Llevamos varios años de resistencia importante contra los recortes y agresiones que estamos sufriendo de la mano de unos gestores económicos y políticos que son los que nos han llevado hasta aquí, con sus corrupciones, sus despilfarros, sus burbujas inmobiliarias, sus leyes especulativas, y que ahora nos quieren dar lecciones. Basta con ver el currículum […]
Llevamos varios años de resistencia importante contra los recortes y agresiones que estamos sufriendo de la mano de unos gestores económicos y políticos que son los que nos han llevado hasta aquí, con sus corrupciones, sus despilfarros, sus burbujas inmobiliarias, sus leyes especulativas, y que ahora nos quieren dar lecciones. Basta con ver el currículum de los que ahora gobiernan nuestro país y las instituciones europeas, para ver que son los mismos que nos han llevado al pozo. ¿Cómo podemos esperar que sean ellos los que nos saquen de allí? Tremenda y penosa ironía.
Es reconocido que la movilización desarrollada en estos últimos años, «de norte a sur y de este a oeste» está teniendo una envergadura desconocida en las últimas décadas. Y también es un hecho que, hasta ahora, estas luchas, básicamente de resistencia, no han conseguido casi ninguno de sus objetivos a corto plazo.
De ahí que se plantee la necesidad de una convergencia de las diferentes mareas o sectores en lucha contra las agresiones. Esto es absolutamente necesario, pues los responsables de cada una de estas agresiones son finalmente los mismos: El gobierno, impulsado por las instituciones europeas, y ambos en manos de los grandes poderes financieros y empresariales, de aquí y de allá.
El gobierno de nuestro país carece por completo de legitimidad. Se presentó con un programa electoral y está haciendo justo lo contrario que prometió. Hasta el propio presidente lo ha reconocido recientemente. Esto es un absoluto fraude que no podemos consentir. En el caso de Madrid ocurre lo mismo: se pretenden llevar a cabo medidas (como la privatización de hospitales y centros de salud) en ningún caso contemplados en el programa electoral, y además ni siquiera el presidente ha sido elegido por los ciudadanos.
Se hace necesario que la reivindicación común dé un paso más y no se quede en la mera protesta y resistencia frente a los recortes, por muy importante que esta sea. Es imprescindible señalar a los responsables, y exigir que se vayan.
Frente a este planteamiento barrunto que se plantearán diversas posturas, a las que me voy a referir a continuación.
Por un lado estarán las personas que consideren que la crisis es más profunda, de todo un sistema, y que no basta con cambiar de gobierno, pues éste no es más que un lacayo que obedece a poderes ocultos (y no tan ocultos). A estas personas no les falta razón, pues nos enfrentamos a un sistema en severa crisis, que se está llevando por delante millones de vidas humanas en todo el planeta, y que amenaza con llevarse por delante al planeta mismo. Pero tener esa perspectiva («pensar en global») no anula «actuar en local». Porque por esa regla de tres, tampoco daríamos valor a las luchas que se están llevando a cabo, en realidad contra los desaguisados del sistema. Si veo que un policía apalea a una persona, ¿dejaré de actuar pensando que es una consecuencia del sistema y que aunque evite esta agresión habrá otros policías dispuestos a realizar las mismas fechorías? Nuestro gobierno (podemos poner en plural) es el capataz de estos poderes financieros, el que ejecuta sus órdenes, el que recorta nuestros derechos, el que hace leyes que permiten que nos expulsan de nuestras viviendas, el que nos apalea en las luchas, el que encarcela arbitrariamente, el que nos va matando poco a poco de hambre y contaminación. Si al amo no lo tengo delante porque se esconde, ¿dejaremos mientras al capataz que haga y deshaga a su antojo o tratamos de impedirlo y, si podemos, quitarlo de su puesto?
Para otras personas puede tener poco valor luchar por la dimisión del gobierno, pues poco podemos esperar de quienes se pondrían en su lugar. Tampoco les falta razón a estas personas, pues llevamos décadas sufriendo un bipartidismo de alternancia que apenas modifica las líneas estratégicas de la gestión más allá de algunos gestos. Pero no podemos ignorar que si el pueblo consigue echar a un gobierno, el que le sustituye se ve afectado necesariamente por esta presión popular y se verá obligado a virar el rumbo, tanto como el pueblo se lo exija. En 2004 hubo un cambio de gobierno contra pronóstico, y tuvo mucho que ver la presión popular de la víspera electoral, en que el pueblo se echó a la calle exigiendo la verdad que el gobierno saliente de Aznar-Acebes trataba burdamente de ocultar. La presión del pueblo consiguió la salida de las tropas invasoras de Iraq. ¿Hay que menospreciar esto? Claro que no. ¿Hay que conformarse con esto? Por supuesto que tampoco.
El gobierno que sustituye a uno expulsado por el pueblo, toma nota y rectifica en aquello que considera necesario para tener margen de maniobra. Cuantos más asuntos pongamos en la cesta de la exigencia de dimisión, más aspectos tendrá que rectificar quien sustituya al gobierno derrotado.
La historia, también la reciente, es rica en casos de revueltas populares que tumban gobiernos, y no uno sino varios de manera sucesiva. Argentina grito «que se vayan todos», y su proceso no llegó más lejos quizás porque no hubo decisión por parte de fuerzas de izquierdas que pudieran haber llevado a la transformación del sistema con mayor profundidad. El pueblo boliviano tumbó también a varios gobiernos, y dio paso a un proceso de grandes transformaciones, de recuperación de la soberanía y distribución de los recursos a favor de la mayoría social del país. Desde luego que allí fueron a más y no se conformaron con la alternancia.
Podría pensarse que en la actual coyuntura parece que la alternativa posible al gobierno actual sería un PSOE que ha practicado en el poder las mismas políticas que el PP. Pero hay que tener en cuenta que el bipartidismo está en horas bajas, acompañando la profunda crisis de todo el sistema político, económico e institucional. En los procesos de cambio, se transforman también con rapidez las expresiones políticas de las fuerzas contendientes. Y por eso podemos confiar en que la tenaza del bipartidismo tiene los días o años contados.
No entro a valorar si entre medias o a continuación habrá procesos destituyentes o constituyentes, o si se proclamará la república como un producto natural del proceso de cambio popular. Podrán ocurrir alguna o varias de estas alternativas que se están barajando en los últimos tiempos; el tiempo mostrará la profundidad de los cambios y la fuerza del pueblo para impulsarlos. Pero lo que sí me atrevo a afirmar es que, de todos estos procesos profundos pendientes, el conseguir la dimisión del gobierno parece lo más fácil por tangible. Y que en cualquier caso esta conquista nos pone en el camino de más transformaciones, pues debilita a los enemigos del pueblo.
El movimiento popular debe conseguir la caída del gobierno, y dotarse de los mecanismos programáticos y organizativos para que esta caída no sea en balde.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.