Vivimos en un estado de excepción que se está convirtiendo en permanente. Su sustancia: el dominio de los grupos de poder económicos y la suspensión del Derecho. Su forma, la democracia oligárquica. La soberanía popular está siendo progresivamente sustituida por lo que llaman la gobernanza europea, que no es mas que, la alianza de los […]
Vivimos en un estado de excepción que se está convirtiendo en permanente. Su sustancia: el dominio de los grupos de poder económicos y la suspensión del Derecho. Su forma, la democracia oligárquica. La soberanía popular está siendo progresivamente sustituida por lo que llaman la gobernanza europea, que no es mas que, la alianza de los grandes oligopolios y la burocracia de la Unión eficazmente dirigidas por el Banco Central. Esos poderes fácticos toman las decisiones fundamentales, fijan los límites y convierten nuestros débiles órganos representativos en simples asambleas de ratificación.
Las crisis suelen poner de manifiesto la verdadera naturaleza explotadora del capitalismo: la autonomía del Estado se reduce, las políticas económicas expresan abiertamente los intereses del capital, los derechos sindicales, laborales y sociales de asalariados y asalariadas, son cuestionados por las constricciones sistémicas (paro y precariedad) y por las estrategias de gestión puestas en práctica por el gobierno y la patronal. En el centro, el poder en sentido fuerte.
La política adquiere sus verdaderas dimensiones de clase: producir una gigantesca redistribución de renta, riqueza y poder a favor de los grupos económicamente dominantes. Todas las medidas de Zapatero tiene ese sesgo: la (contra) reforma laboral, las medidas tomadas (con el impagable acuerdo sindical) sobre las pensiones y las conversaciones iniciadas para modificar aspectos relevantes de la negociación colectiva. Lo que importa es debilitar la capacidad contractual de trabajadoras y trabajadores garantizando su sobreexplotación. El ajuste laboral permanente es el medio para mercantilizar sistemáticamente la fuerza de trabajo y ofrecerla «libre de derechos y poder» a los empresarios.
No nos engañemos, la plutocracia internacional que hoy domina el mundo va a exigir más sangre, más sacrificios humanos para el supremo objetivo de cobrar sus prestamos. Detrás de la Comisión y del Banco Central está el capital financiero francés y alemán que, obviamente, tienen a sus Estados para exigir lo adeudado. El artificio es discursivamente poderoso: una crisis, sin culpables, presentada como una catástrofe geológica. Estados que rescatan a los ricos y que terminan por endeudarse masivamente. La oligarquía financiera (anteriormente salvados con dinero público) que exigen planes durísimos de ajuste a las poblaciones para asegurar que lo prestado se pague a tiempo. Todos los poderes públicos se someten a este chantaje y, lo que es peor, lo legitiman en nombre de las inexorables leyes de la llamada economía de mercado.
Cada crisis exige desposeer a las personas de derechos, de riqueza colectiva y el sobre expolio de la naturaleza para reiniciar, cueste lo que cueste, el proceso de acumulación capitalista. Sitúa en el puesto de mando a la violencia, el pillaje de naciones enteras y la militarización de las relaciones internacionales. La llamada «acumulación primitiva» aparece como un rasgo estructural del funcionamiento del sistema. Todas las salidas a las crisis son centralmente políticas y dependerán de las correlaciones de fuerzas nacionales y político-militares internacionales. Esto último es un aspecto esencial: vivimos una transición geopolítica de grandes dimensiones donde la crisis económica es causa y efecto. La singularidad del momento presente es esta inaudita acumulación de crisis: financiera, económica, geopolítica, energética y medioambiental, que tienen como «centro de anudamiento» a los Estados Unidos.
La persona común vive esta crisis como una amargo despertar de lo que podríamos llamar «las promesas creadas e incumplidas de la globalización neoliberal» . En España, después de un ciclo de más de dos décadas de crecimiento, tiene el efecto de un auténtico shock psicológico: en momentos que creíamos que íbamos al ser al fin «como ellos» (como los europeos), que el euro era nuestra salvación y que nos colocaba entre las naciones más ricas; que los conflictos entre las clases se habían acabado y que los ciudadanos tendríamos que escoger cada cuatro años a la fuerza política que mejor gestionaba este modelo destinado a librarnos, por fin, del atraso y las postración.
De lo que pocos, poquísimos, hablaban era de las características de dicho patrón: dependencia del ladrillo, crecimiento espectacular de las desigualdades, predominio del empleo de baja calidad, escasa productividad y masivamente precario. Y lo fundamental el estancamiento de los salarios e incremento sustancial de los excedentes empresariales. Todo ello, con un sistema fiscal injusto que seguía gravando más a los que menos tienen y que es incapaz de garantizar unos servicios públicos universales y de calidad.
Hay dos elementos que dicen mucho de lo que estaba pasando: la pobreza no disminuía y la economía sumergida tampoco. Sin embargo las consecuencias mas graves y más duraderas de dicho patrón de crecimiento fueron las medioambientales: prácticamente todo el territorio del Estado fue mercantilizado y puesto a disposición de unos grupos de poder económicos insaciables, que acumularon inmensas riquezas en poquísimo tiempo.
Aquí aparece un asunto q ue iba tener enormes consecuencias para el futuro. La banca viendo el enorme negocio del ladrillo (era el sueño del alquimista: convertir piedras en plata y oro) se fueron a los mercados exteriores, alemanes y franceses, básicamente, a endeudarse y seguir inflando una burbuja cada vez más grande y en riesgo creciente de explosión. Esas deudas siguen ahí y ahora de lo que se trate es que las paguen los ciudadanos y las ciudadanas. Este es el problema real que los gobiernos callan y que los medios sistemáticamente ocultan.
¿Cómo ha sido posible esto? ¿Cómo es que se ignoraran las voces que durante años advirtieron de la insostenibilidad del modelo?. La cuestión de fondo fue y sigue siendo la captura de la clase política por los grupos de poder económico. La oligarquía ha conseguido que sus intereses se conviertan en los intereses de nuestra sociedad y eso ha sido posible por la corrupción.
La corrupción fue, al principio , lubricante y, al final, fundamento del modelo. Esta ha sido general y no se puede ni se debe ocultar. Desde la cúpula del Estado hasta la administración local, permitida y legitimada por las Autonomías. Y no solo eso, las poblaciones, consciente de lo que ocurría, apoyaron sin grandes dudas a los políticos corruptos, bajo el principio de que «todos roban, pero los nuestros, al menos, hacen algo» (obras y muchas, muchísimas, grúas, señal inequívoca de progreso y modernidad). Al final, lo peor ha sido la degradación de la cultura de clase y el deterioro sin precedentes de nuestras debilitadas virtudes ciudadanas.
Despiertos ya a la realidad, ahora lo que se busca no es otra cosa que subterfugios para eludirla. De los » brotes verdes » pasamos a los dolorosos ajustes y de ellos, a las » mágicas soluciones» del Partido Popular, es decir, de un ajuste duro a un ajuste simplemente salvaje. Lo que hay en el trasfondo son unos ciudadanos que como átomos sueltos y solitarios, viven con miedo al futuro y buscan soluciones fáciles a las que agarrarse. Son ciudadanos y ciudadanas sin derechos y sin poder, sometidos a la tiranía de unas fuerzas económicas insaciables en alianza con una clase política corrompida sin convicciones ni principios.
No hay soluciones fáciles y cualquiera de ellas va a exigir compromiso, organización y movilización social. La condición fundamental para que las y los de abajo influyan y tengan voz es crear un auténtico poder ciudadano. Hay que indignarse, rebelarse y, sobre todo, luchar. El primer derecho a reivindicar es el derecho a resistirse a la tiranía de la oligarquía financiera y a proteger nuestra sociedad del capitalismo. La auténtica alternativa está en optar o por la regresión social y la involución autoritaria o por una sociedad justa, democrática y fraterna, es decir, una república de hombres y mujeres libres e iguales.
Para organizar la resistencia es necesario, en primer lugar, tomar la realidad tal como es y no engañar ni engañarse. La crisis no ha hecho nada más que comenzar y durará mucho tiempo. El tiempo pasado no volverá y juntos tenemos que construir nuestro futuro.
En segundo lugar, es bastante probable que en un plazo medio, España tenga que ser «rescatada», es decir, que para cobrar sus deudas, la plutocracia internacional va a exigir un ajuste salvaje en la economía y en la sociedad española, dando paso a lo que podríamos llamar una «latino americanización» de nuestra vida pública con la puesta en práctica de lo que Naomi Klein denominó hace ya años, la «doctrina del shock«.
En tercer lugar, la izquierda social, política y cultural española es, comparativamente, débil y sus vínculos con la sociedad muy limitados. La despolitización del conflicto social, la pérdida de la centralidad de las clases trabajadoras y el predominio de un individualismo de masas de grandes proporciones, combinado, con actitudes de «nuevos ricos», dejan prácticamente inerme a la sociedad ante los poderes fuertes del capitalismo y sus instituciones.
No se trata de ahora de ofrecer programas de gobierno ni de propuestas solo ni principalmente electorales. La respuesta está mucho más allá y es radical: construir el «partido de oposición» a las estructuras económica y de poder dominantes hoy en España. Para ello haría falta:
1.- Poder constituyente y soberanía popular.
No hay que dar demasiadas vueltas, la Constitución del 78 ha dejado de estar vigente en muchos de sus aspectos esenciales y ha sido sustituida por una constitución material que legitima las políticas neoliberales y que tiene a la integración europea como instrumento fundamental, todo ello al margen de la ciudadanía. Hablamos de revolución ciudadana porque la ciudadanía ha sido expropiada de su poder constituyente y la soberanía popular convertida en mera retórica sin contenido político alguno.
2.- Construcción de un nuevo Estado democrático republicano.
Enlazar democratización política y social en momentos de crisis sistémica como la que vivimos sigue siendo la garantía de que las mayorías sociales tengan voz, proyecto y autonomía. El» hilo rojo» perdido entre república y socialismo tiene posibilidades reales de encuentro protagonizando las luchas de las poblaciones y el derecho a decidir su futuro y a organizar su modo de vida.
3.- La defensa de la sociedad frente al capitalismo.
El objetivo es construir una economía centrada en las necesidades básicas de las personas, socialmente sostenible, que deje abierta la posibilidad de modelos sociales y económicos en la perspectiva del socialismo. Elemento esencial será garantizar los derechos sociales para todos y todas en un tipo de Estado que intervenga activamente en la economía, regule el mercado, planifique el desarrollo y redistribuya la renta, la riqueza y el poder.
4.- Construir un verdadero Federalismo Republicano.
El llamado Estado de las Autonomías ha dado de sí todo lo que cabía esperar y ha puesto de manifiesto algo sobre lo cual se debería reflexionar en serio: su compatibilidad con el orden neoliberal dominante. Todas las burguesías son de Estado, se complementan, sueñan con un orden superior, el federalismo neoliberal de la Unión Europea, y todas tienen en común su desprecio a la soberanía popular y los poderes ciudadanos.
5.-Salir de la falsas disyuntivas del europeismo dominante.
Hay que atreverse a decir la verdad: esta Europa no da más de sí en su formato actual. Desde la izquierda transformadora se había venido denunciando que este tipo de Europa divide a las naciones, fomenta un modelo social contrario a las aspiraciones mayoritarias de las personas y los pueblos, nos subordina a los intereses de la administración norteamericana y nos separa de países y pueblos que están luchando por construir un nuevo orden internacional más justo y democrático.
Esta es la Europa ale mana, al servicio de los intereses del capital financiero franco-alemán. España, en la práctica, es una «comunidad autónoma» de la Unión Europea a la que hemos traspasado una parte sustancial de nuestra soberanía y de la que hoy somos rehenes sin haberlo decidido democrática y colectivamente. O la UE pasa a ser un Estado Federal o los Estados tendrán que volver a reclamar su soberanía plena.
Como antes se ha dicho, lo que se propone aquí no es fácil y exigirá mucha convicción y capacidad de sacrificio. Para muchos, esto que aquí se defiende son cosas de otra galaxia y poco o nada tiene que ver con lo que nos pasa. Esos mismos, con la prepotencia que les caracteriza, sonrieron ante las críticas al Tratado de Maastricht, nos llamaron ilusos cuando dijimos que una moneda única, en las condiciones de esa Europa, ponían en peligro su unidad y el futuro económico de España.
Es la misma gente que nos llamaron antipatriotas a los que veníamos diciendo que el modelo de crecimiento y acumulación española era insostenible. Son los mismos que se asustaron ante los que venia y que pasaron de «refundar el capitalismo» a defender el carácter «patriótico» de un ajuste económico y social dictado por los poderes económicos de siempre, que perjudica a la mayoría de la gente y que profundizará la crisis.
Pero lo utópico es pensar que se puede volver a la situación anterior; que la crisis es cosa de unos años y que los sacrificios de hoy serán los beneficios del mañana. Aunque lo nieguen, ellos saben que esto no será así y que las diferencias que hay en la clase política están más en el cómo que en el cuánto y qué, al final, será la ciudadanía la que tendrá que soportar el ajuste duro de la crisis viendo como disminuyen sus derechos sociales, laborales y democráticos. En definitiva, terminar siendo una vez más, súbditos y no ciudadanos y ciudadanas.
E n ese contexto, las Mesas de Convergencia significan una ventana a la esperanza en momentos poco propicios para la resistencia y la ilusión racionalmente fundamentada. El objetivo es construir movimiento social para la alternativa al neoliberalismo y sus estructuras de poder. Para ello debemos combinar dos actitudes nada fáciles: defender principios claros y hacerlo sin sectarismos. Lo decisivo es la acción, compromisos concretos que movilicen, generen presencia pública y den a las gentes confianza en sus propias fuerzas. Trenzar alianzas desde abajo, partiendo de las necesidades de las personas y con la vista puesta en ampliar siempre las dimensiones del movimiento.
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