En marzo de 2001, durante el gobierno de José María Aznar, el ejército abandonaba el sistema de reclutamiento que había tenido desde 1770, es decir, el servicio militar obligatorio, y nacía así el Ejército Profesional. La famosa «mili» de reemplazo pasaba a la historia de la mano del PP, con Aznar al frente, y ante […]
En marzo de 2001, durante el gobierno de José María Aznar, el ejército abandonaba el sistema de reclutamiento que había tenido desde 1770, es decir, el servicio militar obligatorio, y nacía así el Ejército Profesional. La famosa «mili» de reemplazo pasaba a la historia de la mano del PP, con Aznar al frente, y ante el aplauso antimilitarista de buena parte de la izquierda transformadora y pacifista. Lo que entonces pareció una victoria de la izquierda – no exenta de debate interno – no fue más que una jugada de la derecha para hacerse con el control total de un Ejército en el que cada año no entrarían jóvenes nuevos tanto de izquierdas como de derechas, sino que el ejército sería un empleo más en el que los jóvenes de izquierda, pacifistas, antimilitaristas y con conciencia de clase en raras ocasiones se dejarían caer. No solo eso, las misiones en el exterior del Ejército cuando así lo requería (y lo requiere) la OTAN, al servicio siempre de los intereses de EEUU, no eran precisamente un atractivo para jóvenes antiimperialistas e internacionalistas.
Sea como fuere, más de una década después de la instauración del Ejército Profesional, aun no hemos elaborado una política clara dirigida al ejército, a los soldados, a su democratización, a su concienciación definitiva de que debe ser un ejército al servicio del pueblo, de sus obreros, de sus parados, de sus estudiantes, de sus hombres y mujeres que luchan y trabajan cada día para defender nuestro verdadero patrimonio, lo de todos, lo público, y no para defender oscuros intereses de potencias extranjeras o de oligarcas nacionales.
El mejor momento para plantear una propuesta concreta relacionada con la recuperación de la soberanía militar, la democratización del Ejército y su transformación en un Ejército Popular, es el XIX Congreso del Partido Comunista de España.
En ese sentido, retomar el camino abandonado hace décadas – concretamente al final del franquismo – pasa por empezar a defender las reivindicaciones que surgen desde los propios soldados dentro del Ejército, defender que puedan organizarse para defender sus derechos, para defender la democratización del ejército, ligándola al respeto escrupuloso de la dignidad de la persona y fomentando la identificación entre soldados, trabajadores y las clases populares, en crear soldados al servicio de su pueblo.
Si es vital conquistar la hegemonía política y cultural para el avance de nuestras propuestas en la sociedad, no menos importante es hacer que las propuestas del Partido Comunista tengan eco dentro de las Fuerzas Armadas, y esa es una labor que requiere un plazo amplio y una labor minuciosa de formación, difusión y propaganda, así como de elaboración de mensajes que calen entre las huevas «hornadas» de soldados, así como en el conjunto del Ejército en general.
Debemos apostar por un Ejército Popular concebido para la Libertad, actuando sobre la base del respeto, la lealtad, y el adiestramiento que garantice el desarrollo y el progreso del país y su inserción en una dinámica internacional signada por la paz y la convivencia, en una España que renuncie a la guerra como instrumento de política nacional e internacional.
La salida de la OTAN y la recuperación de la soberanía popular, incluida la de la Fuerza Armada -actualmente supeditada internacionalmente a intereses imperialistas- es fundamental para el desarrollo de una España democrática y de progreso, así como las aportaciones teóricas del Partido Comunista y la participación activa de la juventud solidaria y antiimperialista.