Lo del exhorto a no «argentinizar» la transición, o la justicia española, y dejar sin aplicar tales instrumentos internacionales incontestables atendiendo a nuestras magníficas circunstancias patrias, es lo del Spain is diferent de toda la vida, –perdón de toda la vida no, de la dictadura– aunque, eso sí, con un tono más gracioso y desenfadado, […]
Lo del exhorto a no «argentinizar» la transición, o la justicia española, y dejar sin aplicar tales instrumentos internacionales incontestables atendiendo a nuestras magníficas circunstancias patrias, es lo del Spain is diferent de toda la vida, –perdón de toda la vida no, de la dictadura– aunque, eso sí, con un tono más gracioso y desenfadado, de bote, con lo de la puñetera razón de cada cual y todo lo demás…
Ya está. Ya tenemos un nuevo concepto carpetovetónico elevado a los altares de la equidistancia junto a «guerracivilismo» y algunas otras perlas más. Ahora resulta que las organizaciones de memoria, los miles de familiares, de víctimas de la dictadura aún vivos y todas las ONG’s internacionales que reclaman la normal aplicación de los derechos humanos y del Derecho penal internacional en España, pretenden «argentinizarnos» la transición, ay.
«Creciente argentinización» -señalaba hace unos días Santos Juliá (El País, «Duelo por la República española», 25-6-2010)-, se entiende, por aquello de las condenas ya dictadas y las decenas de procesos penales todavía abiertos en aquel país contra Videla y todos los suyos por genocidio y lesa humanidad, la búsqueda de los niños perdidos, impuesta terriblemente, al parecer, la «puñetera verdad» de los derechos humanos y ninguna otra…sin ley de amnistía o de punto final que valga; tan inaplicables las distintas leyes que los comisarios de la impunidad intentaron en Argentina como las que consiguieron imponer, por el momento, en España, de 1977 y de 2007 -de amnistía y de negación y violación de derechos humanos de las víctimas del franquismo, respectivamente- y que, por el contrario, aún campean en nuestro país …
Vaya por delante lo desafortunado que me parece la expresión ya que a cumplir con normalidad Nuremberg y los tratados internacionales de derechos humanos -le venga bien o no a ninguna visión bucólica de la transición, vaya- sólo se me ocurre llamarlo «aplicar la legalidad internacional», lo que es bastante menos original,…
Pero, desde luego, si aplicar con normalidad la legalidad internacional es «argentinizar» nada, -por no decir alemanizar, con los supervivientes nazis que aún siguen en busca y captura hoy no 35 sino 70 años después, francesear, con el todavía cercano caso Papon, para los que lo hayan olvidado, camboyear, ay, y unos cuantos lugares más-, hacer justo lo contrario, como en nuestro país, sin enjuiciar a nadie ni por casualidad -bueno sí al juez que quiso abrir el caso…- debe de ser entonces «españolear», a conciencia, el mayor genocidio jamás cometido en la península Ibérica.
De hecho con mucha más razón cabría denunciar aquí la evidente pretensión de «españolear» el genocidio de Franco en el doble sentido, además, del constante intento de orillar, por todos los medios, la normal vigencia de leyes universales que nunca antes habíamos contestado -para casos fuera de España, claro- y abordar los crímenes franquistas como si se tratase de delitos ordinarios de los que el Estado español pudiese disponer a mejor conveniencia y no de crímenes que por su inhumana naturaleza desbordan la jurisdicción nacional y conciernen a la jurisdicción de todos los Estados del planeta, agreden a todo ser humano en tanto que tal.
Y hace más de un siglo ya que el mundo del derecho y la comunidad internacional llegó a tales formulaciones, con la cláusula Martens de la Convención de la Haya de 1898 -ratificada por España en 1900 y publicada en el BOE- y las llamadas «leyes de humanidad», las «costumbres propias de las naciones civilizadas», las «exigencias de la conciencia pública» internacional como para andar ahora en pleno 2010 haciéndonos el sueco…
No, de lo que no se trata, no es en ningún caso de ningún nuevo tipo de genocidio o crímenes de lesa humanidad «domésticos», cosmológicamente «españoles» y a abordar, por tanto, al margen del derecho internacional…
Vamos que lo del exhorto a no «argentinizar» la transición, o la justicia española, y dejar sin aplicar tales instrumentos internacionales incontestables atendiendo a nuestras magníficas circunstancias patrias, es lo del Spain is diferent de toda la vida, -perdón de toda la vida no, de la dictadura- aunque, eso sí, con un tono más gracioso y desenfadado, de bote, con lo de la puñetera razón de cada cual y todo lo demás…
Y a diferencia de los terribles intentos de «argentinizar» nuestra transición «ejemplar» -léase de dar normal cumplimiento a la legalidad internacional que define lisa y llanamente, desde hace unos cuantos añitos como se ve que es lesa humanidad, que prescribe, que es amnistiable y que no lo es, con permiso de Santos Juliá, claro está- lo de «españolizar» el genocidio de Franco sí que termina resultando bastante más peliagudo, porque ante el genocidio sí que no hay visiones bucólicas que valgan pues supone pasar, incluso hoy, por encima de una decena de derechos humanos que se les sigue negando a sus víctimas, y decir que la República española no cometió un genocidio por su parte porque no consiguió tomar nuevos territorios es otro ejercicio demagógico, y bien que lo siento, como lo de «argentinización»… es desconocer las órdenes e instrucciones de «terror total» dictadas por las máximas autoridades como Queipo de Llano o el propio director de la conspiración, Mola, públicamente cursadas a todas sus unidades y partidarios por éstos y que, simplemente, ni existen en el lado republicano -eso que en el Derecho penal se ha venido llamando Mens rea sin el cual el tipo subjetivo de genocidio se cae.
Así que no, con más o con menos territorios ocupados, a cualquier intento de equiparación le falta todavía no digo ya a Manuel Azaña, a Prieto, a Negrín, sino, como diferencia él, a cualquier líder antifascista, despotricando por la radio en términos tan concretos con el «yo os autorizo a matar como un perro», el ya conocerán las milicianas «hombres de verdad», y todo lo demás… recogiéndolo en bandos o instrucciones desde las altas autoridades del Estado.
Y ello simplemente no existe por parte de la República que a diferencia de los golpistas no eran unos criminales sino autoridades democráticamente electas, constatándose, al contrario, su tenaz esfuerzo en recuperar el orden público y la seguridad a pesar de la temporal pulverización de los rudimentos básicos del Estado que supuso la necesidad de movilizar hasta los últimos resortes leales de la fuerza y seguridad pública para intentar frenar a los resortes desleales…
¿Se habrá percatado Santos Juliá que salvo los jueces franquistas de turno, atrincherados en su mono argumento, jurídicamente falaz, de ley de amnistía-prescripción, nadie discute fuera de España que lo de los fascistas fueron crímenes internacionales masivos, de guerra, de lesa humanidad, crimen de agresión y contra la paz, genocidio…?
Claro que sí, como cualquier otra persona que se haya encontrado en prensa la cascada de posicionamientos internacionales de las últimas semanas al hilo del caso Garzón.
Ni una sola voz se ha hecho oir en el plano internacional en el sentido propugnado por Santos Juliá de dejar estar la bucólica transición. Ni el Comité Internacional de Derechos Humanos, ni el Grupo de Desapariciones Forzadas de Naciones Unidas, ni el Comité Internacional de Juristas, ni Amnistía Internacional, ni el Human Rights Watch entre otros que se han pronunciado. Pero lo de las «puñeteras verdades» -todas buenas al parecer, incluso las de los genocidios y las violaciones sistemáticas de derechos humanos- le ha quedado muy «salao».
De hecho, es precisamente por dicho panorama que se hace tan oportuno operar ahora una tal «actualización» de los argumentos de la equidistancia de toda la vida; por dicho fuerte calado nacional -así las sorprendentes encuestas-, e internacional como digo, de las nociones de genocidio y lesa humanidad del franquismo, nunca tan cercana como hasta ahora la ruptura del bucólico equilibrio tardofranquista: del todos fueron malos que impregna nuestra transición…
De modo que como el término «genocidio» representa el reproche de una muy específica voluntad, y planificación, de aniquilación a gran escala por parte del aparato estatal -y respecto a las autoridades y defensores de la República, se mire por donde se mire, les falta ese «pequeño detalle» del mens rea– la denuncia del genocidio franquista supone un órdago en toda regla a las equiparaciones de «los dos bandos» elaboradas en las últimas décadas haciéndose necesario ahora actualizar tales argumentos y hablar de dos genocidios contrapuestos aunque uno de los dos en ningún caso pueda serlo… de modo que la única equiparación posible que deja eso, genocidio por genocidio, es la del genocidio hipotético republicano por mucho que nunca hubiese sido llevado a cabo… Y, así, frente a los franquistas -genocidas reales en cuanto a los hechos objetivos- los defensores de la República han de resultar nuevos genocidas hipotéticos de haber podido ocupar nuevos territorios… Y una vez todo el mundo fue un genocida en este país mejor dejémonos de joder, tan argentinizados ya según parece, con que se apliquen las leyes internacionales que a fin de cuentas hace cuatro décadas había que entenderse… vaya, supongo que, más o menos, como la comunidad internacional necesitó en un primer momento alguna forma de entendimiento y negociación con Milosevic, para salir del trance… ese mismo Milosevic que terminó pertinentemente sentando, inmediatamente después, en el banquillo de los acusados de la Corte Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, como cabía esperar con normalidad.
Pero vamos, todo por culpa de tanta» argentinización» y tanto empeño en hacer prevalecer la «puñetera verdad», universal, de tal Tribunal sobre la «puñetera verdad» de los verdugos de las fosas de Srebrenica… aunque eso sí, siguiendo los planteamientos pro impunidad de Santos Juliá es evidente que todo eso es pura coyuntura y que de no haber sido exterminados antes tales víctimas en Srebrenica, incluidos mujeres y niños, éstos hubiesen sido también unos perfectos genocidas hipotéticos de haber podido… lo dicho: todos genocidas en potencia y la culpa, ya se sabe, del pecado original, no de Franco ni de Milosevic con sus «puñeteras verdades» tan dignas de respeto Dios nos libre de imponerles nada a tales criminales contra la humanidad ni a sus seguidores… afortunadamente la de Milosevic, al menos, fue pertinentemente puesta en su lugar.
¿Cómo puede ser de recibo esta actualización argumental en el intento de equiparación de genocidas, por fin llamados por su nombre, y víctimas -inevitablemente descartada cualquier comparativa sobre hechos objetivos- sobre el genocidio hipotético que hubieran podido cometer de haber tenido mejor fortuna en lo bélico?
Y es que el argumento no deja de ser de traca: mejor no enjuiciemos penalmente los crímenes del genocidio franquista cometido, mejor no «argentinicemos», que algunos sectores de la defensa de la Segunda República española hubiesen podido cometer otro genocidio por su parte, de haber podido, en algún universo paralelo al parecer… y así, a partir de ahora, tendremos una tarea adicional: desmontar y denunciar negacionismos varios y contestar, además, argumentos como las armas químicas que la República jamás empleó contra población civil protegida, pero que de habérselas dado Mussolini -como hizo con Franco- también lo hubiera podido hacer para defenderse, y claro, conscientes de ello mejor no removamos más y dejemos estar la impunidad del fascismo español… tela
En definitiva una nueva, inaceptable, equiparación moral envenenada de una común voluntad genocida de unos y otros «autores», los republicanos tan genocidas como los fascistas al parecer. Porque aunque los primeros no llegaran a cometer genocidio alguno, Santos Juliá sabe bien que sí que lo hubiesen cometido de haber podido y por ello no duda en adjudicarles la autoría de todo un genocidio criminal y aniquilador, aunque eso sí: hipotético.
De modo que aunque con este análisis no pretendo poner tampoco en duda el rigor de nadie en otros órdenes, al menos en el concreto sentido expuesto -sorprendentemente metido a pronunciarse, con brocha gorda, sobre la aplicabilidad de conceptos netamente jurídicos de genocidio y lesa humanidad de gran complejidad, además de sobre el muy amplio, y valioso, proceso jurídico contra la impunidad en Argentina- me parece un planteamiento del todo desafortunado y rechazable.
Y, por cierto, qué curioso, que cuando se hable de «argentinización» de la transición española se omitan los largos años de importante contribución española -jurídica y hasta financiera- a tal propósito, para «argentinizar» Argentina: para ayudar a hacer prevalecer los derechos humanos frente a su correspondiente intento de «españolear» la situación por parte de algunas autoridades, abandonando a su suerte a niños perdidos y asesinados, a los genocidas en su plácida jubilación…
El balance de ese tipo de alusiones y argumentaciones pro impunidad para dejar las cosas estar me parece, por tanto, del todo impactante.
¿Para qué vamos a tener que aplicar con normalidad el Derecho penal internacional si con un par de exhortos castizos de perogrullo, invocando las «puñetas» y todo lo que haga falta, ya tenemos bastante?
Menos mal que no nos faltan precisamente este tipo de argumentarios floridos y no nos tenemos que conformar con la normal y aburrida aplicación del Convenio Europeo de Derechos Humanos y la persecución penal de los fascistas españoles por sus crímenes internacionales como en cualquier otro lugar del mundo… como si los españoles fuésemos y hubiésemos sido en todo momento terráqueos ordinarios y no extraterrestres salidos de Francolandia…
Aunque, en el fondo, ninguno de tales planteamientos debería sorprendernos. En las sociedades enfermas de impunidad -y eso es exáctamente nuestra sociedad post genocidio, de la que he venido hablando en otros artículos- el primer vistazo a su imagen reflejada en el espejo de las leyes «argentinas» de humanidad es el más difícil de encajar: la sangre, la inhumanidad, los largos años de terror y de vergüenza inocente, y de la posterior cobardía moral y la vergüenza culpable, las miles de fosas… y ante todo ello las opiniones políticamente correctas y castizas se hacen más imprescindibles, y publicables, que nunca.
Sus autores son los «remendadores de la impunidad», que salen a la palestra con los genocidios hipotéticos, las fobias albicelestes, y los argumentos cada vez más peregrinos cuando más comienzan a abrirse las primeras roturas en su tejido trenzado. Cuando la «puñetera verdad» de los derechos humanos comienza a abrirse camino y a imponerse a la «puñetera verdad» de criminales sin escrúpulos como, afortundamente. pocas veces los ha habido en la historia.
El mero hecho de su necesaria salida a escena para defender los pilares, anteriormente indiscutidos, de todo el chiringuito es un claro indicador de los primeros avances del movimiento republicano y contra la impunidad y nos debe servir de acicate para continuar.
Y, a fin de cuentas, cuando lo políticamente correcto vaya cambiando y eso de equiparar las «puñeteras verdades» de unos y de otros vaya quedando menos simpático los primeros en rectificarse, retrospectivamente claro, serán ellos mismos.
Mientras tanto que vayan preparando hilo y aguja para mayores remiendos -crímenes hipotéticos que hubiese podido cometer la República y todo lo que se les vaya ocurriendo-, que, poco a poco, nos vamos acercando al Tribunal Europeo y a otras instancias internacionales, gubernamentales y no gubernamentales, y trabajo de intentar seguir «españoleando» los derechos de los cientos de miles de víctimas del franquismo no les va a faltar.
Miguel Ángel Rodríguez Arias es profesor de Derecho Penal Internacional de la Universidad de Castilla-La Mancha, autor del libro «El caso de los niños perdidos del franquismo: crimen contra la humanidad» y otros trabajos pioneros sobre desapariciones forzadas del franquismo que dieron lugar a las actuaciones de la Audiencia Nacional.
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