Menudo pollo se ha armado con los pollos envasados al vacío con salmonela que han podido producir hasta un deceso. Vamos muy rápidos. No hay tiempo para preparar la comida. Nos hemos acostumbrado a cortar el plástico y recalentar en el microondas su contenido y a la mesa. Hasta saben bien. Son las especias y […]
Menudo pollo se ha armado con los pollos envasados al vacío con salmonela que han podido producir hasta un deceso. Vamos muy rápidos. No hay tiempo para preparar la comida. Nos hemos acostumbrado a cortar el plástico y recalentar en el microondas su contenido y a la mesa. Hasta saben bien. Son las especias y los ingredientes dudosos. Los pollos a granel no saben a nada. Bueno, a mi me saben a veces a sardinas o bacalao. Digo los pollos limpios comprados en las grandes superficies. Hay otros pollos que saben más a lo que sabían los pollos cuando los pollos eran bichos que correteaban por las campas y para comértelos tenías que cortarles el pescuezo. Pones un pollo de corral de verdad y a muchos nos provocaría dudas. Es otro sabor. Es otra carne, otra textura, otro color. Pero valen a precio de percebes.
Yo miro las series de producción propia, las de producción europea, las de producción americana, tanto las del norte, como las del sur, y nunca veo a nadie comer pollo. Y si lo comen remotamente en alguna secuencia, nunca les veo romper el plástico ni colocarlos en el microondas. Ni siquiera a ese ser que aparece en la primera estatal en la hora de la siesta y que se llama Frijolito le preparan pollo para paliar sus desgracias. Es más, comparados con los americanos nuestros pollos no pasan de ser palomas. Pero los pollos existen, y ahora ha sido esta circunstancia industrial la que nos ocupa pero sabemos de la existencia de una fiebre avícola que en cualquier momento saltará a los humanos y provocará alguna epidemia que a la vez producirá una campaña mediática, unas recomendaciones y la subida del precio del pollo.
Un precio que influye en el IPC. O sea, tiene una importancia subjetiva. Es de consumo mayoritario, lo que ahora nos ocupa es un síntoma de nuestros tiempos, de esa contradicción entre los programas gastronómicos de las televisiones que nos invitan a cocinar e ir al mercado, y la vida real, que nos incita a ir a las grandes superficies a comprar pollos y calzoncillos en el mismo viaje. Perder la fe en los pollos es el principio del fin del sistema.