Companys, si sabeu on dorm la lluna blanca digueu-li que la vull però no puc anar a estimar-la que encara hi ha combat. Compañeros, si sabéis donde duerme la luna blanca / decidle que la quiero / pero que no puedo acercarme a amarla / porque aún hay combate. Lluis Llach, Abril 74 Vivimos […]
Compañeros, si sabéis donde duerme la luna blanca / decidle que la quiero / pero que no puedo acercarme a amarla / porque aún hay combate.
Lluis Llach, Abril 74
Vivimos en sociedades -occidentales, ya sea culturalmente o cuestión de simple geografía- en las que lo correctamente político es defender la Democracia. Así, todos los días vemos y oímos como los principales líderes sociales -incluidos los de extrema derecha- apelan a las reglas democráticas para que éstas sean norma en las sociedades en que habitamos. Todos ellos dan una genérica y ambigua definición de Democracia. O la definen descalificando a sus adversarios, tratando de obtener ventajas electorales.
Los medios de comunicación dominantes definen a la tal Democracia [1] en sus páginas -día a día- acumulando unl conglomerado de informaciones con enfoques tan diversos y, en general, tan confusos, que buscan la explosión primaria de los sentimientos más primitivos del lector. En general, políticos y medios definen la democracia en negativo, señalando a los adversarios político-económicos.
Por supuesto y en general, para unos y otros como gremio -los políticos-, y lobby -los medios de comunicación-, Democracia es una conquista social de la burguesía liberal. Asocian las libertades al desarrollo del capitalismo de mercado, al tiempo que exigen un menor Estado que regule sus sociedades/intereses particulares. Absoluta y total libertad de actuación en el mercado global para las grandes corporaciones económicas. Si ocurre la quiebra de la corporación, el Estado, los Estados están para rescatarla con los recursos despojados a las masas trabajadoras.
Al tiempo, unos y otros -al servicio del mercado más salvaje-, van destruyendo y estigmatizando los mecanismos de autonomía que la lucha del movimiento obrero ha ido conquistando a lo largo de estos siglos. Destruidos tales mecanismos, solamente quedará el gobierno dictatorial de una gran Corporación económica vencedora de la lucha darwinista a la que nos someten cada día.
Estos últimos años del siglo XXI, como en el siglo pasado, vuelven a recurrir al Fascismo. Su tarea es imponer el dominio de la clase capitalista -cada día menos manos- sobre el resto de clases sociales, incluidas las más serviles hacia ellos, como los propios activistas fascistas. Éstos, como las clases medias -en general-, se conforman con las migajas -más o menos abundantes, según la clase, según su prescindibilidad- que van cayendo de la mesa del banquete de las grandes corporaciones.
El fascismo, que domina en los idearios de los partidos de derechas y centro [2], es la imposición, la radicalización de las leyes del mercado más salvaje y cruel. Una lucha de la que deben quedar a salvo e incuestionados los grandes amos que se parapetan tras las grandes corporaciones.
Y no será la vieja socialdemocracia de un PSOE la que pelee por una verdadera democracia. Un PSOE que bloquea el Open Arms y el Aita Mari, que cede ante los fondos buitres de Blackstone, que toma partido a favor de una Venezuela favorable al capitalismo depredador de EEUU. Un PSOE que busca pactar con Ciudadanos y, si fuera «su cuestión de Estado», con el PP. Este socialismo de Sánchez, presuntamente evolucionista, subalterno del status económico actual, no pretende organizar una sociedad más justa, sino que ya renunció a ella pasteleando con el IBEX35. El PSOE, desde que González Márquez lo metió en vereda, se ha integrado en el procedimiento político del gran capital. Vuelven a las premisas del socialismo del Bernstein del siglo XIX, en el que un parlamentarismo vacío como tribuna, les basta para justificar su pretendida lucha por la justicia social. Hoy se trata, para PSOE y afines, mantener sus status de clase media y clase media alta, atando a las mayorías sociales en una pobreza de supervivencia que alimenta las necesidades corporativas del gran capital.
¿Y los partidos de izquierda? Si los hay, ¿qué nos ofrecen para esta lucha?
Se lanzan a la arena ofreciéndonos empoderar al pueblo, a las personas. Crean asociaciones de todo tipo en las que participar. Se idean los Círculos, una práctica asamblearia en la que el ciudadano se sienta partícipe y protagonista. Se organizan movilizaciones, marchas, asambleas, campañas electorales participativas a través crowdfunding… Y hasta aquí hemos llegao.
Ya apartados, les vemos relacionarse con el poder, enfrentarse unos con otros. Se van olvidando de la participación activa de asociaciones sindicales, vecinales, industriales, pymes y profesionales de todo tipo. Se anulan los Círculos, desempoderando a los votantes. Triunfan, de nuevo, las burocracias partidarias y personalistas. Dejan su socialismo para los panfletos y manifiestos.
Y aquellos grupos sociales que les escogieron, que les votaron para ser representados e incorporados al poder efectivo, se van desmovilizando. La soledad es muy dolorosa. Y, si es tras una traición o engaño, si al dolor sumas la frustración, se desarrolla el descreimiento en el semejante, en el camarada. Se van rompiendo los vínculos sociales, destruyendo la empatía con los iguales, se sumerge uno en el aislamiento. Se somatiza la normalización de la derrota. Se asienta así una cosmovisión social de una injusticia ineluctable.
El populismo fascistoide triunfa por todas partes contra cualquier intento de conquista social que pretenda un reparto mínimo en Justicia. A través de los grandes medios se extienden las tinieblas de la ignorancia y del miedo, de la confusión de lo que ocurre. Se guía a súbditos-ciudadanos hacia unas actuaciones cotidianas que imponen la normalización de la miseria económica, el automatismo de la injusticia, y la aprobación de la corrupción moral e intelectual. Una corrupción -económica y moral – cotidiana, que ni ve ni, por supuesto, admite, que las pequeñas corruptelas entre particulares sean corrupción, sino uso cotidiano necesario para sobrevivir, que no perjudica a nadie. Los propios políticos participan de la generalización de estas corruptelas. Aparentemente buscan el apoyo para un grupo social determinado, cuando corren tras los votos de la reelección.[3] Estas podredumbres cotidianas, desarraigan a las gentes, las van ultimando moral e intelectualmente como seres libres. Las convierten en masas amorfas viviendo colectivamente la soledad de las derrotas cotidianas.
Pero esta cosmovisión sólo es la representación del constructo social que las clases dominantes nos imponen. No es la realidad única. Si aceptamos su cosmovisión, han triunfado, aceptamos nuestra definitiva derrota.
Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes.
Antonio Gramsci, «Odio a los indiferentes»
http://www.sinpermiso.info/
Notas:
[1] Para Financial Times [27 de noviembre] el peligro para la democracia [liberal, por supuesto] viene del presidente mexicano López Obrador, no del fascista Bolsonaro.
[2] En el centro derecha -lenguaje aceptado en nuestra seudodemocracia- podemos incluir al PSOE. Por sus hechos les conoceréis. Y debéis juzgar.
[3] La actuación del Alcalde de Cádiz defendiendo puestos de trabajo que suponen el asesinato de centenares, quizás miles, de yemeníes.
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