Recientemente visité Colombia, y luego de observar esa lucha por la vida de su pueblo, contra el neoliberalismo insaciable del uribismo, se hace inevitable pensar que hay en Colombia, una herida abierta por la que sangra hoy Latinoamérica entera. Por aquello que no fue, pero también por la lucha de aquello que aún es posible. Es precisamente en Colombia donde habita el derrotero del sueño nuestroamericano. Allí donde Santander, en nombre de la ley y la norma, echó por tierra el legado de Simón Bolívar, Manuela Sáenz, José de San Martín y tantes otres.
Y no sólo la traición de Santander tiñe de rojo la historia de Colombia, también la masacre de las bananeras, el asesinato de Gaitán, y los millones y millones de víctimas de la violencia paramilitar, narco, militar y policial que se ejerce en este país desde hace más de 50 años, particularmente en los último 20 años, desde que el uribismo construyó una política institucional bajo la lógica del ajuste, el sicariato, los ajustes de cuentas, la violencia narco.
Y, además, la construcción de un enemigo muy claro: las guerrillas, utilizadas por la oligarquía colombiana como carne de cañón para el plan de desarme en el campo del pueblo. Todo esto financiado mediante el apoyo injerencista de los poderes concentrados del mundo: los verdaderos dueños del mundo, los empresarios dueños del sector tecnológico, financiero, energético, mediático, militar, y sus gobiernos.
Ocurre, sin embargo, en los últimos años las movilizaciones populares comenzaron a hacerse de las calles colombianas. Manifestaciones estudiantiles, obreras, de disidencias y distintas expresiones del campo popular salieron a la calle, primero en noviembre de 2019, luego en septiembre de 2020 y en abril de 2021, donde finalmente el clamor popular llegó para quedarse.
El pueblo salió a la calle, harto de no tener un plato de comida todos los días sobre la mesa, de no conseguir trabajo, de no acceder al estudio, y en el caso de lograrlo, de no poder ejercer la profesión. Harto de no poder pagar las cuentas, harto de ver a las madres desviviéndose para administrar los miserables salarios que les pagan. Harto de la violencia estatal y paraestatal. Harto de la mentira, de las falsas promesas, de los acuerdos incumplidos, de esperar la paz que nunca llega.
El pueblo se hartó y perdió el miedo. Se escucha por las calles colombianas: “perdimos tanto que también perdimos el miedo”, o “yo no tengo nada que perder, pero tengo mucho para dar”. Y salió a la calle, y en la calle encontró dignidad. En la lucha encontró consuelo. En la mirada de tantos otres -que también salieron- encontró esperanza.
Les jóvenes tomaron la batuta y se organizaron para defender su ofensiva: la de salir a la calle. Una ofensiva que sólo tiene manos con callos, cabellos crespos, espaldas cansadas, miradas tristes, y mucha, pero mucha garra.
En Colombia sucedió eso tan bonito por lo que luchamos: se encendió la chispa, la que no se apaga. El despertar, el entender, el poder mirar a los ojos al responsable de la injusticia, ver su rostro, reconocer su insaciable sed de dinero. Perder el miedo no es poca cosa. Y sostenerse en la calle mucho menos.
Y allí puede verse que ante la violencia desmedida, la respuesta son mayores niveles de organización, distintas formas, que se reinventan, como el pueblo mismo, para enfrentar a la muerte calculada. No es una cuestión de estallido, porque un estallido se apaga.
Seguir en la calle y sostenerse representa el más digno acto de rebelión del que el pueblo colombiano tenga memoria. Y no es sólo una fracción de la sociedad la que se ha levantado: es el pueblo, son las mayorías. Todes en un solo grito.
Algunas reflexiones de fondo sobre la lucha popular
La digitalización de la vida ha transformado por completo las relaciones sociales. La nueva mediación pasó a ser lo virtual: compramos, vendemos, pagamos, nos educamos, nos entretenemos, nos empatizamos, nos erotizamos, nos constituimos como sujeto. Esto es ni más ni menos que un nuevo montaje sobre el cual configurar el sentido común de las personas.
Para llegar a este punto de acumulación, la clase trabajadora no sólo ha pagado con sangre los levantamientos, movilizaciones, paros, rebeliones en busca de una transformación social que detenga el ruido de los estómagos vacíos de tantos millones en el mundo. También ha tenido que soportar la imposición de modelos económicos y culturales cada vez más sofisticados, cada vez más profesionales en la tarea de la explotación de los recursos y las personas.
Es necesario tomar conciencia de esta transformación en pleno desarrollo, y orientar el accionar desde la misma, ya que con el progreso cada vez más sofisticado de las nuevas tecnologías, los seres humanos iremos transitando hacia una vida completamente mediada por la virtualidad, y hay que estar preparades para producir y realizar el poder en ese escenario, ese tiempo y espacio, que –al menos por ahora- no es el nuestro.
El sostenimiento de ese sistema será –tal como sucede desde hace 500 años- sobre la base de los recursos naturales estratégicos disponibles, como el agua, tierras raras, y minerales como el litio (muy abundantes en Nuestramérica). Sumado al clarísimo aumento de la explotación, y la prescindencia de mano de obra producto de la tecnificación, generándose una enorme cantidad de ejército de reserva y sobreproducción de mano de obra.
Pareciera que todos los ajustes se vinieran haciendo en función de un objetivo: un nuevo modelo económico basado en la digitalización de las relaciones sociales de producción, y por ende, la consolidación de un nuevo aparato, asentado en plataformas, bolsas de valores, aplicaciones, y una garantía: las personas tendrán un teléfono en su mano y pasarán más de ocho horas consumiendo contenidos en él. Un juguete nuevo, que extiende los límites de la imaginación a la hora de pensar la sutileza con que puede ejercerse la dominación.
A cambio, aumenta la explotación, y también la miseria, el hambre, que se traducen en el empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Cada día se hace más trabajoso garantizarse los propios medios de vida. Las personas sin acceso a la conectividad quedan completamente marginadas de este monstruo que ordena al mundo.
En toda América Latina, la explotación de los recursos naturales ha traspasado códigos, como el de incendiar el pulmón del mundo, la selva amazónica, con el único motivo de explotar las tierras y producir agronegocios, destruyendo el hábitat y la biodiversidad sin que les tiemble ni un instante el pulso. Y ni hablar de los genocidios, repetidos una y otra vez ante la inquebrantable voluntad de lucha de los pueblos que aquí habitamos.
¿Cómo se imponen? Ejemplos sobran: judicializar a cualquier líder popular que intente gobernar protegiendo los recursos y el trabajo; desarrollar un narcoestado a fuerza de violencia,basado en el paramilitarismo para hacerse del tan rentable negocio de narcotizar a la sociedad; golpes de estado para controlar recursos naturales, como el litio de Bolivia (tan necesario para el desarrollo tecnológico).
Asimismo, adquirir deudas impagables, y aplicar ajuste a costa del incremento de la precarización de la sociedad, y el empeoramiento de las condiciones de vida de las mayorías; bloqueos y asfixia económica a quienes tienen el tupé de ser desobedientes a los planes generales, como es el caso de Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Y una forma distintiva de imponerse, que necesitamos observar con particular atención, tiene que ver con el desarrollo de instrumentos de dominación cada vez más sofisticados (plataformas, aplicaciones, redes sociales), que adquieren la capacidad de producir mensajes individualizados, segmentados, orientando la opinión y la acción de las personas hacia un sentido común beneficioso a sus intereses.
El carácter multidimensional de que han asumido las guerras por la apropiación de la riqueza (sí, son guerras y hay que llamarlas por su nombre) cambia las reglas del juego, y obliga a reinventar las formas de lucha a la hora de pensar en una emancipación definitiva. La situación colombiana y la impecable y precisa organización que muestra el pueblo a la hora de salir a la calle, retomando las estrategias del pueblo chileno, es una muestra de eso.
* Licenciada y Profesora en Psicología (UNSL), Maestrando en Políticas Públicas para el Desarrollo con Inclusión (FLACSO), investigadora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)