MEFISTÓFELES: -Otras veces los hubieras ahuyentado a fuerza de maldiciones; pero ahora eso parece interesarte, pues allí donde se busca a la amada, hasta los monstruos son bien acogidos. Al calor de la crisis económica, en esta última década hemos estado inmersos en un vertiginoso periodo de movilizaciones sociales, cuyo punto culmen fue el 22- […]
Al calor de la crisis económica, en esta última década hemos estado inmersos en un vertiginoso periodo de movilizaciones sociales, cuyo punto culmen fue el 22- M. Posteriormente esta ola fue aprovechada -y a la vez rebajada en cuanto a sus aspiraciones- por una nueva opción electoral que, naturalmente, resultaba más «presentable» ante diversos sectores socio-profesionales de nuestra población.
Actualmente, vivimos un cambio de ciclo, producto de un agotamiento de la agitación popular que se torna casi inevitable (máxime teniendo en cuenta la inexistencia de un alternativa revolucionaria con posibilidades reales de disputar el poder). Y, sin embargo, pocos son hoy los que se atreven a negar que la crisis, lejos de estar superándose, tiene visos de volver redoblada en los próximos años.
Por ello, hoy se nos impone reflexionar sobre algunas necesidades de nuestra actividad militante en cuanto a línea política, con el objetivo de afrontar con garantías un próximo ciclo de movilizaciones contra la austeridad que, tarde o temprano, ha de llegar.
Lo primero que llama la atención en la actual coyuntura política es la enorme distancia que separa las cada vez más acuciantes necesidades y reivindicaciones populares, por un lado, de las posibilidades reales de satisfacerlas por parte de un gobierno nacional subsumido, como el español, por estructuras supranacionales que encorsetan su margen de maniobra, hasta el punto de anularlo en todo lo que afecta a los nodos de la política económica.
Como ejemplo, Podemos ni siquiera ha propuesto romper con las exigencias de Bruselas en cuanto a déficit público sino, en realidad, un plazo un poco más amplio y un ritmo ligeramente más paulatino para la aplicación de dicho ajuste. Una realidad que, si se piensa, relativiza un tanto la euforia provocada por esa «política de gestos» que tan bien pone en juego la formación morada.
Hace dos años, en enero de 2015, tuvimos ocasión de debatir en diversas ocasiones sobre las posibilidades que el gobierno griego de Syriza tenía de hacer pagar la crisis a quienes la crearon. En pocas palabras, nosotros argumentábamos que si Tsipras se negaba a romper con la UE y a tejer nuevas relaciones comerciales con países como los BRICS, no podría cumplir ni una sola de sus promesas electorales. En todas las ocasiones, sin excepción, fuimos tildados de «sectarios», «dogmáticos», «catastrofistas» y otras palabras-comodín similares.
Ahora, cuando el gobierno griego privatiza y vende al imperialismo alemán hasta los aeropuertos, no nos interesa tanto subrayar que lo sucedido era en realidad previsible, como algo mucho más urgente: evitar que el enemigo de clase nos robe la memoria de forma que tropecemos una y otra vez con la misma piedra, hasta la derrota final.
Digámosle la verdad a nuestro pueblo de una vez. Se la debemos. La UE es un marco de acumulación creado por el imperialismo alemán en su pretensión de competir con el dólar. Y su periferia es el equivalente a lo que el «patio trasero» latinoamericano supone para el imperialismo yanqui. Hoy, el capitalismo en crisis no puede permitirse grandes concesiones. Así, en el marco de la UE, donde los gobiernos nacionales delegan toda su soberanía, la llamada «austeridad» es la única política posible. Y, en consecuencia, una fuerza que no abogue por la ruptura con el euro no puede ser calificada ni siquiera de reformista, si somos rigurosos. Pues nunca debemos definir a una fuerza por cómo hable de sí misma en su programa, sino en función de los pasos reales que dé para llevarlo a la práctica.
El Brexit -protagonizado no por fantasmagóricas fuerzas reaccionarias, sino por la clase obrera británica- muestra que los pueblos van a intuir la realidad europea mucho antes que las autodenominadas «fuerzas del cambio». Lo único, por tanto, que está hoy en cuestión en Europa es quién rentabilizará políticamente el inevitable proceso de disolución de la eurozona. Si la izquierda no toma esa bandera, otro lo hará, ganando con ello los favores del pueblo. Si las «Tesis de abril» de Lenin se reescribieran hoy, la salida de la UE sería el equivalente a lo que en aquel entonces fue la salida de la I Guerra Mundial. Justo por ello, cuando se habla de la UE todo se vuelven excusas. Y justo por ello, como decimos en el título, proponemos poner en el centro del debate la ruptura con el colonialismo alemán, defender esto -por minoritario que sea- en cada uno de los movimientos populares en los que participemos.
Conocemos las montañas de propaganda tras las que se parapeta la Unión Europea. Lo que no sabemos, en cambio, es cuál es la ventaja de someternos a las campañas de marketing del poder dominante. Si la idea es antiintuitiva pero necesaria, razón de más para pensar que ya vamos tarde en la tarea de hacer propaganda. Últimamente, Pablo Iglesias ha declarado en diversas ocasiones que «los medios de comunicación son las reglas del juego». Poco aprendió de su admirado Juan Andrade, quien analizó la transformación experimentada por el PCE en la «transición democrática» por dejarse acorralar por los «castigos y premios», cada vez más exigentes, de dichos medios.
Está predominando entre nosotros una concepción cortoplacista de la política, que nos lleva a encerrarnos en mitad del incendio. Pero por poco rentable que parezca en este «Sísifo» electoral que nos avasalla, es sencillamente imperativo trabajar en el largo plazo para extender entre nuestro pueblo la conciencia de que en el seno de la UE y el euro, cualquier «gobierno del cambio» -por buenas que sean sus intenciones y por rompedores que sean sus «gestos»- está condenado a repetir la «tragedia griega». Con o sin chupa de cuero de Varoufakis.
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