Cuando Podemos la convocó en noviembre, pensé que la manifestación del pasado 31 de enero era un completo error y hay que reconocer que ha salido bien. ¿Estaba equivocado? Pienso que no, que, con independencia del resultado, no fue una buena idea y que, si ha salido bien, es porque se equivocó la realidad, con […]
Cuando Podemos la convocó en noviembre, pensé que la manifestación del pasado 31 de enero era un completo error y hay que reconocer que ha salido bien. ¿Estaba equivocado? Pienso que no, que, con independencia del resultado, no fue una buena idea y que, si ha salido bien, es porque se equivocó la realidad, con la que, sin embargo, hay que contar siempre. Me explico. A mi juicio las decisiones de Podemos se inscriben en un «contexto» -de vicios contrarios que nos mantienen de pie en la virtud, por recordar a Pascal- en lo que lo más fácil es hacer las cosas mal y lo normal es que salgan bien. Si cambia ese contexto, cuando cambie ese contexto, puede empezar a ocurrir, al revés, que se hagan las cosas bien y salgan mal, que es, por cierto, lo que le ha venido pasando a la izquierda durante los últimos cuarenta años. Hemos hecho muchas cosas bien y todas nos han salido mal. Pero tan peligroso es creer que se hacen bien porque salen bien como creer, al contrario, que no importa si salen bien si las estamos haciendo bien.
De lo que se trata, por tanto, es de interpretar este «contexto» hoy favorable a Podemos. ¿Por qué salen bien las cosas? ¿Por qué podrían empezar a salir mal? Cuando se clasifica un fenómeno -o se escribe un cuento- se suele recurrir a los números 2, 3, 7 o 10 para dividir arbitrariamente su contenido. Si se trata de juzgar las diferentes interpretaciones que, dentro o en los aledaños de Podemos, abordan esta cuestión, podríamos considerar que hay menos de 7 y más de 3, pero en beneficio de la simplicidad voy a recurrir a una simple división binaria. Digamos que hay dos posiciones al respecto. A la primera la llamaré la de los Sólidos y a la segunda la de los Líquidos, sin que ello presuponga -al menos de principio- ningún prejuicio valorativo, pues conviene, por ejemplo, que el vino no sea sólido y el pan no esté demasiado duro y conviene, en cambio, que ni los diamantes ni los helados se derritan del todo. Lo que sí cabe decir quizás es que el estado de mayor o menor solidez tiene que ver con la relación que se mantiene con la organización: cuanto más dentro se está de una organización más se solidifican las posiciones y cuanto más fuera o más en la periferia más líquidas se vuelven. En cuanto a los que están totalmente fuera porque no aspiran a formar parte de ella son normalmente gaseosos, en el sentido de que son «normales» y en el sentido también de que constituyen la «atmósfera» en la que están obligados a moverse, si no quieren dejar de respirar, tanto los Sólidos como los Líquidos.
Respecto del «contexto» favorable que ha convertido una mala idea en un éxito innegable, la diferencia entre Sólidos y Líquidos no atañe, desde luego, a la composición del bipartidismo antagonista ni a la campaña en los medios. ¿Cuál es entonces? Digamos que para los Sólidos ese «contexto» está relacionado con el cansancio y la indignación de una población poco preparada para el cambio que se politiza positivamente a través de la ambigüedad calculada -o del medido ajuste- del discurso oficial de Podemos, pero que en su mayoría sigue perteneciendo -digamos- al «pueblo de la televisión». Esta interpretación justifica la dependencia mediática del proyecto y de su liderazgo y expone, por eso, a algunos peligros que no se pueden desdeñar. La televisión es como la criptonita, el mineral radioactivo que debilitaba a Supermán; sin ella -sin la tele- no se adquiere existencia, pero la TV reclama el sacrificio de miles de doncellas todos los días, de manera que, bajo su luz engañosa, verde y morada, se envejece enseguida, y ello con independencia del discurso. La sobreexposición induce a errores y deslices que se olvidan enseguida dejando una capa de sarro, pero produce, sobre todo, un efecto de normalización que integra al interpelado, también con independencia del discurso, en el horizonte del «régimen». Yo creo que la «casta», caducada ya la frescura de la novedad, usa muy bien contra Podemos este doble efecto de la sobreexposición y que por eso los dirigentes podemistas, obligados a seguir ahí bajo esa luz engañosa, deberían empezar a bajar el tono y aumentar el contenido. Esa -me parece- es la diferencia entre la lamentable intervención en la Sexta de Pablo Iglesias el día 26 de enero y su vibrante, brillante, redondo y convincente discurso en el cierre de la concentración en Sol del sábado pasado.
En cuanto a los Líquidos, consideran que el «contexto» favorable a Podemos que convirtió una mala idea en un éxito obedece más bien a una sed de democracia bien asentada en el pueblo español desde el 15M; una movilización consciente y exigente que acudió a Sol casi a regañadientes en respuesta a la llamada de una dirigencia poco transparente en un marco organizativo insatisfactorio que podría -precisamente por eso- acabar desmovilizando el impulso popular. Para los Líquidos -digámoslo así- la fuerza con la que Podemos ganará las elecciones no es la del «pueblo de la televisión» sino la de los círculos, los movimientos sociales y los militantes de toda la vida. Si el peligro de los Sólidos es el de que se desentiendan de todo «contexto» para atribuir los méritos a su propia Solidez (volviéndose cada vez más Sólidos), el peligro de los Líquidos es el de confundir el «contexto» con sus propios campos limitados de acción, donde se enuncian algunas verdades irrenunciables que, privadas de mundo, pueden resultar negativas y hasta contraproducentes (un ejemplo de la vieja izquierda que hacía las cosas bien y le salían mal). Como además su Liquidez tiene que ver con la relación que mantienen, periférica pero ambiciosa, con la organización -con el hecho, es decir, de que aspiran legítimamente a formar parte de ella- ocurre a menudo que sus «verdades irrenunciables» asumen una forma agresiva, muy pugnaz y hasta irracional, respecto de los Sólidos que ocupan el centro organizativo.
Y aquí me gustaría detenerme un instante sin ningún ánimo provocativo. Durante las últimas décadas, fuera de contexto, privada de mundo, la izquierda española ha estado loca o ha presentado graves síntomas de neurosis. Para esta neurosis, que pedaleaba -como todas- en el vacío, ser de izquierdas consistía básicamente en dos deseos: 1. el deseo de que EEUU matara a mucha gente, de tal manera que sólo estábamos contentos si EEUU bombardeaba, torturaba y destruía sin parar y estábamos tanto más contentos cuanto más bombardeaba, torturaba y destruía (y hasta nos entristecíamos si pasaba un día o una hora sin un crimen imperialista), y 2. el deseo de que nuestros compañeros y dirigentes cometieran errores y fueran finalmente unos traidores, y esto hasta el punto de que sólo estábamos contentos si nuestros compañeros y dirigentes cometían errores y se revelaban como unos traidores (y hasta nos entristecíamos el día en que no teníamos un error o una traición que reprocharles).
Pues bien, si felizmente la primera neurosis se ha amortiguado bastante en la nueva izquierda cristalizada en torno a Podemos, no puede decirse lo mismo de la segunda. Basta darse una vuelta por Facebook o por algunos medios amigos para sorprenderse de hasta qué punto esta neurosis (el deseo del error y la traición) está viva incluso entre personas inteligentes y buenas cuyas «verdades irrenunciables» Podemos necesita tanto como una organización Sólida y una atmósfera Gaseosa favorable. Esta neurosis -que llamaría del «disidente genético»- me parece mucho más destructiva que algunos errores innegables de los dirigentes de Podemos, y ello porque concentratoda la atención en la organización, fuera por tanto del «contexto», y porque induce a la misantropía de los que no aspiran a formar parte de ella. Y la misantropía es la más impolítica y contrarrevolucionaria de las pasiones humanas.
Me preocupa mucho que los Sólidos puedan acabar atribuyendo el éxito de Podemos a sus méritos y no al contexto (por el coste organizativo que puede acarrear), pero no me preocupa menos -me preocupa más- la tendencia de ciertos Líquidos a defender sus verdades irrenunciables fuera de todo contexto, como ocurría con la vieja izquierda y sus neurosis autodestructivas. El deseo del error y la traición -lo sabemos por los medios de comunicación que nos combaten- se acaban inventando la realidad, por el puro deseo de que todo salga mal. Es razonable que la «casta» quiera que Podemos pierda; yo quiero que gane, aunque no sea ni con mis ideas ni con mi equipo dirigente.
Me ha gustado mucho la reflexión del flamante ministro griego de Finanzas, Yannis Varoufakis, cuando se define como un «marxista errático» cuya misión -como marxista- es la de «salvar el capitalismo de sí mismo» a fin de salvar la vida y la dignidad de la gente, y con ello la posibilidad de ser marxista más adelante. Podemos ni puede ni debe ser lo que quieren los Líquidos, lo que yo mismo querría que fuese. Es un botiquín de urgencia y no un proyecto revolucionario, salvo porque no hay nada más revolucionario hoy que un torniquete y una tirita. Tratemos de que Podemos sea sólido como el pan -pero no duro- y líquido como el vino -pero no derretido. Con pan y vino se construyen las mayorías sociales sin las que ninguna verdad irrenunciable podrá nunca ganar las elecciones para cambiar un poco nuestro país y el destino de sus ciudadanos.
Santiago Alba Rico es filósofo y columnista.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/tribuna/2015/02/04/podemos-los-solidos-y-los-liquidos/6753