La hipótesis populista comparte un objetivo con cualquier formación política: alcanzar el poder. Pero tiene un método peculiar. El método es trazar una línea entre un ellos y un nosotros. Allí los malos, y nosotros, el buen pueblo, aquí. No hay que matizar mucho. Lo importante es trazar la línea de separación. El populismo sólo […]
La hipótesis populista comparte un objetivo con cualquier formación política: alcanzar el poder. Pero tiene un método peculiar. El método es trazar una línea entre un ellos y un nosotros. Allí los malos, y nosotros, el buen pueblo, aquí. No hay que matizar mucho. Lo importante es trazar la línea de separación. El populismo sólo funciona con enemigos. Cuanto más sencillos sean esos enemigos, mejor. Como el populismo no tiene detrás ideología, enemigo puede ser cualquiera: los banqueros, pero también los inmigrantes, los sindicatos, el Estado social, la izquierda, los ignorantes. Para el populismo es mejor que el enemigo sea la izquierda a que sean los banqueros. Porque les genera menos problemas y en ese viaje les van a ayudar los medios. Si odias a los poderosos te la pueden devolver, pero si odias a la izquierda, te terminas aliando con la derecha en ese objetivo.
La metodología en el populismo se basa en una idea: hay unas pocas personas elegidas que son las únicas que pueden cambiar las cosas. Quienes defienden el populismo piensan, claro, que ellos forman parte de esas personas elegidas. Por eso les sobran los partidos y cualquier grupo democrático que les pida cuentas. Ellos, los elegidos, deciden. Y que nadie les moleste. Los elegidos identifican a los elegidos, de manera que sus equipos siempre están formados por los que han recibido la luz. Y los elegidos, como parte de la cofradía de los que saben, no pueden ser sustituidos por nadie elegidos por partidos o por la gente. Porque el conocimiento, la experticia, la experiencia, dicen, no se vota. Aunque los elegidos, no nacieran sabiendo y, con mucha probabilidad, fueran elegidos en sus primer cargo público por los partidos. Al final, los que saben toman decisiones sobre Venezuela, sobre urbanismo, sobre la libertad de expresión sin consultar a nadie.
Como el corazón del populismo es tener mando, deben allanar cualquier obstáculo para llegar. No hay un plan de país, sino de acceso al poder. Sobran los programas, las ideas y, por supuesto, los militantes. Sólo necesitan soldados. Es mera táctica constantemente. Por eso el populismo fascina a todos los periodistas. A los inteligentes los primeros cinco minutos. Al resto les dura algo más el encandilamiento. Si se quiere entender a los populistas hay que entender que lo que buscan por encima de cualquier otra cosa es colocarse en algún puesto de poder. Con eso dan por amortizado todo, en primer lugar el compromiso ideológico. Esa antigualla. Por eso los populistas dan esos saltos mortales. Ayer podían estar con grupos anarquistas, trotskistas, con el 15M y hoy estar dispuestos a pactar con Ciudadanos, esos que gobiernan con VOX.
Los populistas dicen que necesitan significantes vacíos. Hablar de nada. Defender solo «marcos ganadores». A los significantes vacíos, ellos, con su genio, luego los rellenan con lo que quieran. Pero no dicen la verdad. Tienen como blasón estar en posiciones de poder a cualquier precio y por eso, para ellos, siempre pesa más gestionar lo existente que cambiar lo existente. Y por eso siempre son amables con lo que hay. No molestar al poder. En nombre de esa gestión de lo existente, la «competencia virtuosa» lleva a mirar siempre, invariablemente, a la derecha. En Madrid y en España. Mirar al PSOE y luego a Ciudadanos. A esa unión de un PSOE derechizado y de un Ciudadanos que puede gobernar con VOX, el populismo «de izquierdas» les ofrece votos que antes estaban en el margen izquierdo del tablero. ¿Cuántos? Me temo que pocos para la coalición pero suficientes para golpear a la izquierda ¿Para qué? Pues para mandar.
¿Hasta dónde está dispuesto ese viaje populista a ceder con tal de acceder al poder? Pues, como diría una lectura correcta de Laclau, hasta cualquier parte. El populismo, como una manera de hacer política, solo debe ser un momento de impugnación, un momento de tumbar el viejo régimen aprovechando la ventana de oportunidad destituyente. Pero, si no deja paso a un momento constituyente, a un momento donde mande el programa, se convierte en una excusa para sustituir a las élites por otras que dicen que son mejores que los partidos pero que, al final, terminan haciendo todo lo malo de los partidos pero sin ninguno de los controles. Entregar toda la confianza a personas que no responden ante nadie no parece muy sensato. Y el populismo termina siendo otro camino por donde se cuela la derecha en la política democrática.