A buen seguro que muchos se estarán haciendo esta pregunta con absoluto desconcierto ¿Cómo es posible que un Gobierno supuestamente progresista consienta en que se promueva con este descaro a la jerarquía eclesiástica y a su doctrina? ¿Cuáles pueden ser las razones para que el Gobierno de un partido laico transija de esa manera en […]
A buen seguro que muchos se estarán haciendo esta pregunta con absoluto desconcierto ¿Cómo es posible que un Gobierno supuestamente progresista consienta en que se promueva con este descaro a la jerarquía eclesiástica y a su doctrina? ¿Cuáles pueden ser las razones para que el Gobierno de un partido laico transija de esa manera en su papel institucional de defender el espacio público frente a semejante invasión privada?
Sin duda que cada progresista, desde su propia indignación, habrá intentado buscar sus explicaciones. Pero la cuestión no es nada sencilla.
A pesar de que tengo esta convicción sobre la complejidad del asunto, he intentado razonar semejante dislate, y lo que se me ocurre puede resultar más alentador que decepcionante para las personas de ideas avanzadas, por muy desconcertante que pueda parecer. Lo que está pasando es en realidad una tremenda manifestación de la debilidad del sistema. Trataré de explicarlo en las siguientes líneas.
Lo primero que tenemos que tomar en consideración es el motivo de la vista del Papa a España: la celebración de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud. Las claves de lo que está ocurriendo nos las han ofrecido los mismos medios cuando han informado sobre lo tratado entre el Papa y las representantes institucionales del Estado y el Gobierno españoles. La situación de la juventud frente la crisis ha sido el centro de sus preocupaciones. No podía ser de otra manera. Un 43.5 % de paro juvenil en España, frente un 20 % de media en Europa, es un dato que refleja claramente la alarmante situación en la que se encuentra ese importante sector de la sociedad del que depende directamente su futuro.
En el corto plazo, la frustración acumulada entre grupos de jóvenes excluidos de las ventajas de la vida en comunidad por carecer de empleo, podría resultar explosiva. Buena prueba de ello la encontramos en los recientes sucesos en Inglaterra. Allí, muchos jóvenes acumularon rencor y resentimiento hasta que su ira se desató en forma de altercados de naturaleza criminal contra una sociedad y unas instituciones porque los marginaron de sus beneficios y comodidades.
En este contexto, la fe cristiana y su eterna prédica de resignación frente a las adversidades en esta ‘vida terrena’ para, así, poder ganarse la ‘vida eterna’, resultan sumamente oportunos. Sólo hay que conseguir que el 50% largo de jóvenes creyentes españoles se atengan a esos preceptos de sumisión a un ‘poder superior que juzgará sus actos el día del juicio final’ si se portan mal. Según pudimos ver en los sucesos de Inglaterra, está claro que la sociedad por lo general carece de esa misma facultad de poder cuando se trata de tanta gente.
En el largo plazo ¿Qué ocurriría si la juventud española, desesperanzada, decidiera inhibirse de toda participación y compromiso, sobre todo en las instituciones políticas? La respuesta a esta cuestión resulta todavía más interesante. Hagamos un pequeño ejercicio de averiguación.
Es presumible que las próximas elecciones generales las ganará el PP. Para tener una oposición a su gobierno no hará falta mucho. Ya tenemos una gran cantidad de personas, y sobre todo de jóvenes, indignados con el presente estado de cosas. A poco que el PP lleve a cabo algunas medidas de ajuste y ahorro del gasto público ellos se ocuparán de visualizar, a través de sus actividades de protesta, a una oposición en la que se forjarán los nuevos líderes y valores políticos para la izquierda. De esta manera, se reclutarán cuadros políticos para la gobernanza desde la izquierda en el país del futuro, cuando llegue la alternancia. Queda conjurada, de este modo, la desmovilización entre los jóvenes de la izquierda.
Ahora bien, ¿Quiénes serán los delfines de la derecha? Aquí tenemos otra clave esencial del papismo superestar al que estamos asistiendo. La generación de conservadores que precedió a la actual apostaban más por la doctrina neoliberal que por la cristiana. Ellos lo tuvieron claro. Tan sólo tenían que esperar su acceso al poder para poner en práctica sus ‘ideas’ sobre la privatización sin restricciones de la economía. Pasar activos del Estado a manos privadas les reportó interesantes beneficios y oportunidades de negocio que actuaron como aliciente para su función y su formación política. Esto también explica, en gran parte, la corrupción que se percibe entre las filas de la derecha y, además, es el meollo de la cuestión.
Si la derecha conservadora siguiera practicando estas políticas de corte neoliberal que tantos beneficios personales les reportó en el pasado, su descrédito la invalidaría como opción política viable ante la mayoría social. De hecho, la misma doctrina neoliberal y el supuesto de que el mercado irrestricto, sin la intervención de ningún sector público, son eficientes para la economía, han quedado en evidencia durante el curso de la actual crisis económica.
Hay que pensar en otras alternativas que no sean la desacreditada derecha neocom. Como mínimo, las personas que representen públicamente a la derecha en el futuro deberán ser reconocibles por otras aptitudes que las de defender los negocios privados frente a los públicos. Resultaría conveniente que fueran ‘prestigiosas’ personas de moral estricta, identificables por su ‘entrega abnegada a las causas humanas y avaladas por su fe, su caridad y rectitud’; es decir, hablamos de hipócritas demócrata-cristianos en lugar de corruptos neoliberales.
Para esto hace falta ese impulso que pretende dar la jerarquía eclesiástica a la fe entre los jóvenes españoles, incluidos los ámbitos docentes universitarios, con la complicidad del gobierno del PSOE. No obstante, y aquí es donde radica la esperanza de los progresistas, en ambos casos nos estamos refiriendo a fórmulas ya gastadas y amortizadas por la reciente historia política. Para este viaje no hacían falta alforjas.
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