Ciudadanos libres e iguales, ciudadanos del mundo. Así se resumía el anhelo emancipador de la Ilustración, retomado durante los dos últimos siglos por los movimientos democráticos y revolucionarios que pretendían encarnarlo. El sueño de las internacionales obreras, los movimientos de derechos civiles, los movimientos de mujeres, el sueño de Mary Wollstonecraft, Mijail Bakunin o Martin […]
Ciudadanos libres e iguales, ciudadanos del mundo. Así se resumía el anhelo emancipador de la Ilustración, retomado durante los dos últimos siglos por los movimientos democráticos y revolucionarios que pretendían encarnarlo. El sueño de las internacionales obreras, los movimientos de derechos civiles, los movimientos de mujeres, el sueño de Mary Wollstonecraft, Mijail Bakunin o Martin Luther King. Pero entre ese sueño y las imágenes de pesadilla (tan representativas) que mostraron las televisiones de la catástrofe de Nueva Orleans, las vallas de Ceuta y Melilla, los atentados del 7 de julio en Londres o la revuelta en las periferias francesas media un abismo. Un abismo hecho de pobreza, ciudadanías de segunda y tercera, derechos negados, relegación social, discriminación por género y color de piel, nihilismo, fanatismos identitarios, racismo. Un abismo de etnización salvaje de la (precaria) cuestión social en la globalización. Un abismo que se trata de sondear, medir, interrogar.
La etnización de las relaciones sociales, es decir, la percepción creciente del mundo en términos de comunidad y etnia, ¿es una antigualla, un residuo de otros tiempos, una resistencia al progreso? Más bien parece que acompaña fatalmente al proceso de globalización capitalista. Desterritorialización capitalista y reacción fuertemente identitaria de lo social desguarnecido: una no va sin el otro. La modernidad tardía está sostenida y atravesada a la vez por una paradoja fundamental: como en el juego de niños de la cuerda tensa, el capitalismo global tira de un lado unificando el mundo mediante el mercado, mientras una proliferación insólita de identidades más o menos cerradas lo divide por el otro. Por un lado, fenómenos impuestos como la fragmentación social y cultural, la balcanización del mercado de trabajo y la racialización político-mediática de la realidad. Por otro, el dato básico de que, en nuestro mundo, muchas veces (pensemos en los irlandeses o los italianos en EEUU) sólo se mejora colectivamente, mediante la fuerza cohesiva de una solidaridad étnica profundamente ambivalente.
Durante décadas, la acción política «progresista» se ha basado en los universales abstractos: modelos válidos para todos. Libertad como cumplimiento de un deber-ser, igualdad como equivalencia y fraternidad como amor formal por el género humano. De donde se deducía automáticamente una política colonialista o asimilacionista con respecto al «otro». Fundada en el ideal de la tábula rasa y en la depuración programada de herencias y prácticas culturales heterogéneas. Supuestamente, el olvido de todos los «arcaísmos» que inscriben a los individuos en los circuitos interminables de las animosidades y las vendettas raciales aportaría la civilización y la ciudadanía a los «salvajes». El fracaso del multiculturalismo y el relativismo cultural, respuestas «anticolonialistas»o «tercermundistas» al universalismo abstracto, también es hoy en día bien notorio como discurso y práctica de emancipación: suprime la búsqueda de lo común, promueve la indiferencia o la belicosidad entre comunidades, bloquea luchas trasversales por derechos para todos, justifica, silencia o minimiza la opresión tradicional, alienta el victimismo y la glorificación racial, etc. Por último, es difícil quitarse de la cabeza la sospecha de que «los crisoles de culturas» y otros melting pots implican «un fluido de uniformidad insípida», como decía Randoulph Bourne, una banalización de las singularidades demasiado singulares, el nivelamiento generalizado de las diferencias culturales y la erradicación de la memoria de las diferentes comunidades.
En este contexto, ¿cómo retomar la potencia subversiva del pensamiento crítico, abriéndolo a una consideración más lúcida de las pasiones humanas, los deseos de pertenencia, los vínculos concretos y el papel fundamental del imaginario en las sociedades? Entre la mera enunciación retórica y bienpensante de derechos abstractos y el relativismo cultural, ¿cómo reinventar un universalismo emancipador, no reductor, concreto, situado, que acompañe la lucha por una ciudadanía que no esté atada al suelo o la sangre? ¿Puede pensarse y hacerse una política que se alimente del amor por lo común no entendido en forma de identidad y abstracción, sino como variedad y singularidad? ¿Puede haber acción política y creación cultural arraigada sólidamente en un territorio concreto, pero que se abra hacia afuera y se done a los demás? ¿Qué ciudadanía están construyendo y deconstruyendo los inmigrantes que atraviesan las fronteras de las viejas naciones-fortaleza? ¿Cómo pensar la política que se dirige hacia la defensa radical de los bienes comunes (desde el agua hasta el saber pasando por el genoma y los ecosistemas) que son de todos y de nadie, que no aceptan naciones ni fronteras? ¿Podemos nombrar un «nosotros» que no se define contra un «ellos»? ¿Se puede pensar y desarrollar prácticamente otra globalización?
Un nuevo universalismo emancipador pasa en primer lugar por romper el nudo gordiano que organiza hoy en día las ideas dominantes, a saber, la alternativa entre el poder de las oligarquías políticas y financieras y el poder de los ancestros y las etnias. Ése es el espíritu común que anima las voces heterogéneas de este número de Archipiélago, resultado de un año de esfuerzos coordinados con UNIA arteypensamiento y Arteleku-Diputación Foral de Gipuzkoa en la organización de dos encuentros sobre la cuestión (en Sevilla, en mayo de 2006 y en Donostia, en octubre del mismo año), cuyos resultados se pueden consultar aquí: http://www.unia.es/artpen
Índice de la Carpeta del número 73-74:
-¿Qué nos separa? Marina Garcés
-La potencia de lo abierto: universalismo, diferencia e igualdad Alain Badiou
-Universales situados Monserrat Galcerán
-Universal… ¿qué universal? Marta Malo
-Música y territorio. ¿Todo lo sólido se disuelve en el aire? Cecilia Flachsland
-Movilización y abuso de los universales Antonio Lafuente
-Universalismo militante: cuatro hipótesis y una posibilidad Franco Ingrassia
-Universalizar las capacidades de cualquiera. Entrevista a Jacques Rancière
-Tiempos nuevos para el internacionalismo. A propósito de sindicalismo e inmigración Juan de la Haba Morales
-Ilustración y capitalismo (las teorías del reverso tenebroso) Carlos Fernández Liria
-Por un nuevo contrato global Ulrich Beck
-La política oculta de la globalización Entrevista a Pierre Bourdieu
-Globalización y capitalismo Boaventura de Sousa Santos
-Fronteras, ciudadanía, guerra, clase Diálogo con Etienne Balibar y Sandro Mezzadra