Surge la idea de este artículo de opinión tras leer en el diario digital Público.es otro, escrito por Íñigo Errejón, con fecha 22 de abril titulado «occidente en su momento populista». Considero que se trata de un artículo que resume bastante bien y, contra todo pronóstico, claramente la posición crítica de Errejón hacia lo que […]
Surge la idea de este artículo de opinión tras leer en el diario digital Público.es otro, escrito por Íñigo Errejón, con fecha 22 de abril titulado «occidente en su momento populista». Considero que se trata de un artículo que resume bastante bien y, contra todo pronóstico, claramente la posición crítica de Errejón hacia lo que él considera «izquierda tradicional». Posición que lleva manifestando y llevando a la práctica a través de su militancia y acción en el partido político Podemos, a la vez que defiende una pretendida nueva forma de actuación política que él mismo define como populismo, eso sí, «democrático y progresista».
La situación que nos presenta en las sociedades occidentales es básicamente la necesidad de optar por este populismo frente a otro populismo «reaccionario y xenófobo», descartando así la opción política de la izquierda debido a su «incapacidad para la victoria», a su «arrogancia moral e intelectual» y a su eterna espera de la «crisis económica definitiva» que acabe con el sistema capitalista.
Su propuesta populista se basa en «generar horizontes compartidos» y «agregar mayorías» manteniendo un pie en el sistema capitalista y «otro fuera». Parece, por tanto, que esta propuesta elimina de la ecuación de la construcción de una alternativa social, la contradicción capital-trabajo. Elimina también la necesidad de una conciencia de clase generalizada por un sentimiento más sencillo y fácil de conseguir en un plazo que históricamente podríamos considerar como ultra-corto, es decir, el próximo proceso electoral como objetivo no táctico, sino estratégico. Este objetivo no es otro que un sentimiento primario contra las élites, los privilegiados y la corrupción que pueda ser rápidamente compartido por una mayoría social capaz de otorgar un éxito electoral.
Considero, en primer lugar, que Errejón es injusto e inexacto al considerar a la izquierda transformadora como un movimiento político sin capacidad de victoria. Adolece este análisis de un ejercicio de memoria histórica que vaya más allá de una década en un país. La izquierda como concepto político nace en el marco de la revolución francesa hace ya más de doscientos años y establece un vínculo histórico medio siglo después con el movimiento obrero que ha conseguido victorias sociales incuestionables en tan amplios espacios, lugares, configuraciones y tiempos que huelga enumerarlos por obvios. Es muchísimo más cuestionable la eficacia respecto a la transformación de la sociedad de su «innovadora» propuesta populista.
Considero, además, que no hay nada más arrogante y elitista que intentar atraer a las masas a un proyecto político con mensajes de fácil consumo y digestión para conseguir un seguidismo generalizado. La izquierda siempre trata de formar y concienciar para que la participación democrática sea consciente y madura. Evidentemente este camino en el corto plazo es más difícil que fructifique, pero que siembra para el futuro el populismo del «fast-slogan»?
El problema de la solución populista es que la diferencia entre el populismo xenófobo y el populismo progresista hay una línea tan fina que numerosos ciudadanos pueden oscilar en periodos cortos de tiempo entre optar por uno o por el otro sin hacerse demasiadas preguntas, en función de quien logra el slogan más impactante, los twits más ingeniosos o la mejor imagen comercial de sus candidaturas. Acabamos de saber que la Presidencia de Francia la disputarán una opción populista fascista frente a una opción populista neoliberal . Ambos comparten mensajes del tipo «no existe izquierda ni derecha» o «es el fin de las ideologías» En serio la vía para la transformación de la sociedad está en oponer un populismo progresista? O el camino es precisamente la dura, paciente e ingrata batalla ideológica, es la unidad en el difícil discurso de clase con todos sus poderosos enemigos enfrente?
La renuncia ideológica, el desprecio de los símbolos tradicionales de la izquierda, el arriar la bandera roja, el olvido de las luchas y principios del movimiento obrero, para que los poderes fácticos del sistema acepten nuestra propuesta política y así «agregar mayorías», no es una propuesta innovadora en absoluto. Es un camino oportunista y trillado una y mil veces que lo emprendió la socialdemocracia desde la segunda internacional para acabar siendo fagocitada por el sistema.
Bienvenidas sean las propuestas políticas nuevas que consiguen concitar apoyos sociales amplios, siempre que sean verdaderas herramientas para la transformación del capitalismo desde una perspectiva socialista. Bienvenidas sean esas propuestas si además son capaces de reconocer el enorme sacrificio, aportación y conquistas de la izquierda y el movimiento obrero además de aprender de ellas. Bienvenidas si consiguen unificar proyectos y luchas sin renunciar a ideas esenciales cuya negación invalidarían el proyecto: Democracia, República, Igualdad, Emancipación de clase, Justicia social, Planificación de la economía, Pacifismo, Feminismo, Ecologismo…
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