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Por una dirección revolucionaria y popular

Fuentes: Rebelión

Algunas personas – de buena fe – creen que los errores y falencias en la conducción de las luchas populares realizadas en la última fase del auge del movimiento popular (2008-2013) son problemas que corresponden al «desarrollo y maduración del movimiento» y que van a ser superados por inercia. De esa manera plantean que es […]

Algunas personas – de buena fe – creen que los errores y falencias en la conducción de las luchas populares realizadas en la última fase del auge del movimiento popular (2008-2013) son problemas que corresponden al «desarrollo y maduración del movimiento» y que van a ser superados por inercia. De esa manera plantean que es «injusto» señalarlos.

El balance histórico de las luchas que ha desplegado el pueblo colombiano desde la invasión española nos enseña que el problema principal ha consistido en que las mayorías populares le han entregado la dirección del movimiento a clases o sectores de clase que no eran revolucionarias y que siempre traicionaron los procesos de rebelión y de cambio.

Así sucedió con los Juan Franciscos Berbeos en la Insurrección de los Comuneros (1781). La dirigencia de los comerciantes privilegió la negociación de pequeñas conquistas con el representante del Virrey Flores, Arzobispo Antonio Caballero y Góngora (capitulaciones de Zipaquirá que fueron desconocidas) y abandonaron y entregaron a los José Antonio Galán, que fueron perseguidos, asesinados y descuartizados.

Así ocurrió en la Revolución de Independencia (1810-1830). Los José María Carbonell, Antonio José de Sucre, Simón Bolívar y demás revolucionarios nacionalistas, fueron traicionados por las élites terratenientes y comerciantes encabezadas por los Francisco de Paula Santander, los José Hilario López, los José María Obando y demás, que vendieron al pueblo y entregaron la joven nación al imperio inglés y después, al estadounidense.

Pensar que ciertas clases o sectores de clase son revolucionarias, anti-imperialistas o «progresistas», ha sido un error reiterado entre los dirigentes populares a lo largo del tiempo. Se ha vuelto a repetir durante las luchas del año pasado (2013), en donde amplios sectores populares desplegaron sus fuerzas y en el momento crucial fueron defraudados.

La fuerza política que lidera y controla a las «dignidades agropecuarias» mostró fehacientemente que no es capaz de romper con los empresarios grandes y medios – a los cuales califica como «burguesía nacional» y les otorga un carácter revolucionario y nacionalista que no tienen -, y en la práctica les entregó la dirección del movimiento agrario en los sucesos de agosto pasado.

Cuando el movimiento popular, protagonizado por pequeños y medianos productores de papa de Boyacá, Cundinamarca y Nariño (campesinos mestizos e indígenas) había logrado posicionar la consigna de «renegociación de los Tratados de Libre Comercio TLCs» entre importantes sectores de la población, la dirección del movimiento reculó, retrocedió y cedió a la negociación de aspectos no estructurales, volviendo a la dinámica de concertación subordinada y sumisa que realizaron en el paro cafetero (febrero-marzo 2014).

De esa manera se desarmó política e ideológicamente al movimiento agrario y a amplios sectores populares que se estaban sumando a la lucha. Cuando iban quedando al desnudo las inconsecuencias de Uribe y de una serie de expresiones políticas regionales de la burguesía agraria que siempre se han sumado a las luchas populares cuando pueden obtener ventajas inmediatas (caso del PIC cafetero, refinanciación o condonación de deudas, rebaja en los precios de insumos y fertilizantes y otros), pero que se echa atrás en el momento en que el movimiento se plantea puntos estructurales que golpean la política neoliberal, la dirección de la lucha retrocedió y negoció con el gobierno puntos no sustanciales, lo cual se constituyó en una traición y una derrota para los productores agrarios y para el pueblo.

De esa forma – consciente o inconscientemente – se les ayudó a dichos sectores políticos burgueses y oportunistas a mantener su influencia política entre los pequeños y medianos productores agrarios como se comprobó en las elecciones parlamentarias de marzo de 2014, aunque hay que aceptar que un sector de los campesinos boyacenses fueron capaces de identificar en forma incipiente y espontánea pero certera a una parte de sus enemigos, ya que fue la región con más alta votación en blanco: 9,49%.

¿Es casual ese comportamiento político de cederle la dirección a la llamada «burguesía nacional»? ¿O fue sólo la necesidad de aceptar una realidad coyuntural que responde al dicho de «obtener del ahogado el sombrero»? ¿O es fruto de una conducta reiterada, repetitiva, consciente y soportada en una teoría política?

Desgraciadamente tenemos que decir que esa dirección política renunció a la tradición «moirista» trazada por su fundador Francisco Mosquera. Éste siempre insistió en que una vez demostrada la existencia de la «burguesía nacional» (años 70s y 80s del siglo pasado XX), el aspecto principal era resaltar su carácter vacilante, su tendencia a la inconsecuencia y su predisposición a doblegarse ante la gran burguesía y el imperio [1] . Y si «Pacho» Mosquera estuviera vivo – con el estudio de la evolución del desarrollo capitalista en el mundo y en Colombia -, habría llegado a la conclusión que esa «burguesía nacional» es hoy incapaz de ser revolucionaria (anti-imperialista) y que sus intereses entrelazados y entrecruzados con el capital financiero internacional le niegan cualquier posibilidad de jugar un papel revolucionario, así sea vacilante y tímido.

Esa débil burguesía nacional estuvo representada en Colombia desde los años 30 del siglo XX por Alfonso López Pumarejo, más adelante por Alberto Lleras Camargo y Carlos Lleras Restrepo, y finalmente por Luis Carlos Galán, quienes personificaban a una frágil burguesía industrial que había surgido en el interregno de la primera y segunda guerra mundial y en la fase de la aplicación de la política de substitución de importaciones.

A finales de los años 80s del siglo XX, una parte de esa burguesía industrial había sido absorbida por la gran burguesía en proceso de transnacionalización. Otro sector había degenerado en «burguesía burocrática» alimentándose de los recursos del Estado, mientras el conjunto de la oligarquía canalizaba los «dineros calientes» generados por la economía del narcotráfico. Esa burguesía burocrática, profundamente corrupta, fue la que derrotó – mediante el asesinato y la desaparición física – a las mínimas expresiones políticas de la «burguesía nacional» que estaba personificada en individuos como Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán Sarmiento, quienes mantenían frente al fenómeno del narcotráfico una posición ético-moralista propia de la vieja burguesía liberal.

Francisco Mosquera no logró identificar los cambios que estaban ocurriendo en la composición de clases de la sociedad colombiana fruto de los desarrollos del capitalismo a nivel mundial y de la acumulación de capital en Colombia. Obsesionado por su lucha contra el «social-imperialismo soviético» – según él -, principal enemigo de la humanidad, y contra las FARC como su agente en Colombia, a quienes calificaba como enemigos del pueblo colombiano, no estudió los fenómenos que estaban ocurriendo y murió en 1994.

Él no pudo observar en toda su extensión cómo los herederos de Galán Sarmiento (sus hijos, los César Gaviria y adláteres) degeneraron en una vertiente de la «burguesía burocrática» y se colocaron al servicio de la gran burguesía que necesitaba el paquete neoliberal, la apertura económica y la política de privatización para apropiarse – en alianza con el gran capital estadounidense – de todas las riquezas y empresas construidas por el pueblo colombiano y la burguesía industrial en la fase anterior.

Tampoco pudo entender plenamente – aunque lo previó – cómo la otra vertiente de la «burguesía burocrática» (los Samper, Serpas y cía.), utilizando el lenguaje «estatista», los ideales de Gaitán y las necesidades de los trabajadores del Estado (maestros, trabajadores de la salud, sector judicial, Ecopetrol, etc.), se opuso demagógicamente al neoliberalismo pero en la práctica lo implementó. Ésta fracción burguesa parasitaria se entrelazó con los narcotraficantes y en muchas regiones se convirtió en el germen de la «nueva burguesía burocrática» que en los inicios del siglo XXI transmutó hacia la base social del «uribismo» (Uribe, López Cabrales, De la Espriella, García Romero, Blel, Zucardi, Malof, Pinedo Vidal, Araujos, Chaux Mosquera, etc.). Más adelante le dio vida a la nueva generación de para-políticos más descarados y criminales que sus creadores y antecesores (Martínez Sinesterra, Abadía, Aguilar, etc.).

A una parte de esa burguesía burocrática – experta en presentarse como defensora de los Derechos Humanos – el otro sector del movimiento popular agrario (MIA-CNA), que representa a campesinos colonos y cocaleros, también le entrega la dirección política de la lucha de 2013. Utilizan la estrategia de «negociar» un largo pliego de reivindicaciones campesinas, disgregan y dispersan el conflicto en mesas de negociación departamentales que agotan a la dirigencia agraria y le crean condiciones al gobierno para dilatar los acuerdos, engañar a las masas laboriosas y negociar pequeñas partidas para «proyectos focalizados» que desmovilizan a la gente y se convierten en botín de las ONGs.

Es decir, los dos grandes sectores agrarios y campesinos que se movilizaron durante el año pasado (2013) – por influencia de las posiciones políticas de las organizaciones que los dirigen y controlan – perpetran el mismo «error» que el pueblo colombiano ha cometido a lo largo de la historia: entregarle la dirección política a clases y sectores de clase que terminan traicionando los intereses del pueblo y de la Nación.

En un caso, se entrega la dirección a la «burguesía nacional» negándose a levantar un verdadero programa político que ataque la esencia de la dominación transnacional. Se limita la lucha a medidas de emergencia (subsidios, control de precios de fertilizantes, refinanciación de deudas, etc.). No se enfrenta la alianza entre grandes productores y exportadores colombianos («nacionales») que participan de las inmensas ganancias que obtienen las poderosas transnacionales (Starbucks, Nestlé, etc.) que controlan el procesamiento y comercialización del producto terminado (ej. café en tasa).

Con el discurso de la «defensa de la producción nacional» no se plantea la necesidad de industrializar nuestras materias primas para competir en el mercado internacional con nuestras propias empresas asociativas que requieren el apoyo total y decidido del Estado. Menos se exige la constitución de alianzas estratégicas con los países productores de materias primas para revivir pactos internacionales, no sólo para regular la producción y los precios sino para industrializar y procesar nuestros productos.

En el otro caso, se entrega la dirección a la «burguesía burocrática» limitando la lucha al tema del «territorio» (zonas de reserva campesina) y algunas reivindicaciones sectoriales para campesinos colonos de zonas marginales, sin tocar la médula espinal de la gran propiedad terrateniente, y por sobre todo, sin plantear el tema de los recursos económicos estatales que se requieren para financiar una verdadera política de apoyo a la economía campesina.

En la práctica a la burguesía burocrática sólo le interesa avalar los acuerdos de La Habana, especialmente los limitados avances en política agraria. Quiere impulsar y gestionar a través de instituciones del Estado y ONGs., los proyectos «puntuales» de la fase del «post-conflicto» en áreas de colonización y regiones específicas no estratégicas del país, validar la «nueva apertura democrática», y hacerle bien el mandado a la burguesía transnacionalizada y al imperio, que aspira a consolidar la segunda fase de neoliberalismo en «paz».

No es por inercia como superaremos la política de conciliación y entrega de la dirección política de nuestras luchas a esas fracciones de la burguesía. Sólo un amplio y profundo debate podrá ser la base para consolidar una dirección realmente revolucionaria, que impulse un programa y una estrategia propia y unificadora. Sólo así no repetiremos errores históricos.

El pueblo, los sectores agrarios y campesinos, los diferentes sectores oprimidos y explotados de nuestra nación van a seguir luchando y protagonizando heroicas jornadas de movilización y protesta. La necesidad los empuja e impulsa. Sin embargo, si no se derrota la actual orientación política, nuestras luchas serán conducidas a la derrota y a la claudicación. Llevaremos agua al molino de la oligarquía y la reacción.

NOTAS:

[1] Francisco Mosquera. «Lecciones de táctica y de la lucha interna». Ediciones Tribuna Roja. Bogotá, julio de 1997. Ver: http://www.moir.org.co/LECCIONES-DE-TACTICA-Y-DE-LA-LUCHA,1580.html

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