Estados Unidos trata de aprovechar la crisis de Ucrania para mantener su hegemonía en el mundo.
El papel de líder mundial de EE.UU. fue sacudido por la intervención rusa contra un Gobierno que obedece a Washington. Un final del conflicto favorable a Moscú implica pérdida de prestigio para Washington como el policía mundial, un prestigio que viene decreciendo desde que Rusia forzó la retirada de los yihadistas de EE.UU. en Siria y luego la debacle en Afganistán y ahora el fracaso de sus cálculos en Ucrania, porque como es obvio e inevitable la victoria será rusa.
EE.UU. siempre busca controlar la situación internacional intrigando entre bastidores, usa a sus intermediarios como carne de cañón y cosecha él solo el beneficio a cambio de sangre ajena.
Esa política es cada vez más evidente para todos los europeos salvo para la Comisión Europea de Bruselas, un grupo de servidores de Washington que de modo cotidiano traiciona el interés de Europa para servir el de Estados Unidos. La política de retrasar la victoria de Rusia en esa guerra civil entre rusos recuerda el intento nazi de usar a los rusos ucranianos contra la Rusia soviética.
Esa similitud hace que Europa deba desconfiar cada vez más de un supuesto amigo que desea arrastrarla a unas sanciones sin sentido que la obliguen a comprar a Estados Unidos un gas licuado 40% más caro que el gas ruso, aunque eso implique un desastre económico y una recesión, todo porque la Comisión en Bruselas sirve sin chistar los intereses de Washington para mantener la hegemonía global que una vez le permitió parasitar toda la economía mundial pagando durante 50 años sus deudas dispendiosas con emisión de dinero sin respaldo.
EE.UU. procura simular que no tiene intereses ni ambiciones en su injerencia global, quiere hacer creer que es un «espectador neutral» durante la crisis ucraniana mientras mira como sangran y cómo se consumen los recursos de otros países. Pero la situación ya evoluciona fuera del control de los EE.UU., por lo que ahora quiere dotar al yonki Zelensky de armamento que le permita atacar territorio ruso. Eso, como ya advirtieron Putin y Lavrov, haría que los mísiles rusos apunten a nuevos objetivos, lo cual es un modo educado y diplomático de decir objetivos fuera de Ucrania.
Porque la crisis de Ucrania muestra el ocaso de la hegemonía de EE. UU. y el fracaso de orden mundial definido únicamente por EE.UU.
Por un lado Estados Unidos impulsa su política exterior de engreído egoísmo que desprecia las preocupaciones de seguridad de otros países y los intereses de sus aliados, algo que quedó claro en el caso de los submarinos nucleares que Francia y Australia habían contratado.
Otra consecuencia del esfuerzo de Washington para reinstaurar su hegemonía es que como ya no tiene fuerza para sostener su orden global, sus fracasos al intentarlo solo traen turbulencias al resto del mundo y Europa es la principal víctima de ellas.
Durante el primer Foro Económico Euroasiático a fines de mayo Putin dijo que ningún policía mundial puede detener el proceso global de países que buscan una política independiente.
En China opinan que cuando Estados Unidos ya no pueda actuar como el policía mundial, Washington ya no será la principal potencia mundial y el haber ejercido una hegemonía mundial le dejará muchos resentimientos y potentes enemigos. Y el mundo dejará de ser unipolar.
Washington debe tomar en serio la advertencia de Putin de no seguir enviando armas a Ucrania, porque eso convierte a la OTAN en parte activa en ese conflicto.
Es una locura provocar a una potencia nuclear con capacidad de fulminar a sus adversarios en cualquier parte del mundo. No es difícil comprender que ese envío de armas busca prolongar la guerra en Ucrania, algo que puede fácilmente desbordarse en una tercera guerra mundial.
Washington debe entender que ya no dicta la conducta a las otras potencias nucleares, porque algunas cuentan con capacidad misilística hipersónica imposible de interceptar y Washington debe someterse al nuevo orden mundial plurilateral para evitar que ese complejo militar industrial que dicta su belicosa política exterior sea reducido a cenizas. ¡Como advirtió el Presidente Eisenhower!
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