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Podemos o queremos

Fuentes: Rebelión

El artículo de Ángeles Diez en Insurgente sobre Podemos, como mínimo, da que pensar y la argumentación que desarrolla debería tenerse en cuenta. La idea de que, ante la posibilidad de que las crisis desborden el marco establecido por el Poder y que este recurra, directa o indirectamente, a movimientos que prediquen la regeneración, me […]

El artículo de Ángeles Diez en Insurgente sobre Podemos, como mínimo, da que pensar y la argumentación que desarrolla debería tenerse en cuenta. La idea de que, ante la posibilidad de que las crisis desborden el marco establecido por el Poder y que este recurra, directa o indirectamente, a movimientos que prediquen la regeneración, me parece que está en su punto. Como lo está la analogía que establece entre la llegada de González en el año 82 y el entusiasmo que despierta Podemos en capas muy distintas de los españoles. Si se me permite la autorreferencia, cinco días antes de las elecciones en las que el PSOE arrasó, escribí un artículo pidiendo la abstención en el periódico de mayor tirada de este país. No recibí más que bofetadas. Con el paso del tiempo muchos te dan la razón, pero ese reconocimiento tardío se lo podían guardar en el bolsillo. El hecho es que, una vez más, se trata de crear una ilusión nueva, una visualización de gente joven con ideales de regeneración y que nos otorguen, con adecuada sabiduría, una Segunda Transición. Al final, la paz se restablece, los movimientos sociales se desactivan y la gente tiene la sensación de que, como algo nuevo ha nacido, ha de renunciar a sus protestas. Mucha retórica, mucha emoción y mucho marketing son el remedio cuando lo viejo ha dejado de funcionar. 

Las analogías, sin embargo, no tendrían por qué ocultar las diferencias. Y las diferencias existen. Podemos nace en un contexto bien distinto. Surge arropado por movimientos como el del 15-M, que contienen una fuerza transformadora y de rebelión carente en el socialismo paniaguado y tutelado de los años ochenta. Y las propuestas o programas son, igualmente, distintas. Aun así, yo seguiría insistiendo en lo que escribe Ángeles Díez tanto a medida que crece la expectativa de votos a favor de Podemos como en función de lo que transparentan sus comparecencias públicas. Y es que, rápidamente, se van aproximando a lo que los partidos de la «casta» dicen y hacen. Nada extraño. Se trata de la eterna trampa. Para ganar se intenta ganar votos, y para ganar votos se quita hierro a lo que asusta mostrando un rostro más que moderado. Por ejemplo, se alaba el supuesto quehacer socialdemócrata de los primeros años de Felipe González, se aceptan votos de aluvión, vengan de de donde vengan, incluido el PP, se rebaja lo que asuste a poderes económicos, se expone, como muestra de centralidad, la adhesión de colectivos claramente conservadores y se afirma, algo sorprendente, que han superado la diferencia entre la derecha y la izquierda. Recuerda todo esto a la Encíclica de Juan XXIII, Pacem in terris dirigida a todos los hombres de buena voluntad. Cuando se quiere gobernar a toda costa, difícil es no caer en el denostado sistema.

Me gustaría confundirme, pensar que se desenvuelven con una dosis considerable de estrategia, que todo es más puro o que no he entendido la sustancia de su mensaje. Podría objetarse también que una sólida y honesta socialdemocracia es lo máximo a lo que se puede aspirar en este momento y en este país. O que, en otra objeción clásica, cualquier crítica a Podemos se reduce a poner chinitas en lo poco que está en nuestra mano lograr y hacer, por otro lado, el juego a la derecha. Sin desoír este tipo de razones y otras que es fácil imaginar, conviene decir lo que se piensa antes de que ocurra o, sencillamente, para que no ocurra. La coherencia nunca está de sobra, y el engaño o el autoengaño han sido y son enemigos mortales de una izquierda que desee aterrizar realmente en este mundo y no en la luna, en Marte o esquinada, pero dentro, de una casta que se dice combatir.

Lo expuesto nos remite al dilema inevitable de si se puede cambiar la estructura de lo que no nos gusta desde dentro o desde fuera. Algunos creemos que desde dentro no es posible o solo se conseguirá una mínima reforma que, en el fondo, dejará todo como está. La noria dando vueltas alrededor de ella misma seguirá su curso. De ahí que nuestro slogan no es «Podemos» sino «No queremos». Y lo que tampoco queremos es que las cosas no se aclaren desde el principio o se pase a velocidad de vértigo de negaciones rotundas a afirmaciones que enlazan con el sistema antes negado. La transformación deseada debería centrarse en la acción social, en sembrar la semilla en el entorno que nos rodea de forma que algún día la política sea radicalmente distinta a la que padecemos.

El artículo que hemos comenzado citando finaliza pidiendo el retorno a un punto cero desde donde sea posible tomar carrerilla para hacer la revolución. Pero ante esta hoy casi innombrable palabra habría que hacer las siguientes preguntas. Qué revolución. Y lo que es más decisivo, quien está dispuesto a llevarla a cabo. No tengo, desde luego, el punto de apoyo que pedía Arquímedes para poner en marcha, por ejemplo, un socialismo libertario. Solo apunto que la base de cualquier cambio que interese pasa por una revolución cultural en la que se inocule, desde la infancia, la vacuna contra la mentira que corroe de extremo a extremo nuestra vida social y política. Una vida bautizada por el dinero. Y para acabar de verdad. Normalmente no voto, pero si votara lo haría a Podemos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.