Decir que la situación de la izquierda en el Estado español es deplorable no supone avanzar demasiado. Sin embargo, la vecina Portugal nos recuerda que, parafraseando consignas, otra izquierda es posible. Allí se avanza a pasos agigantados hacia la generación de un Frente Anticapitalista, en reacción a las medidas, no ya sólo neoliberales, sino incluso […]
Decir que la situación de la izquierda en el Estado español es deplorable no supone avanzar demasiado. Sin embargo, la vecina Portugal nos recuerda que, parafraseando consignas, otra izquierda es posible. Allí se avanza a pasos agigantados hacia la generación de un Frente Anticapitalista, en reacción a las medidas, no ya sólo neoliberales, sino incluso vendepatrias del gobierno «socialdemócrata» de José Sócrates.
En cierto modo, la historia de dicho frente actúa como espejo invertido de la realidad del Estado español. Dicho Frente, al que deseamos la mejor de las suertes, estaría conformado por una alianza entre el Partido Comunista Portugués y el Bloco de Esquerda. A su vez, dicho Bloco se generó en 1999, formado por un partido maoísta, otro trotskista y un movimiento escindido del Partido Comunista (en aquel entonces empeñado en pactar con la socialdemocracia).
¿Por qué será que toda esta historia me suena de algo? Un movimiento procedente del Partido Comunista podría ser, tal vez, la Corriente Roja portuguesa (salvemos, por motivos ilustrativos, las enormes diferencias). ¿Qué tal Izquierda Anticapitalista (o En Lucha) como el partido trotskista? Y a modo de partido maoísta, mutatis mutandis (espero no ofender la pureza de nadie), situemos en nuestra alegoría al PCPE.
Sin embargo, en toda parábola Alicia termina por atravesar de nuevo el espejo y, entonces, nos despertamos. Divide et vinces. Para que la izquierda en el Estado español fuera capaz de edificar una opción política de semejante calado, habrían de cumplirse al menos dos requisitos:
-
Que los pequeños partidos tuvieran la cordura que es necesaria para unirse, en torno a tres o cuatro objetivos básicos y que todos compartimos (a bote pronto, se me ocurren incluso más: república(s), nacionalización de la banca, rechazo de la reforma laboral y el pensionazo, autodeterminación, socialismo, antiimperialismo…), en un Bloque de Izquierdas.
-
Que el PC de España decidiera dejar de pactar con el PSOE (como el de Portugal ha decidido dejar de pactar con Sócrates) y pasara a pactar con dicho Bloque de Izquierdas, generando así un potente Frente Anticapitalista.
Ambos requisitos, que a priori parecen fácilmente compartibles o, incluso, de sentido común, son sin embargo dificultados por dos poderosas trabas: el sectarismo y el bipartidismo.
¿Cómo es posible que organizaciones como Izquierda Anticapitalista, Corriente Roja y el PCPE (entre otras, pues, lo sé, hay muchas más) no hayan construido ya un Frente de Izquierdas? La única respuesta posible es que cada organización se agarra a su particularidad y la esgrime en contra de las otras. Todas miran demasiado al pasado y cada una cree provenir de la tradición perfecta y exacta, la única que dará con la tecla y hará que las masas despierten (¡y se unan a ella y jamás a las demás, naturalmente!). Sin embargo, muchos de sus militantes entraron por casualidad y han sido convencidos de esta pamplina a posteriori, a base de una sobredosis de citas, himnos y textos. De hecho, algunas de estas organizaciones demostraron afán unitario en coaliciones electorales como Iniciativa Internacionalista o Des de Baix.
¿Cómo es posible que el PCE/IU siga empeñada en caer en una trampa tan pueril y obvia como el bipartidismo, que le lleva a «pactar con el PSOE para que no gobierne el PP», cuando ambos partidos, como estamos viendo, funcionan como un Partido Único al servicio de la banca y la gran patronal? La única respuesta posible es que su dirección ha sido cooptada, domesticada, contagiada por el sistema, de tal modo que ya es incapaz de plantearse algo que vaya más allá de cuatro reformas inofensivas dentro de lo políticamente correcto. La trampa bipartidista es demasiado evidente hoy en día, pero también demasiado efectiva. Como vemos, PCE/IU sigue planteando el pacto institucional con el PSOE tras las elecciones municipales, en lugar de pactar con las organizaciones de la izquierda extraparlamentaria y de clase para (antes, durante y después de las elecciones) luchar en la calle. Sin embargo, muchos de sus militantes entraron por casualidad y han sido convencidos de esta pamplina a posteriori, a base de una sobredosis de discursos, conformismo y demagogia. De hecho, algunos de dichos militantes muestran ya serias dudas acerca de la línea política de su organización, o incluso son expulsados o empujados fuera de la misma a causa de su línea discrepante, o, digamos, por no conformarse con esa postura abstracta, cínica e incoherente que exalta al PCP portugués y al KKE griego, para luego hacer exactamente lo contrario de lo que hacen dichos partidos.
A todo esto, deben añadirse dos peculiaridades que confluyen en el Estado español, diferenciándolo relativamente de Portugal y -es cierto- complicando aún más las cosas… Sólo que su negación tampoco soluciona nada, sino que, de hecho, impide la solución de todos los problemas en su conjunto:
-
El carácter plurinacional del Estado español, que imprime distintos ritmos de desarrollo de las contradicciones en los distintos marcos de la lucha de clases. Por ejemplo, en Euskal Herria el Frente de Izquierdas que propongo, fruto de la unión de distintos partidos de las distintas tradiciones del anticapitalismo, es ya una realidad desde hace más de 30 años, con unos resultados respetabilísimos por cierto. Un Frente de Izquierdas organizado estatalmente estaría, por tanto, obligado a buscar relaciones fraternales y de colaboración con las izquierdas independentistas, sin invadir su espacio.
-
El grado de traición y claudicación de las centrales sindicales mayoritarias, CC OO y UGT, convierte el cometido de generar otro nuevo sindicalismo en la tarea más acuciante y prioritaria. Más que ninguna otra, por el sencillo y obvio motivo de que CC OO y UGT ya han anunciado que no van a luchar contra los brutales recortes neoliberales que la clase trabajadora está padeciendo (y que, de hecho, dichos «sindicatos» han firmado y avalado), por lo que se hace necesario otra herramienta desde la que enfrentarlos.
Sólo un Frente Anticapitalista, incluyente, abierto, de clase, diseñado para luchar en la calle, que comprenda el parlamentarismo a lo sumo como altavoz para las luchas sociales, que se vuelque por tanto en estas últimas, generando contrapoder popular y contrahegemonía desde abajo, podrá acometer esta tarea prioritaria y resucitar la esperanza.
Hay que ir paso a paso. Un Boque de Izquierdas de las fuerzas extraparlamentarias podría generar un nuevo escenario que, sin duda, haría replantearse la situación a muchos militantes honestos de la base de PCE/IU que observan, abatidos, cómo sus direcciones pactan de manera global y generalizada con un partido que recorta las pensiones, invade países por petróleo, ilegaliza partidos anticapitalistas, reprime manifestaciones obreras o estudiantiles, etcétera; y dichos militantes honestos podrían ejercer presión sobre sus direcciones, sustituirlas o, llegado el punto (y el recambio), abandonarlas.
Mientras no se den pasos hacia esta situación de convergencia y surjan nuevos referentes unitarios, nuestra realidad política no sólo recordará, como hemos dicho otras veces, a aquella célebre escena de La Vida de Brian. Peor aún: recordará a esa otra escena de El Gran Dictador en la que Hitler y Mussolini se encuentran y el primero, anfitrión, ubica al segundo en una silla más baja que la suya; así, uno y otro van subiendo sus sillas más y más para superarse mutuamente, hasta caerse y hacer ridículo. De este modo he visto en demasiadas ocasiones actuar a los distintos partidos de la izquierda (parlamentaria y no parlamentaria) en el interior de los movimientos sociales: rivalizando hasta el paroxismo y, en ocasiones, hasta cansar y -de facto- expulsar a los sectores «no afiliados» que participaban en dichos movimientos; y todo por captar, liderar u orientar el movimiento de manera egoísta.
¿Sabremos participar en convocatorias tan interesantes y fecundas como las de «Jóvenes sin futuro y sin miedo», sin necesidad de tratar de imponer obsesiva y freudianamente nuestras banderas y logotipos particularistas? ¿Seré tildado de antipartido (o incluso de fascista) por decir esto?
Como me dijo un amigo, ni Stalin ni Trotsky van a venir aquí a hacernos la revolución. Es hora de generar una alternativa seria e ilusionante en el Estado español. El avance de los compañeros portugueses nos invita a todos a reflexionar. ¿Apelamos a la clase obrera todos juntos y con un proyecto creíble, o seguimos intentándolo por separado por medio de la palabra revelada de nuestro gurú particular, durante un par de décadas más antes de reconocer que era freak, insensato y estéril?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.