar la economía» constituyen ejemplos fehacientes de ello.

El reto que se plantea al respecto es bajo qué elementos simbólicos se podrá anudar el concepto democracia con otros puntos nodales. El afecto, tan valorado por Laclau, debería dejar paso también a la racionalidad, entendida no como una suerte de virtud ilustrada y elitista que se contrapone a una denostada e irracional masa- caracterización recurrente del argentino cuando suele enfocar este tema- , sino como un elemento esencial de la deliberación política. Este concepto ha sido tomado poco en cuenta, siendo regalado a tradiciones de pensamiento político gustosas del contrafáctico y de carácter hermético- académico.

B. Patria. Dado que la tradición política de la izquierda ha arrastrado largo tiempo el estigma de la anti-España, poco quedaba esperar en lo que respecta a reivindicaciones patrióticas. Evidentemente, esto no debe ni mucho menos únicamente a este hecho, dado su fuerte arraigo internacionalista. Dado el panorama nacional de agotamiento de un bloque histórico como el vigente, junto al devenir del mapa político europeo actual, situado ahora sin disimulos en torno a la órbita alemana, el cambio radical de perspectiva que se propone por parte de los productores principales de discurso en Podemos está ya produciéndose en torno al tema de la patria.

Las razones principales que pueden apoyar esto son principalmente las siguientes: 1) Al calor de lo que también está produciéndose en otros países de la UE, cierta reivindicación de lo propio frente a una potencia imperialista -en este caso Alemania- parece ser una de las apuestas discursivas más ambiciosas inscritas dentro del preciado objetivo de la transversalidad socialiii y 2) Esto se complementa con un acercamiento a sectores sociales que evidentemente han sido tradicionalmente interpelados por actores políticos provenientes de la derecha, entre los cuales destaca el ejército. El elemento claro de ambigüedad está en que estas prácticas operan también fuera del Estado español desde variados espectros ideológicos con objetivos políticos contrapuestos. Como ejemplo de esto cabe destacar el caso francés, en la lucha enconada entre el Front national y el Parti de Gauche por reivindicar- cada fuerza por supuesto en sus propios términos- la patria francesa frente a la dominación de la UE, comandada por el capital financiero alemán.

Dejando a un lado el debate acerca del nivel de ortodoxia con respecto al modo de proceder latinoamericano, ¿requiere realmente la construcción discursiva del «pueblo» la resignificación de significantes vacíos como patria? Al margen de la opinión que se tenga con respecto al nacionalismo o a la solidaridad de los pueblos- que tal vez en Europa del sur pueden mostrarse en cierta manera compatibles- y a tenor de otras experiencias, es obvio que la patria es un componente ventajoso a la hora de establecer la identidad de un «pueblo» por medio de instrumentos simbólicos muy variados. Al mismo tiempo, permite- y este es indudablemente uno de los objetivos- apuntar hacia soluciones al acuciante problema territorial, sin que esto esté disociado de una más que probable alianza con otros países inmersos en coyunturas económicas parecidas, en caso de que fuerzas afines logren el triunfo electoral.

Si esto realmente se muestra a la altura de las expectativas, es algo que sólo a través del paso del tiempo se podrá comprobar.

Algunas observaciones finales

Como coda a este texto, me atreveré a señalar modestamente algunos aspectos a los que se habría de atender para fomentar el debate, los cuales conciernen al mismo tiempo que van más allá de la estrategia discursiva. ¿Consiste la democracia en algo más que demandas, y la disputa por satisfacerlas entrando en la lucha política por hegemonizar significantes vacíos y el cultivo del afecto? Si se responde afirmativamente a esta pregunta, ¿qué papel habría de asignarse a elementos como la deliberación o a la racionalidad a la hora de establecer nuevos vínculos sociales y políticos? En otras palabras, ¿es condición suficiente la satisfacción de demandas para sedimentar nuevas prácticas sociales en nuestro contexto político? El motivo principal de estas preguntas reside en pensar de qué forma se establece un equilibrio entre el afecto y ésta última a la hora de tejerlos. De su nivel de fortaleza depende en gran medida el apoyo social que puedan tener determinadas políticas implementadas en un eventual escenario de asunción de tareas de gobierno, ante un conjunto más que previsible de reacciones en contra de estas políticas. Presumiblemente, la simple y llana satisfacción de demandas no sería suficiente para garantizar ese apoyo, sabiendo que quizá este hipotético conjunto de reacciones dificultaría dicha satisfacción inmediata.

Notas:

i Como dato suplementario, cabría indicar que el concepto de casta , usado en los términos actuales, tiene sus orígenes en la escena política italiana, a partir del best seller de Sergio Rizzo y Gian Antonio Stella, titulado La casta. Così i politici italiani sono diventati intoccabili.

ii Véase una muestra explícita en: http://www.huffingtonpost.es/pablo-iglesias/recuperar-la-democracia_b_5533727.html

iii Sin entrar a calibrar su valor analítico, la cuestión de la patria y la transversalidad social ya ha sido mencionada en ocasiones anteriores. Véase un ejemplo en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=187707

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