Llevo unos días empeñada en pensar en Podemos a cuenta de Montalbán o en Montalbán a cuenta de Podemos; tanto monta. Me explico. Los impulsores de Podemos deletrean de corrido el lenguaje del mito, reconocen sus costuras y en sus límites dibujan su sistema de señales: para que amplios sectores de las clases populares urbanas […]
Llevo unos días empeñada en pensar en Podemos a cuenta de Montalbán o en Montalbán a cuenta de Podemos; tanto monta.
Me explico. Los impulsores de Podemos deletrean de corrido el lenguaje del mito, reconocen sus costuras y en sus límites dibujan su sistema de señales: para que amplios sectores de las clases populares urbanas se reconozcan en un universo simbólico y discursivo que no les resulta ajeno ni caduco, sino todo lo contrario; y para identificar con inteligencia al enemigo, el real bastión del Régimen del 78, al PSOE que supo irrigar de esperanzas de una sociedad civil ya nunca más organizada y alerta, los cauces subterráneos de las razones y aún del terrorismo de Estado.
¿Qué pensaría de ello el desmitificador de la izquierda y desde la izquierda? ¿Bajo qué claves interpretativas se enfrentaría a la maquinaria cívica y electoral que engrasa «un valiente y valioso publicista de la izquierda» (1) con un Máster en Comunicación Política? Resulta imposible reconstruir las pistas retóricas que Montalbán suministraría para resolver el que sería su puzzle hermenéutico sobre el fenómeno, previsiblemente hecho de pocas certezas y de muchas dudas razonables. Sin embargo, en una entrevista que Julio Anguita le concede, o se conceden mutuamente en noviembre de 1995 (2) , asoman en el prolífico escritor barcelonés un puñado de elementos de juicio, muy congruentes con sus manifestaciones anteriores y posteriores, que se nos antojan sugerentes para reconstruir una respuesta si no à la Montalbán, sí al menos en él inspirada. Y a qué pregunta. Pues a la siguiente: ¿de qué se alimenta Podemos y qué le es indigesto?
Su alimento.
Durante la conversación, varías veces reprocha Vázquez Montalbán a Anguita que éste no haga un cálculo político suficiente de cómo cotizan, su partido y él, en el mercado de la imagen. Anguita se muestra casi inmune a las observaciones que Montalbán le dirige de en este punto. Casi se diría que donde el autor de Galíndez ve un defecto Anguita reconoce una virtud. Merece la pena citar extensamente un momento de la entrevista:
«P. Usted tiene muy pocas posibilidades de controlar su mensaje mediático y de modificar los tópicos establecidos. Usted será el califa de Córdoba por los siglos de los siglos. Para una masa social amplia usted da una imagen positiva, incluso más positiva que la de IU, pero en sectores socioculturales más críticos, fundamentalmente entre los profesionales, aparece como el ogro gramático que siempre está pegando broncas. Si IU quiero dar ese sorpasso al que tantas veces se refiere, necesita atraer a un amplio tejido social progresista. Otro aspecto negativo es que el tope de crecimiento de IU se relacione con su identificación con e PCE y, ciertamente, IU no puede prescindir del PCE, su parte más activa y determinante. Ha conseguido detener la caída en picado de la izquierda más allá del PSOE pero, ¿usted y el PCE no fijan los límites de la expansión de IU?
R. Vamos a ver. Sigo siendo comunista. ¿Una formación política tiene que mutilarse para satisfacer a los que quedan fuera? ¿No es mejor, con mejores métodos, con mejores imágenes, con otros dirigentes si es preciso, tratar de convencer? Por el primer camino se va a la cínica dialéctica del mercado: modificar el producto para que agrade. Yo siempre he sido, desde mis tiempos de Córdoba, objeto de amores y de antipatías radicales.»
Más adelante, y a cuenta del célebre sorpasso, llega Anguita a renunciar a todo control sobre su imagen mediática, más preocupado de la lucidez de los propios que de la percepción de los ajenos:
«P. Insisto en que ustedes no controlan su propio mensaje. Lo que llega al mercado de la información es: IU quiere sobrepasar al PSOE.
R. A mí, que los medios de comunicación no se enteren o lo manipulen me importa menos, el problema es que algunos dirigentes de Izquierda Unida no lo entiendan y lo votan sin entenderlo, y después de las elecciones, como no se han conseguido los objetivos que las encuestas nos atribuían, dicen que el «sorpasso» ha fracasado’.
Yo eso se lo puedo aguantar a Antena 3, o a cualquier equivalente, pero a gente de la dirección no, porque esa dirección ha debatido como ninguna otra y delante de los medios de comunicación, que esto no lo hace nadie. Yo veo el «sorpasso» como el resultado de volver a la sociedad para marcar el horizonte de una izquierda real secuestrada por la política felipista. La cultura mediática está condicionada por el «o blanco o negro», pero los dirigentes de IU no. Quizá la palabra «sorpasso» sea impropia.»
Pues bien, forjados en otra tradición política y educados en entornos sociales bien distintos al de un Anguita maestro de provincias y alcalde de capital de provincia, Errejón e Iglesias, junto con sus allegados, han hecho la lectura inversa: hay que adueñarse de la proyección mediática aún a pesar de las dificultades de organización interna que imponga reformular igual, pero distinto, el sentido común bajo el foco de la publicidad. Al fin y al cabo, y como dejo escrito un joven Karl Marx en la Nueva Gaceta Renana, «una asamblea verdaderamente política sólo prospera bajo la protección benéfica del espíritu público, del mismo modo que lo viviente sólo lo hace bajo la protección del aire libre» (3).
El resultado va en la línea de las predicciones en negativo que pueden extraerse del texto de Montalbán. Del programa, programa, programase ha pasado al casta, casta, casta, y al tono profético moralizante le han sucedido jóvenes y joviales equilibrios lingüísticos, que ponen a los proletarios y a los que temen ser proletarizados en un mismo lado de la balanza, entretenidos así en redescubrir la fuerza social que siempre han poseído más que en denunciarse mutuas complicidades con los aparatos de poder del 78. Después de todo no es nada novedoso, la lucha contra el fascismo se construyó en la alianza entre las clases trabajadoras más politizadas y organizadas y los cuadros técnicos de las clases medias urbanas.
Los datos arrojados por el barómetro del CIS (4) confirman nuestra interpretación. Podemos se ha ganado un espacio de confianza en los sectores socioculturales profesionales, justo allí donde, a decir de Montalbán, Anguita aparecía como un «el ogro gramático que siempre está pegando broncas». A medida que la edad desciende, se hacen borrosas las certezas de la Transición, tramposas a fuer de pretendidamente consensuadas, y el nicho de futuribles votos a Podemos se ensancha: «Podemos obtiene mayor porcentaje de intención directa en los rangos de edad de los 18 a los 54 años, mientras que PSOE y PP reciben más votos de capas envejecidas»(5).
En este sentido, no se equivocan quienes han comparado en términos sociológicos al fenómeno Podemos con el PSOE de Felipe González; pues también éste supo administrar eficazmente los apoyos que le brindaron estudiantes, abogados y médicos, a menudo descontentos con el Régimen Franquista (6). Sin embargo, resulta algo ingenuo comparar a un partido que se financia con plataformas de Crowdfunding, con quienes quedaron endeudados de por vida con la Banca y no rechazaron las cuantiosas sumas que llegaban desde centros de decisión de la Coalición de la Guerra Fría y empresas privadas extranjeras y nacionales (7).
Algunas indigestiones
Más complicado resulta ganarse el apoyo de las clases trabajadoras menos jóvenes, muy parcialmente sindicadas y en amplios sectores poco politizadas. Al impacto de la larga represión de la Dictadura sobre el tejido organizativo de la clase obrera, le sucedió la recuperación de parte de la vitalidad del movimiento obrero en España en los intensos años de lucha que supusieron los sesenta y setenta; tiempo de heroicas huelgas, cajas de resistencia y brutales palos de la policía fascista. El juego de equilibrios de la transición pasaba por desactivar este movimiento cualitativa y cuantitavamente. Las traumáticas reconversiones industriales y las maniobras de cooptación de las cúpulas sindicales fueron dos pilares de este proceso. A pesar de las tímidas reticencias que opone Montalbán a esta interpretación, lo cierto es que Anguita había acertado de pleno el diagnóstico en este punto:
«P. Usted ha dicho que la derecha económica quiere reducir a UGT y CC OO a sindicatos de servicios. Tanto Méndez como Gutiérrez se me han declarado partidarios de sindicatos sociopolíticos.
R. Cuando ellos dicen sociopolíticos, ¿de qué está hablando? Yo entiendo como sindicato sociopolítico aquel que tiene un modelo alternativo de sociedad. UGT y CC OO han asumido la competitividad como diosa madre, y el mercado como instrumento milagroso.
P. No les veo yo tan sumisos a la tesis de la competitividad y sí muy críticos con la productividad real del capital en España.
R. En los documentos sindicales aparece la palabra competitividad y apuestan por la recuperación. ¿A costa de qué? ¿A costa de la libertad salvaje de las reconversiones industriales y de la depredación universal de los mercados de trabajo? A mí me Regó a decir Rubalcaba «es que el señor Anguita no cree en la recuperación». Dios mío, cuestión de fe.
Pues soy ateo. El problema no es que crea o no en la recuperación. Veamos sus resultados en el mercado de trabajo.
P. ¿Los sindicatos son entreguistas?
R. No anatemizo, pero o son sociopolíticos, en el sentido que he explicado, o asumen el modelo existente y tratan de sacar la mejor, tajada posible. Y ese camino lleva a firmar acuerdos que implican retroceder, porque el sistema se envalentona y se impone.»
Anguita se lamentaba por los sindicatos que le habían caído en gracia a las clases trabajadoras de este país. Montalbán se engañaba, a medio camino entre la resignación de lo que es y la nostalgia de lo que pudo ser. Coincidían ambos en las condiciones del problema y en su difícil solución.
Ahora bien, ¿qué representan los sindicatos en el imaginario de lo posible necesario de la izquierda real?
Los sindicatos representan sistemas de ayuda mutua y politización crítica de las clases populares, que incorporan un modelo de socialización alternativo al que comportan las dinámicas del status quo del tejido civil históricamente existente. La otra cara de la obediencia en la empresa como instrumento de trabajo o la obediencia al marido como instrumento de labor, es la obediencia a los eternos representantes de lo que al pueblo le conviene -a menudo blancos, a menudo de clase media con formación liberal, a menudo hombres: un excelente prototipo normativo, como una imagen de lo que tiene encomendado ser el populacho que protesta-. La otra cara de la democratización de la empresa y de la casa, es la emergencia a la luz pública de la voluntad de las clases subalternas: del último albañil a la mujer doblemente explotada, del transexual a la prostituta o al parado sin prestación. El rechazo del principio de representación y la reivindicación de la delegación en funciones bajo el control público que determine una estricta agenda fiduciaria, pasa también por civilizar los espacios de normatividad funcional a los equilibrios de poder. Allí donde se le pierde el miedo al patrón o al pater familias, que es allí donde la diferencia se acepta en su condición de diferencia y no de mecanismo de disfrute a disposición del cuerpo normativo, empiezan a ganarse las batallas por el control efectivo de las instituciones.
Si el objetivo de Podemos es arraigar de manera estable en las clases trabajadoras para generar cambios realistas de amplio calado, ha de saber generar, y vertebrarse en, un fértil tejido asociativo vecinal y sindical. Conjugar el casta, casta, casta con el patrón, patrón, patrón omarido, marido, marido es mucho más complicado y arriesgado. Implica incluso pelearse con el sentido común sin parecer un profeta moral de la izquierda. Las feministas y los activistas por los derechos LGTB tienen mucho que hacer junto a las mujeres maltratadas, las personas con discapacidad o en situación de dependencia, los abuelos, los migrantes, los desahuciados o los parados sin prestación.
Desde las mismas bases colaborativas, se ha de superar el dogma, no por dogma menos necesario, de la progresividad fiscal y el combate del fraude al fisco como el bálsamo de fierabrás de todos los problemas. Es necesario empezar a perfilar los detalles técnicos de la apuesta por un modelo de desarrollo económico basado en la industria verde, en las cooperativas y pequeñas empresas de alto valor añadido, en la ampliación y mejora sustancial de los servicios públicos de acceso universal gratuito, en la sostenibilidad ecológica (frente a, por ejemplo, la depredación inmobiliaria de nuestras costas), la producción artística y cultural o la integración de mujeres y personas con discapacidad a espacios de trabajo democratizados, que potencien el libre desarrollo de las capacidades individuales sobre la monótona operación de detalle.
Las sociedades modernas capitalistas son las sociedades de las burbujas. A partir de Podemos no resulta imposible albergar la esperanza de que nazca en nuestra sociedad un movimiento antiespeculativo. En el amplio sentido de la palabra.
Notas
(1) La expresión es de Antoni Domènech y puede leerse aquí: http://www.sinpermiso.
(2) Se trata de una entrevista publicada en el diario El País. Disponible en red en el siguiente enlace: http://elpais.com/
(3) El artículo del que extraemos la sentencia marciana es una auténtica joya de la literatura y la filosofía política, a medio camino entre la crónica política y la reflexión filosófica. Se público en el suplemento de la Nueva Gaceta Renana nº 130 el 10 de mayo de 1842. Puede encontrarse en MARX, K.; En defensa de la libertad
(5) Ibid.
(6) En su imprescindible libro sobre las estrategias de intervención de los países centrales en cuestiones de política interior y exterior de los periféricos, Joan E. Garcés cita una encuesta que, en 1970, muestra como el Régimen de Franco apenas logra un 20% de apoyo entre los médicos, un 8% entre los abogados y un significativo 1% entre los estudiantes. GARCÉS, J.E.; p.171: Soberanos e intervenidos, Siglo XXI, Madrid, 2012.
(7) Ibid.; pp. XX, 223-226.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.