Recomiendo:
0

Por una Filosofía al servicio de la transformación de la realidad

Fuentes: Rebelión

¿Cómo puede pretenderse transformar la realidad desde el escepticismo y el kantismo? ¿Cómo puede pretenderse transformar la realidad si se duda de su existencia objetiva y de la posibilidad de conocerla? La posición filosófica ante el mundo Se pueden hacer reflexiones filosóficas sobre la realidad y sobre las posibilidades de su conocimiento. Siempre es bueno […]

¿Cómo puede pretenderse transformar la realidad desde el escepticismo y el kantismo? ¿Cómo puede pretenderse transformar la realidad si se duda de su existencia objetiva y de la posibilidad de conocerla?

La posición filosófica ante el mundo

Se pueden hacer reflexiones filosóficas sobre la realidad y sobre las posibilidades de su conocimiento. Siempre es bueno hacerlas. Pero debemos medir las consecuencias sociales de esos resultados. No debe pensarse que una reflexión filosófica sobre las conquistas de la mecánica cuántica, por ejemplo, pueda ser aséptica, siempre tendrá consecuencias sociales, más tarde o más temprano alcanzará la conciencia de la gente. Hay que saber siempre qué posición última se tiene y qué línea filosófica se sigue. Si llego a una conclusión filosófica que niega que la realidad pueda ser conocida, esta conclusión entra en contradicción con la posición que yo como socialista y materialista dialéctico debo mantener. ¿Por qué? Pues de aceptar esa conclusión, estaría aceptando que el mundo capitalista no puede ser conocido. Y si no puede ser conocido, no podría ser transformado en un mundo socialista.

¿No conocemos nada?

Muchas de las reacciones filosóficas modernas que van dirigidas contra el materialismo, sólo alcanzan al materialismo absoluto, al materialismo que tuvo por padre a Newton. Puesto que es el materialista absoluto quien cree que hay esencias absolutas en la realidad y conocimientos que son para siempre. Para el materialista dialéctico, por el contrario, el conocimiento nunca se acaba, siempre habrá cosas por conocer, es una tarea interminable. Y lo que se conoce de la realidad tampoco es un conocimiento absoluto, el conocimiento siempre será aproximado y relativo, siempre se podrá profundizar más. Pero el que sea aproximado y relativo no nos lleva a desfallecer y concluir: no conocemos nada.

El ser humano, a lo largo de su historia, ha acumulado una gran cantidad de conocimientos y seguirá acumulando sin fin. Conocemos lo que conocemos y seguiremos conociendo infinidad de cosas más. Siempre habrá más cosas aún por conocer que las ya conocidas. Pero esta situación en ningún caso justifica la queja del escéptico: no tenemos certeza ni verdad de nada.

El avaro no disfruta de la riqueza que tiene y sólo piensa en lo que no tiene o lo que todavía está por tener. También hay avaros del conocimiento. No disfrutan del conocimiento que ya ha acumulado la humanidad, sino que sólo piensan en lo que está aún por conocer. No viven del tener sino del no tener. Esta posición genera desaliento y desánimo. Nos lleva a pensar que con el conocimiento del que disponemos nos resultará imposible hacer un mundo mejor.

Lo verdadero y lo falso

Lo verdadero y lo falso deben aplicarse a la teoría y al pensamiento. Y para demostrar si una teoría es verdadera o falsa, tenemos que recurrir a la práctica. Y por regla general suele suceder que toda teoría tiene componentes verdaderos y componentes falsos. Y esto es lo que permite corregir la teoría y hacerla cada vez más verdadera. Así que el carácter verdadero de una teoría o pensamiento es progresivo y aproximativo.

Pero en ocasiones los predicados de verdadero y falso también se aplican a la realidad. Decimos de una persona que es falsa, que se comporta como no es, que nos sonríe cuando en verdad nos odia. Decimos igualmente que un reloj es falso cuando es de imitación. También decimos que una fruta de plástico no es de verdad. Es cierto, en la realidad hay cosas falsas, pero igualmente también hay muchas cosas verdaderas. La guerra y el hambre son realidades de verdad, como son de verdad la muerte y el dolor que generan.

Si declaramos que todo es falso, generamos desconfianza entre las filas que luchan por la transformación del mundo. La gente no se unirá y no se moverá. Si declaramos que todo es falso, no reconoceremos las verdades elementales de este mundo: que hay una minoría que son ricos hasta la desproporción y que hay mayorías que son pobres hasta la inanición. Y sin una percepción clara del mundo, sin una percepción de sus verdades, no se puede transformar la realidad.

El método de la duda

Dudar no es malo. Siempre es bueno tener ciertas dosis de escepticismo. Pero, ¿con qué propósito? No con el propósito de instalarse en el escepticismo, sino con el propósito de abandonar el conocimiento erróneo y llegar al conocimiento verdadero. La duda es nociva cuando nos lleva a dudar de todo y de todos. Ya que nos quita las esperanzas y las ilusiones de que el mundo pueda ser transformado. Nos impide ver un mundo mejor. Si nos instalamos en la duda, si por medio de la duda sólo cultivamos el escepticismo, perderemos la batalla por transformar el mundo y la vida se tornará oscura e infeliz.

Sueño y realidad

Para los marxistas es esencial que los contrarios queden plenamente definidos y diferenciados. No hay duda de que entre los contrarios hay unidad, pero esto no debe implicar su confusión. Hay sueños que se hacen realidad y hay realidades que se vuelven sueños. Los contrarios no sólo se diferencian, sino también se transforman el uno en el otro. Podríamos incluso afirmar que no hay nada en los sueños que previamente no haya estado en la realidad.

Pero no se puede vivir de sueños, sino de realidades. No se pueden tomar los sueños por realidades. No es correcto afirmar que mientras sueño lo que sueño es realidad. Esto es un tránsito hacia el idealismo. Esto es borrar la diferencia clara que debe existir entre sueño y realidad. Si tú y tu familia se mueren de hambre, esa realidad no se soluciona soñando que tú y tu familia están ante una mesa repleta de alimentos. Esa realidad sólo puede solucionarse transformándola de modo práctico, cambiando las relaciones económicas entre los hombres, poniéndole un tope superior a los ingresos personales.

Hay ocasiones en que soñar es lo único que se tiene. El niño que desde su nacimiento pasa hambre y le rodea el hambre, será muy soñador. Es su válvula de escape. Y seríamos crueles que lo reprendiéramos por ello. Sueña con tener el que no tiene nada. Por lo menos tiene vida en el sueño. Pero siempre será solo sueño y no realidad. Es un consuelo, como la religión, pero no es vida. Y haríamos muy mal quienes estando en posibilidades de no vivir de los sueños, lo hiciéramos. Porque sería el modo de evitar nuestro compromiso de lucha por la transformación de la realidad. Porque la realidad no se transforma mediante sueños sino con acciones prácticas.

¿Qué es la realidad?

Hay filósofos idealistas que pretendiendo socavar los principios del materialismo preguntan: ¿qué es la realidad? Y hay materialista que caen en el juego de esa pregunta y se dedican a acumular definiciones como si fuera equivalente a preguntar qué es el sol o qué es una mesa. Pensemos en la realidad no como sustantivo sino como predicado. Enumeremos las cosas a las que convengan el predicado de real. No acabaríamos nunca: a todo lo que existe, a todas las personas, animales y cosas, se les puede aplicar el predicado de real. Así que definir qué es realidad equivaldría a definir todo lo que existe. Pero esta tarea, en parte, es interminable, y en parte, no nos proporciona un concepto unitario de realidad sino una infinidad de conceptos.

Pero busquemos una salida y no caigamos en las trampas de los filósofos idealistas. Pensemos en cómo se empleaba originariamente esta categoría y en qué ámbito se empleaba. Se empleaba y se debe emplear en el ámbito de la gnoseología o teoría del conocimiento. Se llama realidad a lo que existe fuera de la conciencia: sean cabras, electrones o campos magnéticos. La categoría realidad no tiene otro uso en la filosofía que no sea para nombrar lo que existe fuera de la conciencia en oposición a lo que existe en el interior de la conciencia: las ideas. Querer ir más allá es una trampa, un engaño, una treta. Ya que, como dije anteriormente, la realidad se compone de una infinidad de objetos a los que no cabe darles otra definición común que no sea la de existir fuera de la conciencia.

La realidad y el lenguaje

 

El moderador del foro Ideas y Cultura hizo llegar a sus miembros una cita del filósofo estructuralista Michel Foucault que reza así: «La realidad no existe; lo único que hay es el lenguaje, y de lo que hablamos es del lenguaje». Al igual que con la nueva física, la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, cobró fuerzas el idealismo, con la nueva filosofía, con la filosofía del lenguaje, ocurre lo mismo.

Es cierto que el lenguaje está presente en todo, que no hay forma de la práctica social donde el lenguaje no sea necesario, que nos rodea por todas partes. Pero de ningún modo su omnipresencia niega o liquida la realidad. Es cierto también que la percepción, la memoria y la atención están mediadas por el lenguaje y provoca modificaciones sustanciales en esas funciones psicológicas. Pero de ningún modo esa mediación supone la liquidación o aniquilación de dichas funciones psicológicas.

Les hablo con franqueza: cuando yo leo citas como estas, siento indignación. Me parecen inadmisibles. Me parecen no humanas. Jamás he entendido el ejercicio de la filosofía al margen de la realidad y mucho menos como un ejercicio que quiera negar la existencia de la realidad. Jamás me olvido cuando me dedico a filosofar del hambre y de la guerra. Imaginemos por unos instantes la experiencia de Irak. Pensemos en el dolor de esas madres que ven cómo se derrumban sus casas y cómo mueren sus hijos. Pensemos en sus gritos de desesperación. Pensemos en el pánico que sienten los niños cuando oyen el ruido primero de los bombarderos y después de las bombas. ¿Cómo podríamos decirles a esas madres y a esos niños que la realidad no existe, que lo que están viviendo no es real, que sólo es real el lenguaje y que de lo que hablan es sólo lenguaje? ¿Cómo se puede ser tan extremadamente idealista en estos casos?

Se me dirá entonces que la clave está en lo que significa esa realidad: que para unos será una desdichada injusticia, para otros un designio de Dios, para otros un castigo de Alá, en suma, que para cada grupo de personas significará algo diferente. Pero yo pregunto: ¿acaso el significado de una cosa acaba o liquida el ser de la cosa? ¿El hecho de que la realidad se transforme en lenguaje hace que la realidad pierda su ser y su objetividad? De ningún modo. No puedo compartir esta clase de idealismo. No puedo separar el pensamiento filosófico de la dura realidad en la que viven todos los que sufren de hambre y de guerra. Y en consecuencia declaro como idealismo absoluto y altamente nocivo para la causa de la liberación humana la idea de que la realidad no existe. La vida no es un juego y menos un juego de palabras.

La realidad como construcción de la conciencia

Muchos filósofos sólo saben reflexionar sobre los resultados de las ciencias naturales, en especial sobre los resultados de la física. Todavía sigue perdurando entre los filósofos que la física nos da la verdad última de lo que es la realidad. Cuando resulta que el físico especializado en mecánica cuántica no distingue entre una persona y una piedra, puesto que para él la realidad toda queda reducida a cargas eléctricas. ¿Cómo esperar entonces de un físico la respuesta última de lo que es la realidad humana? Por favor, seamos profundamente serios y muy conscientes de lo que está en juego, el mundo demanda respuestas urgentes. Y estas respuestas no dependen de los avances de la física, sino de los avances en las ciencias sociales y de una práctica revolucionaria.

Una buena parte de los filósofos que edifican su pensamiento sobre los resultados cognitivos de la física, en especial por la contradicción existente entre, por una parte, la física newtoniana, y por otra, la física de Einstein y la mecánica cuántica, han llegado a dos conclusiones supuestamente demoledoras: una, que la realidad, el mundo exterior, es algo creado epistemológicamente desde el interior del hombre, desde la conciencia, y hay, por tanto, tantas realidades como conciencias existan, y dos, las leyes de la naturaleza no tienen carácter objetivo, son simplemente frutos de los acuerdos y consensos de los investigadores.

Para responder a estas dos conclusiones «demoledoras» me valdré de cuatro ideas de Vladimir Ilích que he tomado de su obra «Materialismo y empiriocriticismo»: «La nueva física ha derivado hacia el idealismo, sobre todo, precisamente porque los físicos ignoraban la dialéctica. Al negar la inmutabilidad de los elementos y propiedades de la materia hasta entonces conocidos, han caído en la negación de la materia, esto es, de la realidad objetiva del mundo físico. Al negar el carácter absoluto de las leyes más importantes y fundamentales, han caído en la negación de toda ley objetiva en la naturaleza; han caído en la afirmación de que las leyes de la naturaleza son puro convencionalismo. Al insistir en el carácter aproximado, relativo, de nuestros conocimientos, han caído en la negación del objeto independiente del conocimiento, reflejado por éste con una exactitud aproximada, con una exactitud relativa. Y así sucesivamente, hasta nunca acabar».