Una bella causa que hoy solo favorece la guerra social y el dispendio de energías, para gozo y alborozo de los Poderes Fácticos.
(Demóstenes, Tercera Olíntica)
Es ya de dominio público que en los últimos tiempos nadie ha hecho tanto por el republicanismo español como la Casa Real. A los ya vox populi escándalos sexuales de «Su Majestad», sumáronse primero los turbios manejos del caso Urdangarín (Palma Arena, Instituto Nóos…); luego, el disparo del precoz escopetero Froilán de Todos los Santos en su propio pie; y a los pocos días, la caída de su respetable abuelo en la intrépida misión mataelefantes. Con tan mala suerte, en el último caso, que la noticia trascendió el mismísimo día de la República.
A tal grado llegó el clamor que el maltrecho Juan Carlos I se vio obligado a disculparse como no lo hiciera, en décadas, ningún otro de nuestros próceres. «El elefante es más popular que el rey», afirmaba ingeniosamente el periodista Matías Vallés. La reputación regia había caído tan bajo que el efecto ni siquiera pudo eclipsarlo el artificial estruendo político-mediático por el asunto Repsol (a lo que quizá contribuyó el oportuno símil empleado por nuestro ministro de Exteriores sobre «un tiro en el pie», mezclando así ¿involuntariamente? la malvada expropiación con las desgracias palaciegas).
A rey revuelto, ganancia de republicanos
La principal función de una monarquía «constitucional» es dar imagen. Buena imagen, se entiende. Si la que da es mala, ¿para qué queremos ese estafermo?
Ciertamente, la encendida defensa de la república no es patrimonio exclusivo de la actual monarquía. Junto a los republicanos explícitos de siempre, renovadas corrientes vienen alentando el cambio de régimen de unos lustros acá con creciente vigor. Se trata sobre todo de la izquierda real; agrupada, moral más que orgánicamente, en torno a la figura de Julio Anguita.
Insólito ejemplo de político español honesto, el ex alcalde cordobés lleva años levantando su voz republicana (he aquí un ejemplo). Por supuesto, la lucha de Anguita no persigue un mero cambio de régimen. Como lo confirma el que quizás algún día sea su sucesor, la III República es además para ellos un símbolo de la plena democratización de la vida española tanto en lo político como en lo social y económico. Así se recoge también en un manifiesto que circula desde hace unos años. Algo igualmente compartido por el movimiento 15-M, o por amplios sectores del mismo, aunque lo haga guardando celosamente su identidad. Para ellos el republicanismo es también una vía para frenar el actual proceso de «vaciamiento» de la democracia. Ya la frecuente presencia de banderas tricolores en las marchas de los «indignados» denotaba estas preferencias.
Por qué se trata de un grave error
La apuesta por la república es comprensible. No es solo que la monarquía sea una institución onerosa, aún más en tiempos de «crisis». Es que además en España siempre ha estado asociada a valores rancios. La causa republicana, en cambio, encarna viejos anhelos regeneracionistas. Las luchas emanadas de ellos siempre han chocado con el muro oligárquico y, aún más, clerical. Es lógica la sed de verlos realizados. Como dice un ya añejo texto de La Excepción, «al no haber triunfado nunca de manera absoluta y duradera ningún movimiento contra la Reacción, se puede afirmar que en España siempre han mandado los mismos.» El último gran intento de revertir tan terco atavismo, con una constitución progresista de verdad, fue precisamente el de la II República, al margen de cuáles serían sus resultados.
Ahora bien, hay sólidas razones que desaconsejan desviar fuerzas hacia un republicanismo explícito. Para empezar, este evoca inexorablemente en muchos españoles la Guerra Civil, asociación de ideas que le encanta hacer a la Derechosa. Pocos motivos resultan más disgregadores y levantan una oposición más apasionada. Es cierto que cada vez son menos los españoles monárquicos (incluso juancarlistas), sobre todo fervientes. Pero eso no significa que se hayan multiplicado tanto los republicanos de pro. Un ejemplo extremo pero ilustrativo: el educadísimo periodista Federico Jiménez Losantos se mete todos los días con la Casa Real, pero ni por asomo quiere oír hablar de una III República. Y como él, que nadie se engañe, hay millones de españoles, aunque no todos compartan sus atrabiliarios modales ni sus continuos alardes de odio ilimitado. Porque, siendo cierto que el creciente descrédito de la monarquía engendra nuevos antimonárquicos, también lo es que no todos ellos se hacen republicanos, al menos al estilo del típico republicanismo español.
Por otra parte, quien sepa leer los signos de los tiempos comprenderá por qué tampoco estos aconsejan un esfuerzo en esa dirección. Los enemigos de hoy dejan pequeños, incluso, a los que truncaron la II República española. Sus bases son un Imperio Global y un Sistema que ya forman las dos caras de una misma moneda. Sobre esta base, depositar esperanzas revolucionarias en un cambio de régimen nacional -por profundo que se pretenda- resulta bastante utópico y, sobre todo, contribuye a apartar la atención de la verdadera bicha, la Elite Imperialcapitalista, que además solo puede ser enfrentada a escala también global.
Conclusión
«Frente a los Mercados, somos más», afirma un reciente vídeo de Izquierda Unida. Es también una idea insistente del movimiento indignado español. Expresada aún más gráficamente por los luchadores de Occupy Wall Street, cuando contraponen el «99%» de la gente al «1%» formado por la casta dominante. Para triunfar frente al Monstruo, ese «99%» de cada país -que ni siquiera está cohesionado a priori- necesita unirse al «99%» de todos los demás países. En lugar de ello, el movimiento por la III República amenaza con:
- Dividir a dicha mayoría de la población en «republicanos» y «no republicanos», perdiendo así la tan necesaria como valiosa transversalidad que, sobre todo en un principio, caracterizaba al movimiento por la dignidad.
- Desviar energías hacia un asunto que resulta marginal (la gente que sufre la «crisis» así lo percibe) y, además, de índole local, cuando lo que hoy más que nunca se precisa es un enfoque internacionalista.
En los últimos tiempos, tras los múltiples casos de violencia policial impune, son cada vez más quienes afirman que «vuelven los grises» (ver también). Pero es preciso comprender que lo que se cierne sobre nosotros es algo mucho más aterrador que el nefasto periodo franquista. A su lado, este parecerá un simple experimento. Nos hallamos frente a un brutal desafío del Sistema, que desborda con mucho los márgenes del régimen político español.
Con cruda lucidez, Julio Anguita se planteaba recientemente «¿Dónde estamos?». Respondiendo enseguida, desde su óptica de siempre, que «va siendo hora de que los hombres y mujeres que nos reclamamos de la izquierda asumamos con todas sus consecuencias que hemos perdido la guerra. No se trata de una derrota parcial en una fase histórica precisa del desarrollo del sistema al que, mal que bien, hemos combatido. Es el final de un enfrentamiento multisecular que se ha saldado con el cadáver del vencido yaciendo en el campo de batalla«. Esa misma claridad de ideas la exhibe en buena parte de una entrevista aparecida posteriormente. «Esto es la antesala del fascismo«, afirma. No exagera, pues ya se anuncia la criminalización hasta de las protestas pacíficas. Pero Anguita no deja -¿no ve?- clara la dimensión global de ese fascismo emergente, y quizá por ello en esa misma entrevista aboga, de manera errónea, por la III República.
Ante lo cual, los Poderes Fácticos tienen que estar encantados.
Fuente: http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2012/4/20/por-el-movimiento-la-iii-republica-es-error